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miércoles, 25 de diciembre de 2019

EN LA ADORADA PRADERA


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

En la adorada pradera se asoma la penumbra brumosa
que embarga a la callada tarde, solemne,
y nos anda buscando, ¡siempre nos ronda!
Tengo que hacer un alto en el camino.
Me pierdo en la arboleda, con el río al fondo,
buscando en los recovecos de pedregosos bancos
donde estuvimos sentados aquel día.
Aguardan allí mis esperanzas
y mis viejos recuerdos en la barca,
y un caballo que corre hasta una nube y salta.
Con la luz de las marcadas puestas de sol
que iluminan mis tardes,
solazado a la espiga de tu talle,
nos íbamos arrullando en la espesura.
Pero ahora estoy solo, ando perdido en esa niebla
que se sujeta al río hasta llegar el alba,
sin encontrarme a nadie para hablarle,
asomándome  entre los troncos
como una presa que está desprotegida.
Miro al cielo, no es posible alcanzar
los deseos allí nacidos.
Todo se oscurece y nadie me ve.
Sueño abrazar tu profundo aliento,
el remanso cálido que eres
que me hace elevar en la angostura.
Corro entonces como caballo desbocado
y como un ciento de ellos expreso mis delirios,
rompo en lloros con el silencio de mi alma.
Impertérrito yago en el olvido
como en tantas noches pasadas
en que monstruosos sueños me han seguido.
Busco en la ladera verde una pista
del prominente montículo, señal propia de su estado.
¿Será ella más que tierra y solo tierra sus entrañas?
La busco, y al no hallarla me pierdo corriendo como loco.
Se acerca la noche y el río se abre ante mí.
Ni un resquicio de luz se queda a acompañarme.
El reflejo de mi ilusión desaparece.
Vuelvo a mirar el río, ya no debo ser yo,
que me confundo entre sus murmullos.
Pero todavía conservo las flechas que apuntan al futuro,
que en mi corazón albergan más sorpresas
y que irán a buscarte y decirte mañana que te espero.
Aquí  me quedo mientras tanto,
poblándome de tierra tuya en la inmensa soledad de mi océano.

sábado, 14 de diciembre de 2019

OBRAS DE AMPLIACIÓN



CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

                A las seis de la mañana, cuando todos dormían, se despertó pensando en las tareas que iba a realizar cuando amaneciera. Intranquilo, se levantó sin encender el candil, para no despertar a la familia, y se acercó a la ventana, ladeó la cortina y echó un vistazo por una rendija. Apareció la luna en lo más alto: estaba llena, radiante. Con tanta luz vería muy bien en el trabajo que iba a realizar.
Se dirigió al piso de arriba, donde están las cámaras. Allí tenía un montón de haces de esparto almacenados. Desató uno de ellos y extrajo cuatro mazos para majarlos, estimando que con ellos tendría de sobra.
Se salió al huerto en dirección a la piedra de machacar, un bloque de granito de unos ciento veinte kilos de peso, con sus bordes redondeados por el uso y de dimensiones justas, por lo que tenía que agacharse. Necesitaba hacer dos sogas para realizar el acopio de materiales durante la construcción de un nuevo dormitorio y un aseo. Se les quedaban pequeñas las estancias, pues pronto nacería su sexto hijo.

Con esta idea fija, se puso a la tarea. Con su natural entusiasmo y la insistencia de los fuertes golpes que daba, trascendía el ruido al interior de la casa: vibraban los entresuelos, los escasos cuadros y los cristales de las ventanas. Y así, poco a poco, se fueron despertando casi todos los durmientes.
Cuando el hombre tenía preocupaciones, dormía poco, y saltaba de la cama sin remilgos. No se andaba con pamplinas, incluso ni caía en la posibilidad de que pudiera molestar. Había que trabajar duro y nadie replicaría.
Su mujer y sus hijos ya estaban acostumbrados a lo que se le ocurriera hacer, y dos de los mayores se levantaron prestos para ayudarle. Y él se ponía muy contento al ver que le apoyaban.
Por la noche, en el bar, solía jactarse de que sus hijos respondiesen solícitos cuando a él le hacían falta. Eran un orgullo y estaba seguro de que hacían lo correcto y necesario.
Es que entonces eran otros tiempos.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

