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viernes, 23 de enero de 2015

EJÉRCITO MALIGNO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ  
                                                                       
        La fachada de aquel destartalado inmueble tenía un aspecto desaliñado que no pasaba desapercibido. La puerta era de acero oxidado y llamaban la atención sus aldabas y adornos hechos de filigranas antiguas con temas de guerra y sacrificios. Se sabía que en el recinto entraban seres abominables por las noches, y cuando salían de madrugada eran figuras transformadas, encapotadas, que montaban briosos corceles negros que desaparecían como una exhalación. 
Sus siluetas mostraban unas cabezas desproporcionadas, igual que sus extremidades y unos ojos luminiscentes cargados de odio. Se decía que estaban desposeídos de humanidad, llenos de vicios y maldades inimaginables, que a su paso por los pueblos dejaban un rastro de terror incomparable. Aparecían todas las flores cortadas y esparcidas en las calles, manchadas con vómitos de sangre, y arrancadas de cuajo orejas y narices ensartadas, formando macabras guirnaldas. Así disfrutaban en su desenfrenada carrera de desolación.
Antes de llegar el día se refugiaban en cavernas y en simas nunca descubiertas, donde nadie pudiera entrar y sorprenderlos. Cuando el crepúsculo se acercaba a su ocaso y daba paso a una oscuridad total, entonces ellos proseguían con su actividad maligna. La gente que habitaba sus pequeñas casas se horrorizaba por los alaridos y estridencias que producían. Los animales presentían el mal agüero y salían de sus madrigueras atropelladamente, como si se hubieran vuelto locos. Después eran cazados y, previamente sacados sus ojos, los engullían.
Los únicos lugares que no visitaba la repugnante jauría eran los reductos donde el amor se manifestaba generosamente y, a primera vista, donde reinaba un estado de confraternidad y armonía.


miércoles, 21 de enero de 2015

PODER DE DISUASIÓN

Cristóbal Encinas Sánchez


       La tranquila tarde entraba en el crepúsculo cuando empezaron a oírse voces agresivas y malsonantes. Un niño escondido observaba muy atento el comportamiento de una partida de gamberros en la esquina del parque, por lo que dedujo un mal presagio.
Cuando dos de los individuos del grupo de haraganes se disponían a asaltar a una pobre mujer, el pequeño salió de su escondrijo, muy alarmado, y dirigiéndose hacia el que parecía ser el jefe, mostró sus pequeñas manos teñidas de rojo, a la vez que pedía que alguien le acompañara para despojar de las joyas a un cadáver que había encontrado camuflado junto a unos rosales. Al instante, todos se sorprendieron y nadie creyó en tan desorbitada propuesta, pues no entendían que un niño de su edad se dispusiera a acometer una acción tan descabellada.                                                              El grupo de granujas rápidamente se echó atrás en sus intenciones y se largaron de inmediato, desperdigándose en todas direcciones, no fuera a que les cargaran a ellos con el muerto.                                                                  Percatándose de la situación, el niño se había entretenido en untarse del carmín de unos lápices que él mismo coleccionaba, y sorprender así a gente con tan poca sesera, para conseguir un efecto disuasivo. Es que el jovencito ya apuntaba maneras para el teatro.

martes, 20 de enero de 2015

ESTABA EMBARAZADA

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ


          Me quedé adormilada, recostada en el sofá que siempre utilizaba para pasar las horas en que me sentía sola.                                                                                               Aquella noche había bebido un poco más de lo corriente, y la verdad, me fui amodorrando al compás de una vieja canción de una película sosa y olvidada como yo.      Cuando desperté tenía ganas de tomar algo fresco, sin alcohol, por lo que me eché un trago de una infusión de manzanilla de un tarro que guardé en la nevera. Después, intenté irme a la cama, y al momento se me nubló la vista y me dieron náuseas.          Seriamente, empecé a pensar en que estaba embarazada.

martes, 13 de enero de 2015

ERA OTRA COSA

Cristóbal Encinas Sánchez



      Una cosa era verla pasar vestida con toda la parafernalia que llevaba encima: botas de clavos, algunas cadenas enganchadas al cinto y aquella cresta de color malva que le hacía parecer un gallo exaltado presto a la pelea.                                                                    Cuando subimos al estrado, antes de venir toda la gente, empezó a quitarse prendas como una descosida para vestirse de gala. Así se manifestó cómo era. Y era otra cosa.

