Cristóbal Encinas Sánchez
En
jarrones labrados y esbeltos,
las
aromadas aguas que traéis
para
limpieza de mi desvalido cuerpo
-escultura
impropia de ornamento-,
dejadlas,
no me las echéis.
Dejad
a la esperada lluvia que haga ese trabajo,
que
me implante todos sus reflejos,
y
con una toalla de algodón o de hilo viejo
se
libere mi mal y se ahogue mi sorpresa.
Y
escapen de mi boca palabras complacientes.
Que
si tú fueras aún más arisca,
como
a un cofre dorado me aplicaras
con
fuerza chorros de jabón y un estropajo,
le
sacaras de mi piel su antiguo brillo.
Y
así pudiera juntarme con la brisa,
limpio
de prejuicios, que soy viejo,
lleno
de deseos y de prisas
para
esperar sentado en la decencia
un nuevo estado de confinamiento.