MI MEJOR DESTINO



CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Mira al cielo y olvídate,
es una noche de expectativas amplias
y las estrellas lo cubren todo,
incluso cualquier problema que te sangre.
Se oye la canción "A summer place"
pero ya nadie sabe bailarla como antes.
El tiempo ha transcurrido tomando decisiones,
y yo, en la indecisión diaria, me debato;
aunque ya sé a lo que supieron tus besos,
¿puedes darme otro, por si acaso?
No sé, pero nos vamos alejando
sin pensar en justificar los días pasados,
impregnados de amor, celestes, sosegados,
irresponsables, como nosotros.
Ahora vuelves a tener los ojos agradables
como cuando bailábamos en el espacio que ocupa una baldosa,
seducidos por las canciones que nos permitían,
acurrucados, abrazarnos benditos e imperturbables.
Pero tras esa mirada yacen cuitas,
horrores y honor ya mancillado,
que desgarran tu interior con la ruina.
Son las congojas en etapas oscuras
que dejaron secuelas, minando tu futuro.
Si me dieras un beso, el tiempo se desgajaría
y dejaría entrever soñadas ilusiones
que aún se mantienen agarradas a tu corazón
y a tus heridas.
Te daré de besos en la frente...
de besos en tu pelo recogido,
para que, besándote, suspires
y hablándote, recuerdes, gratamente
que fuiste, por ti misma,
mi mejor y último destino.

lunes, 9 de diciembre de 2019

HE OÍDO COSAS

(CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ)

He oído cosas
como que te marchas.
Y no puedo permitir que te diluyas
después de tanto tiempo transcurrida en mí,
que te inmiscuyes como música
en vívidos tránsitos de mi vida:
mi cabeza no descansa.
Salirte al paso y echarte el lazo
para que no escapes,
es lo que pretendo,
sin forzarte.
Me subiré al árbol guarnecido
para que no me veas
en ese bosque de los ojos tuertos
y de los silencios simulados
de las bocas aturdidas e insalubres
que manan puros rejalgares.
Te hablaré con palabras de arrullo,
de suave aleteo,
y sorprenderte para que callada quedes
y confiada vengas a mis brazos,
como antes,
sin que le des oído
a las cosas displicentes
que la gente diga.
Si no pudiera retenerte,
daría mi condición de ser sincero,
con la agravante pena en mi corazón
de ser un ente nunca más completo.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

ARRULLO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ


Alud y arrullo, como un canto al día,

confinado en tu recinto amoroso,

resististe a salir tan presuroso

de tu morada en meses de vigilia.



Reunidos en los últimos momentos,

tus abuelos, tus padres y tus tíos

te esperamos con gusto y optimismo,

llevamos aguardando tanto tiempo.



Fuiste sorpresa, nos diste el aliento

hasta el último esfuerzo de tu madre,

que dilató tu mundo y así viniste

en un feliz y ansiado advenimiento

ante la fiel presencia de tu padre.

La luz sonó y quiero ahora decirte

que las horas crecieron para amarte.