lunes, 12 de enero de 2015

EL SECUESTRO DE GARBANCITO

Cristóbal Encinas Sánchez

       Mi padre compró un burro grande para que nos ayudara en las labores del campo, a sacar la aceituna al cargadero y transportar la leña que nos hacía falta en el invierno. Era un burro joven de cuatro años que no estaba muy trabajado, sin experiencia, ni metido en otros avatares que no fueran los de pastar en las riberas de las acequias y la de sacar las espigas del cereal en los rastrojos en época veraniega.                                      
Mis padres disponían de una pequeña finca con un cortijillo donde guardábamos  las herramientas que nos hacían falta para recoger las aceitunas: unos lienzos, la criba, unas varas y dos espuertas. Los hijos de nuestros vecinos colindantes jugaban con mis hermanos y conmigo casi todos los días. Nos gustaba subirnos al burro y hacer carreras con él, aunque a este no le apetecía demasiado. Nos  pasábamos las horas, después del colegio, interminables haciendo lo que nos daba la gana, pescando en el río, inspeccionando las cuevas, motivos por los cuales no perdíamos la ilusión de estar siempre inventando cosas. Teníamos  confianza mutua, y sabían que mi padre nos había dicho que era muy importante no perder de vista al burro, por lo que ellos nos ayudaban a vigilarlo. Por cierto, nos había costado una fortuna,  5000 ptas.  -el valor de una buena casa-, que nos prestó el banco a un interés elevado, y que no pagaríamos hasta pasados cinco años. Esa era la preocupación de mi  padre.
Un día en el que me entretuve unos minutos en un venaje cortándole un haz de hierba, no lo vigilé, y fueron suficientes para que el asno desapareciera. Cuando me di cuenta comencé a andar desasosegado, como un loco, corriendo de un lado para otro, subiendo y bajando por las laderas hasta el río, entre los álamos; pero nada, se había esfumado como por ensalmo. Me fui a mi casa y se lo comenté a mi padre que acababa de llegar. Él me lo notó al instante, por eso se lo dije abiertamente: "Me he distraído preparando el haz, y olvidé tu encargo de no perderlo de vista por nada del mundo. A continuación me dio dos tortas buenas que sonaron estrepitosamente y mi hermano mayor, que estaba allí, no hacía más que repetir que el burro no podía estar muy lejos del lugar donde lo até. Eso acalló su ira, pues habría ido, sin dudarlo,  a algún lugar donde hubiera mejores pastos;  que nadie podía haberlo robado porque había mucha gente conocida por los alrededores y los del pueblo, aseguraba, no lo habían secuestrado.                                                                                                         Nuestro Garbancito no estaba al tanto de conocer  a otras burras, pues  era joven para ello, pero nuestros vecinos se encargaron de ello. Tenían una burra en edad fértil y aprovecharon mi despiste para llevárselo y encerrarlo en un espacio flanqueado por grandes piedras casi imposibles de traspasar, pues solo había un hueco para entrar, y ellos, conocedores del lugar, fue allí por donde lo metieron.
Cuando ya estábamos, mis hermanos y yo,  hartos de buscarlo y de alejarnos cada vez más del lugar en que se dejó pastando, decidimos a la caída de la tarde volver al sitio, y seguiríamos su rastro. Pero no fue así . ¡Cuánta no fue nuestra alegría cuando vimos al burro en el mismo sitio en que lo dejé! Yo corrí a decírselo a mi padre, que lo estaba pasando muy mal y discutiendo con mi abuelo, el cual le quitaba dramatismo a la situación. Así les repetí varias veces a los dos: "Garbancito no está perdido, está en el  mismo sitio que lo dejé". En ese momento, mi padre mostró alegría y un poco de pena, seguramente por haberme dado las dos guascas. Yo, entonces, traté de explicarle que ya no me dolía nada y que estaba muy feliz.