martes, 15 de octubre de 2019

HACE DOS MESES


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

                ¿Indagarme yo, sobre mí, para qué? Me río hilarante. He logrado salvar el bache. Tengo mis ideas y mi vida claras, nunca me he escondido en ningún subterfugio. ¡He cambiado!, eso es todo. Me conforta decir que tengo una edad en que la juventud todavía me alienta. Me asomé a un precipicio hace dos meses y medio y desde allí vislumbré nuevos paisajes. Mi vida está ordenada y mis relaciones con los demás son fáciles. Mis cuentas las tengo al día, y pago normalmente. Tengo obsesión por cumplir con mis compromisos, por lo que espero que la gente se porte bien conmigo.
Cada día, en la calle, soy cortés con los viandantes, saludo a mis amistades y, si es necesario, me paro un minuto para preguntarles por la familia. Camino rápido como un jabato que no se despega de su madre al cruzar la carretera. Voy de frente, con la cabeza erguida, y mis ojos verifican que las cosas transcurren para que no suceda nada indeseable. Si una persona requiere mi ayuda, se la presto de buena gana y me voy tranquilo.
En estos dos meses y medio me he cuestionado si mi forma de actuar no tendrá fallos, si tendré la suficiente credibilidad entre mis conocidos y si realmente actúo en consecuencia. Eso me pregunto, y trato de ser resolutivo. Me pregunto si a veces no estoy atravesando una crisis depresiva y tal vez necesite que alguien me anime y me valore sobremanera. Ahora, por ejemplo, necesito consejos de personas que admiro. Pero tengo un hándicap: alguna de ellas ya no están entre nosotros. Eso también pasó hace dos meses y medio.
Me he propuesto analizarme psicológicamente. Vamos, ¿por qué tengo tanto reparo a la hora de salir a buscar ayuda? Hace unos meses tenía claro que la amistad es para siempre, pero puede haber algunas circunstancias que modifiquen las relaciones, como la ausencia y la envidia. Si he deseado algo, lo he obtenido cuando me ha sido posible; en el mundo hay muchas cosas y no vas a poder tenerlas todas. No tengo envidia. Lo importante es vivir cada día sin que te falte lo elemental -como a mí me falta-: un buen trabajo y la conciencia de que vives. La salud, se sobreentiende y también un techo apropiado. Que alguien te dé calor, de tu familia y de los amigos, lo demás poco importa.
¿Qué hago yo por las mañana? Me levanto temprano, me aseo, y desayuno para irme trabajar y enfrentarlo todo. Tomo el coche para ir al trabajo y lo aparco frente a la oficina, después retomo mi actividad del día anterior. Pero ahora noto que cuando entro por la puerta, frente a la sala donde está el jefe, mis compañeros están descontentos, remisos: tienen las caras largas, el labio arrugado y fruncido el ceño. Los saludo con un "buenos días", pero algunos están tan metidos en su rol de apariencia y afinidad por el trabajo que no levantan el bolígrafo ni la mirada del papel donde escriben. El ambiente es estúpido y miserable, es como si también ellos hubieran cambiado. Pienso que tal vez la vida les haya metido en situaciones complicadas que no han sabido fácilmente resolver, y no se sientan con fuerzas para ser complacientes, ni con la voz presta. Por eso callan.
Llevo dos meses y medio pensando en prejubilarme. Ya nos lo avanzó el delegado de la empresa: "Os podéis acoger a los beneficios del ERE". Y lo estoy considerando. Si aprovecho esa ley creo que podré vivir holgadamente.
Desde hace dos meses y medio tengo un alto en mi vida, un recuento de mis días, entre los cuales sobresalen los que tanto trabajé y era libre entonces, y podía dedicarme íntegramente a lo que tuviera entre manos. Transcurrió mi mejor tiempo trasnochando y gastando, dando bandazos. Ahora, por no tener, no tengo mujer ni hijos. Siempre conocí a personas nuevas en mundos dispares, algunos idílicos. Dibujé en mis cuadros caras de mujeres hermosas que posaron para mí unos minutos en los que supe captar el fondo de su corazón, su osadía y su nobleza. Todo eso ahora es papel mojado.
Desde hace dos meses y medio no soy el mismo, desconfío de la gente y he perdido mis ilusiones. Algunos me dicen: "Son las circunstancias". Para mí antes no había circunstancias salvo que alguien muriera. Las circunstancias las hacemos cada uno. Tú, entrégate a los tuyos, al trabajo, a los amigos; por donde quiera que vayas da la cara y ve de buenas maneras, aportando algo al lugar donde habitas y por donde deambulas. No seas terreno yermo y no des entrada al desinterés ni a la tristeza.
Me satisface hacer cosas por los demás, y es cuando me pregunto: ¿Alguien notaría si me hiciera falta una mano para salir de un bache, incluso de mi casa? Pienso que a la gente le importa, categóricamente, ir más a lo suyo; estar embelesados aunque no consigan nada, sin meterse en filosofías ni en creencias. Las cosas se hacen de una manera y poco importa que se puedan mejorar: se hacen y ya está, es la rutina si te dejas llevar. Pero tus ideas reparadoras, si no las pones en práctica, no te darán fuerzas ni alicientes. Quizá no hayas hecho lo suficiente, porque no tienes esa urgente necesidad, pero esas ideas siempre darán vueltas y más vueltas en tu cabeza.
Si fuiste una vez impaciente, ahora volverás a la calma; nadie es perfecto ni puede estar siempre confundido. Las cosas hay que aceptarlas y encararlas. Ahora pienso que lo más importante es la salud y la autonomía. Después, comer y beber hasta olvidar. Eso hago desde hace dos y medio.
No quiero indagar más sobre mí para darme respuestas absurdas, pensando que tengo muchos fallos. Trataré de adaptarme a mi circunstancia. Pero tengo ideas que me ayudan a seguir mirando hacia adelante, elevando mi cabeza con alegría por encima de los hombros. Y a menudo también canto. Es una forma de que todo pase más incontroladamente. Así pasaron mil últimos quince días antes de jubilarme. De eso hace ya dos meses.

viernes, 11 de octubre de 2019

ORACIÓN

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
(Ayer dia 10 de octubre, en un trágico accidente, murió Fernando, un muchacho de Arbuniel. En nuestro corazón hay un profundo pesar. D.E.P.)


El mundo no se sabe cómo gira,
y abrir nuestros ojos no es posible;
aceptar sus acciones es terrible:
tu pueblo te reclama y te suspira.
Ver la soledad que hoy nos embarga
es muy fácil, y solo con mirarnos;
clamar sin que podamos despertarnos
sin pena ni dolor que nos amarga.
Las ardientes lágrimas te esperan
del pueblo que te emplaza para el cielo
con palabras amables y oraciones.
Si pudieran librarte de esa faena
que la vida te jugó con tal empeño,
cierto es que lo harían con bendiciones.

martes, 1 de octubre de 2019

ELIGIERON AL MUERTO




Cristóbal Encinas Sánchez

Se estaba representando en el teatro la escena de la doncella en que profusamente lloraba y derrochaba palabras de gratitud hacia el vagabundo que yacía en el suelo. Pisando la magna espada, con ánimo de sacarla de donde la habían clavado, exclamó una retahíla de frases con gran boato.
De pronto, por la parte izquierda del escenario aparecieron dos guardias para llevarse preso al autor del robo de aquella imponente arma –que era del Rey–, que apareció, misteriosamente,   junto al vagabundo.
Se había originado una encarnizada pelea –decían los allí presentes– por el motivo de la defensa de la doncella, que fue asaltada por dos delincuentes. El vagabundo la había defendido con una valentía  inigualable para ponerla a salvo, pues fue  famoso espadachín en su juventud, pero esta vez lo habían herido a traición y yacía en el suelo con un sospechoso desmayo. Todos creían que aquella escena formaba parte de la obra.
Los dos guardias argumentaron que, por la inmediatez de los hechos cometidos, y con lo que estaban viendo, que no daba lugar a equívocos. Tenían que llevarse a alguien para presentarlo como testigo del robo y de la contundente violencia perpetrada. Necesitaban que alguien argumentara el hallazgo.
Nadie sabía nada, ni conocían a los culpables. Todos los asistentes se mantenían erguidos y serios. Al rato, y viendo que la cosa se alargaba, la doncella suspiró con gran entereza  y con mucho dramatismo exclamó:
–A mí, llévenme a mí, ya que yo he estado a punto de morir y él me ha salvado –lo dijo para ver si ahora alguien la acompañaba y por ver la actuación de los guardias. Uno de ellos, sorprendido por el cariz de la representación, y para salir airoso ante una dama tan arrogante y bella, prorrumpió:
–¡No, no debemos cometer una tropelía!, una insensatez, pues sabemos que el asesino ha sido alguien que ahora no está aquí. Pero mientras encontramos alguna prueba más concluyente, pensemos –dijo el primer guardia.
El otro guardia, con ojos muy vivarachos y con expresión en su cara como de haber  encontrado la solución al problema, pasados unos segundos dijo:
–Si no se ríen ustedes de lo que estoy pensando, me atrevo a presentarles  esta opción: ¡LLevarnos al muerto! Diremos que tenía todavía vida, y en el camino murió. Nosotros cumplimos nuestra misión, y ya vendrá la policía a investigar para descubrir al asesino.
Los allí presentes intentaron no sonreír, no sabiendo si aquello era una broma o era parte de la farsa.
Los guardias tomaron su decisión y se fueron con lo que más les importaba: la espada, y la reataron muy bien a la montura de un caballo.
El que parecía estar muerto se levantó, se sacudió el polvo y desapareció  por la puerta trasera del teatro.