Meses más tarde nos enteramos por los vecinos de que se llevaron el burro para  ver si al siguiente año tenían un pollino que, sin lugar a dudas, pariría su burra.                                              
Y así fue como  mi Garbancito tuvo un hijo. Después aprendimos el juego de seguir presentando a la pareja en el mismo recinto para ver cómo se las arreglaban para conseguirlo. Y fue muy divertido. 

jueves, 8 de enero de 2015

UN DELITO IMAGINARIO

Cristóbal Encinas Sánchez


El alcalde, designado por el señor gobernador civil, era muy devoto y predicaba las buenas acciones y la reconciliación fraternal. Solía ir al campo a diario para hablar con los braceros, contándoles historias para que pasaran mucho mejor su jornada, que era las más de las veces trabajosa y siempre muy cansada.                                                          Cada día desde su ventana, cuando alguien pasaba por la puerta del ayuntamiento, se fijaba y apreciaba la aceptación que tenía la bandera enclavada en el balcón. Este detalle lo tenía muy en cuenta, y si le hacían el saludo o se cuadraban delante de ella un instante, le satisfacía.                                                                                                                 Con el paso del tiempo comprobó que uno de los transeúntes nunca miraba al emblema ni se paraba a hacer por lo menos el paripé, cosa que le disgustaba profundamente.                                                                                                                        Un día al señor alcalde se le ocurrió llamar al que mostraba tan rebelde talante cuando lo vio pasar a través de la ventana de su despacho, para que entrara a verlo con premura. A pesar de su asombro, el que fuera llamado supo reaccionar al momento y entró donde se le requería. El señor alcalde le dijo que si podía hacerle el favor de llevarle una carta urgente al comandante del puesto de la Guardia Civil, para una acción inminente. Ante este panorama, el hombre se prestó a hacer este servicio sin ningún impedimento ni retraso ante la imperiosa necesidad, guardándola en el bolsillo interior de su chaqueta y abotonándolo no fuera a perderla.                                                                 Pasaron unos cuantos minutos hasta llegar  al cuartel, presentándose con la carta en la mano ante el soldado que estaba de guardia. Preguntó por el comandante y si podría entregársela personalmente ya que se la enviaba una autoridad del pueblo. El del puesto le instó a sentarse tranquilamente, pues el jefe estaba ocupado. Le avisaría y, cuando llegara, él mismo podría ofrecerle aquel documento tan importante. Al cabo de un buen rato se abrió la puerta de la pequeña oficina y el comandante entró dando los buenos días. Él se levantó rápidamente de la silla y le respondió con cortesía a la vez que le confiaba la singular carta, sin haber osado siquiera a mirar su contenido.  Con un gesto recatado y benevolente el jefe leyó mentalmente, con un suspiro prolongado: "Haga usted el favor de meter a la persona portadora de esta carta, por un período de tres días, en la prevención por haberle negado el saludo a nuestra bandera".                                 Tras unos segundos de perpleja espera, el comandante, cogiéndolo por el hombro lo acompañó a la puerta exterior del recinto. Y no solo no mandó ejecutar la inusitada orden sino que le advirtió de que no debía de ser tan cándido y no portar, en adelante, documentos de nadie que le inculparan de un delito imaginario.

martes, 6 de enero de 2015

LASTIMOSO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ


Lastimoso era un perro serio al que llamaban así, quizá, por contradicción con lo poco que se quejaba. Nunca ladraba y hacía caso omiso a las regañinas con las que le increpaba, en la mayoría de las veces, su viejo amo. Le era fiel en demasía y nunca lo dejaba solo en su devenir diario, en sus largas caminatas o en sus ratos de ocio. Se entendían perfectamente y, a la hora que dispusiera de salir por la mañana, ya lo estaba esperando, dejando presto su camastro de la entrada.                                                            El anciano, en época invernal, solía resfriarse, cosa que a él no le ocurría, si acaso muy a la larga. Cuando caminaban juntos, si le pillaba por sorpresa un estornudo, este era muy ostentoso y, si tosía, la tos era ronca, como de perro, y por ello era fácilmente reconocido.                                                                                                                              Como era su norma, siempre le recriminaba, sin razón, que tosiera de esa forma tan desgarradora, sobre todo cuando él dejaba escapar alguna ventosidad. Entonces se le escuchaba entonar la misma canción:" ¡Chia, chiaaá, Lastimoooso..,,con el resfriado!".                                                                                                                         La gente los miraba a los dos y como el animal había sido nombrado, estaba dispuesto a aceptar todas las culpas y, cabizbajo, mirando de reojo, aminoraba el paso, siguiendo a su amo a distancia hasta verlo trasponer la esquina. Ya estaba resignado a asumir los improperios que displicentemente le atribuyeran y las indebidas llamadas al orden. Él siempre sería el que originara aquellos ruidos que  a todo el mundo llamaba, suspicazmente, la atención.                                                                                                       Pero para eso estaba él, para sacar a flote a su amo de las situaciones que pudieran comprometerle.