lunes, 30 de septiembre de 2019

CITA PREVIA


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ (Dedicado a mi cuñado que se jubila hoy)

En el mes de junio estuve en las oficinas de la Seguridad Social para que me informaran de cuánto me quedaría de pensión de jubilación, previa valoración de las cuotas que pagué durante cinuenta. A los los veinte días me contestaron diciéndomelo.
El día que me jubilé tuve más suerte que un "quebrao". Fue en septiembre, y amaneció un día espléndido; cogí mi automóvil y me dirigí hacia la capital, presentándome en menos tiempo de lo habitual en la misma oficina donde estuviera hacía tres meses. Me dispuse a sacar número. Cuando salió mi número reflejado en la pantalla, me dirigí hacia el puesto. Al hombre, que me atendió de buen grado, le dije que quería iniciar el trámite para solicitar la prestación de jubilación. Mi sorpresa fue grande cuando me contestó:
–¡No se puede hacer su tramitación porque usted tenía que haber pedido cita antes!
–Mire usted –le contesté–, a mí me dijeron el día que visité esta oficina por primera vez, que me presentara hoy. Pero no recuerdo que tuviera que pedir cita, pues ustedes lo sabían –a lo que el funcionario, con buen semblante, me respondió:
–La cita previa, para estas cosas, es imprescindible, porque no se puede reportar este trabajo, ya que se tarda mucho tiempo en realizarlo. No le sorprenda a usted lo de la cita, porque hace unos diez años que así lo venimos haciendo. Pero como está usted aquí, voy a intentar pedírsela a través de otro ordenador –señaló al que estaba libre en un puesto próximo y se desplazó hacia él . En ese momento me apuntó:
–¡Ha tenido usted más suerte que un "quebrao". Véngase dentro de una media hora y espere a que ese reloj –su dedo le apuntaba –marque las 11:53 horas. En ese momento introduzca su D.N.I. y le dará la hora a la que podremos atenderle hoy.
Yo quedé conforme. Me salí de la oficina y esperé dando un paseo, mirando escaparates. Cuando comprobé que se acercaba la hora prevista, volví a entrar. Pero el reloj no aceptar mi D.N.I. Acto seguido me dirigí al señor que me atendió y le dije que no había nada que hacer pues, tras varios intentos, la máquina expendedora de citas se negaba a dármela. En esos momento había mucha gente en la sala y la máquina no atendía las solicitudes de los que esperaban ansiosos. Nada, que se había atribulado y no daba ningún número. Viendo el pequeño caos y que la gente manifestaba su disconformidad, se levantó otro funcionario para atender él, personalmente, ante la rebelde máquina. Yo me puse a la cola y, cuando me tocó, resultó que tampoco me daba número, así que volví otra vez al mismo funcionario, para informarle de mi infortunio: no había forma de conseguir la cita de aquella máquina. Este solicitó a otro de sus compañeros que hiciera el favor de buscar la cita previa que anteriormente ya me había sido concedida, para imprimirla. ¡Y ahora, sí! Esta vez tuve la suerte mencionada y me dio la hora definitiva para ser atendido intantáneamente. ¡Qué descanso!, respiré con gran relajo. El funcionario mostró su alivio y entonces me pidió todos los datos y papeles necesarios. Rellenó mi solicitud, la firmé y me despedí, dándoles las gracias por ser tan eficaz.

A los pocos días recibí en mi domicilio una carta de la Jefatura Provincial de Tráfico, requiriéndome el pago de una multa por exceder el límite de velocidad en la autovía. Estaba fechada el día y la hora en que fui de viaje para solicitar mi jubilación. Yo me dije: "Menos mal que tenía la suerte de mi lado".

            

sábado, 21 de septiembre de 2019

EXISTIRÉ PARA TI


Cristóbal Encinas Sánchez

Hoy hace una tarde desapacible para salir de compras. El viento insolente me da opción para quedarme en casa, pues soy muy friolero. Enciendo el ordenador pensando en conocerte un poco más, aunque no sé tu nombre solo tu dirección de correo. Leo muchas frases tuyas en los mails que le envías a mi hermana, y cuando ella lo deja abierto, con la pretensión de que le eche un vistazo y que me interese por tus fotos, voy y ella se pierde.

Cuando se pone a preparar la cena, olvida apagar el ordenador para  después enviarme a que lo haga yo. Eso me ha dado ánimos para seguirte día a día. Pienso ir a visitarte mañana en The Clothes Reports donde sé que trabajas. Y estaré apostado en las columnas de los soportales para observarte.                                                                                                              
El pasado fin de semana aprecié, por tus correos, que te interesan mis aficiones, lo que escribo en internet. No quiero que mis opiniones, intrascendentes, te ocupen mucho tiempo, pero sí el suficiente como para que sepas mi parecer sobre la moda del año que viene y sus complementos.
Esta mañana he pensado en ti. Eres una chica divertida, de trato afable en tus relaciones cosas que admiro. Lo deduzco de tu talante, cuando hablas con los clientes, cómo les miras y cómo se mueve todo en derredor tuyo. Te miran complacidos, acatan todos tus asesoramientos. Me doy cuenta de su embeleso cuando ondeas al aire cualquier prenda. Después, al marcharse, te demuestran la satisfacción por la compra bien hecha.  Eres un portento.
                                                                                                         
Dentro de un rato saldré a ver las rebajas de temporada en el escaparate y trataré de que tú me vendas algo que me siente bien. Necesito hacerlo para que te fijes en mí directamente, que seas consciente de que existo y de que no vivo alejado. Quiero conectar mi realidad a la tuya, y me gusta anticipar cómo serían nuestras vidas juntos.

viernes, 20 de septiembre de 2019

OTOÑO PERFECTO



CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

El otoño va labrando con pulcritud exquisita
los perfiles y colores de todas las plantas.
El paso incansable de los días nos aproxima
al invierno donde todo permanecerá quieto,
latente, para resurgir luego
cuando vengan los cantos de otra inusitada primavera
que dejará traslucir sus bendiciones.
Mientras tanto, la estación callada
irá colgando las últimas postales
en su trayecto nostálgico.
 ¡Vive!, otoño, que todo lo sugieres y trasminas,
alardeando de colores infinitos.
Elogiando tu recuerdo,
siempre hay alguien que te observa
y te enmarca en un espejo.
Y tú sabes que otra vez
has conseguido ser perfecto.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

LOS QUE GANAN MENOS DE SETECIENTOS EUROS


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Cuando empezaban la recogida de la aceituna, siendo apacible el día, eran las nueve de la mañana y solían echar tres horas y media o cuatro hasta el almuerzo. El resto, hasta siete, lo hacían después. Se tardaba en comer entre cuarentaicinco minutos y una  hora, de común acuerdo. En ese receso, a los aceituneros les gustaba ponerse al calor de la lumbre y tomar el sol, que apetecía tanto, y sobre todo en los días escarchados en los que el blanco manto se prolongaba hasta las doce y mientras se quedaban la cara y las orejas acartonadas.
En un día del mes de enero, se le ocurrió decir a uno de los más jóvenes recogedores que tenía frío, pues hacía viento y el sol permanecía oculto tras la montaña.  Sugirió que alguno de los presentes, mayores, encendiera una lumbre. No serían aún las once cuando el manigero se negó a encenderla, porque no hacía la suficiente rasca. Y no se podía perder el tiempo, unas veces porque alguno iba a la talega, entre horas, y comía un trozo de torta o unos higos pasados; otras, porque se iban a hacer sus necesidades, otras por la lluvia...Este alegaba, en su razonamiento, que si todos llevaran un régimen de trabajo enérgico, dando el callo como él, el calor acudiría al cuerpo desapareciendo el frío. Alguno tenía mucha galbana, y por eso estaba helado.
El manigero tenía que justificar por la noche lo que se gastaba en peonadas, y ver el rendimiento.  No podía permitir que le tomaran el pelo, era algo que no podía asimilar, y por eso arengaba a los trabajadores.
Algunos días la pesada en la báscula era mínima, y esto le ponía muy nervioso; le parecía como si él no mandara nada y podían sustituirle en el puesto. Así que, como no le salían sus cuentas,  metía diez minutos por la mañana o otros tanto para finalizar la peonada. El esfuerzo extra de todos nadie se lo agradecería, ni la empresa, pero su orgullo - y con las necesidades que había-  le incitaba a hacerlo. La gente, entonces, estaba muy sujeta y si alguno se ponía contestón pues se le despedía.
Esta forma de proceder era algo que ocurría a mediados del siglo XX. Pero lo que está pasando ahora tampoco tiene nombre. En los últimos años hay muchos empresarios que, en cuanto pueden, se aprovechan y el sueldo lo rebajan más de un treinta por ciento. Lo significativo es que las empresas siguen incrementando sus beneficios y, no quedando conformes, cometen otros abusos. Claro está que, con esta reforma laboral que han impuesto los últimos gobiernos, es consecuente llegar a estas situaciones: el empresario es más rico y el trabajador está más desprotegido en todos los ámbitos. O si no que se lo digan a los que ganan menos de setecientos euros.

domingo, 15 de septiembre de 2019

SI CREES QUE YO TENGO LA CULPA


(Cristóbal Encinas Sánchez)
Si crees que yo tengo la culpa
cuando ella te dice que me ama,
estás equivocado.
Tú entenderás que no le llegas
a hacer la más tenue huella
con tus palabras ni con la intención
que tu corazón le manda.
No llegas a entusiasmarla en el intento
más ardiente de admirarla.
Si otro le hace sentir, mirándole a los ojos,
que la transporta a apasionados mundos
y el cuerpo se le inflama con reclamos de ternura,
debes pensar que no la tienes ganada.
Si tú crees que yo tengo la culpa
de que me mire y me preste
de sus ojos arrogantes su mirada,
es que algo aún no entiendes
y que no has sido capaz de enamorarla.

sábado, 14 de septiembre de 2019

UN DÍA DE CARNAVAL

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ


Eran las cinco de la tarde del día veintitrés de febrero. Anochecía. Estaba lloviendo copiosamente y amenazaba con tormenta. Yo estaba justo en la esquina del Burger esperando. Un hombre se desplazó hacia mí, inesperadamente, cuando yo le señalé hacia arriba. El cable del tendido del tranvía se partió. Un rayo fundió el soporte del cable de la línea de postes. Fue terrible y el estruendo peor. El cable no tocó el suelo, pero dio un fuerte golpe contra un árbol. Presuroso me fui hacia el hombre porque vi que le caía encima una gran rama. Temí lo peor. Dada la proximidad a la que nos encontrábamos, me dio tiempo a sobreponerme y evitar que le golpeara. La luminosidad de otra descarga me cegó y caí al suelo.
El hombre iba vestido de una forma rara, con el disfraz de Pluto. Su silueta me era conocida. Yo traté de sacarle la cabeza de aquel entramado y lo conseguí. ¡Qué tacto tenía la tela de la que estaba confeccionada!, suavísima y transmitía sensación de bienestar. Al separarla de su cara reconocí a mi amigo Sebastián. Vi que respiraba con dificultad y me miraba sorprendido. El aire que venía muy fresco portaba las preciosas notas de una canción especial: "The Carnival is over". Aquella música me traía lejanos y gratos recuerdos. Apareció al momento un coro muy dispar de personajes cantando canciones acordes con el día. El director, disfrazado de Charlot, manejaba su batuta con gran alborozo, con todos los gestos que pudieran imaginarse y cuando todas las maravillas podían ocurrir a la vez se oyeron las majestuosas notas de El cascanueces, de Tchaikovski.
Sucesivamente me encontré una serie de personajes. La princesa Pirlipat discutiendo con la señora Ratona. Alicia que iba vestida de arco iris y derrochaba mucha alegría. Un gato silvestre que no hacía más que corretear detrás de una bonita figura vestida de amarillo a la que amenazaba con comérsela. Ella daba saltos y se ponía histérica, pero le atizaba con una varita mágica para evitarlo.
Entre tanto alboroto, caí en la cuenta de que yo llevaba puestas mis botas viejas. Mis ropas deslustradas me dieron muy mala impresión. Mi gorro rojo, de plátano y mi bufanda descolorida presentaban agujeros. Tal aspecto tenía yo que me aproximé a un charco de la calle y me miré en él. Contemplé un bigote minúsculo y una barba lampiña. Estaba muy raro, me sentía como si fuera otro: iba caracterizado de Cantinflas.
Una ambulancia que cruzaba las vías se paró a mi lado. De ella se bajaron dos enfermeras y un médico que me hablaron un tanto preocupados. Automáticamente se agacharon y con delicadeza me echaron en una camilla. Una comenzó a mirarme la cabeza y a lavarme la cara. Con voz apacible me dijo que me tendrían que dar algunos puntos de sutura. Todos los que se acercaron iban disfrazados y me hacían musarañas, soplando sus matasuegras y otros pitos de caña. Aquel panorama me hizo pensar. No recordaba cómo había llegado a estar tumbado en mitad de la calle. Fue cuando caí en la posibilidad de que aquella gran rama desgajada me hubiera propinado un tremendo golpe en la cabeza. ¿Me habría desmayado?

Una fiesta nos esperaba en el Teatro Infanta Leonor dentro de una hora, un tiempo suficiente para que me vendaran la cabeza y después continuaría con mi marcha. Habíamos ensayado durante dos duros meses la representación de nuestra propia vida y no era cuestión de desaprovechar la ocasión, y ya de paso quitarle un poco de dramatismo a la misma.

UNA VOZ QUE TRATA DE ACALLAR

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Grita una voz que trata de acallar las groseras voces
tortuosas de la calle donde no hay control de nadie,
ni recelo, como tampoco hay voluntad de mejorar nada.
Hasta una docena de noctámbulos juerguistas pululan
alarmando con sus gritos al que duerme,
o al que administra su silencio, insultando.
Zozobran las horas machaconamente hasta la madrugada.
Es la calma la que se espera ansiosa y deseada.
Un policía hace su ronda
y vigila a los desaliñados que se empeñan
en ensuciar las aceras de colillas y de estiércol,
y el aire vomitado de exabruptos: 
están llenos como odres de alcohol.
El policía ahora guarda la calle, con el silencio al alba,
cuando ya la noche no tiene compostura,
pero dejó de ser, de momento, amarga.

viernes, 13 de septiembre de 2019

CANCIÓN DE UN JUBILADO
(Cristóbal Encinas Sánchez)
¡QUE NO BAJE MI PENSIÓN!
NO ME QUEDARÉ EN MI CASA,
PORQUE DESDE LUEGO QUE VOY
A CONCENTRARME A LA PLAZA.
CON LA CATEDRAL DETRÁS,
PLAZA DE SANTA MARÍA,
MIRANDO AL SOL CADA DÍA
PLANTÁNDONOS A LUCHAR.
ESPERAMOS DESDE EL MARTES
PARA PODERNOS JUNTAR,
PLATAFORMA DE JAÉN,
Y DE PENSIONES HABLAR.
A LAS DOCE DE LOS LUNES
HAGA CALOR, LLUEVA O NIEVE,
A LUCHAR POR LAS PENSIONES,
ALLÍ ESTAREMOS PRESENTES.
QUE LA INCREMENTEN POR LEY
LO QUE EL COSTE DE LA VIDA.
Y NO NOS PUEDAN BAJAR
NUESTRA PENSIÓN ADQUIRIDA,
TRAS EL PASO DE UNOS AÑOS
DE ENTREGA MUY AGUERRIDA.
CON EL INTERÉS PATENTE,
LOS VALIENTES JUBILADOS,
CON UN JÚBILO CRECIENTE,
SE PRESENTAN ABRAZADOS
ESTOS LUNES EN LA PLAZA,
MIRANDO AL CIELO, DESPIERTOS,
SIN MIEDO Y CON CONFIANZA,
SABIENDO QUE, A CIENCIA CIERTA,
SU FIEL PENSIÓN NO LES FALLA.
¡QUE NO BAJE MI PENSIÓN!
NO ME QUEDARÉ EN MI CASA,
PORQUE ESTE LUNES YO IRÉ
A CONCENTRARME A LA PLAZA.

jueves, 20 de junio de 2019

EL GATO VOLADOR



Cristóbal Encinas Sánchez

            Se asomó un gato negro a la puerta entreabierta de la casa y subió escaleras arriba como si ya supiese adónde iba. Olisqueaba y miraba con calma. Siguió su camino hasta las cámaras. Recordaría que allí hubo ratones una vez.
Relámpago, el perro de la casa, echado sobre el suelo del zaguán, parecía dormitar en la calurosa tarde y no reaccionó en el momento, dejándolo pasar. A los pocos segundos se levantó ávido y fue a buscar a su ama que estaba en la cocina, dándole muestras de alegría y nerviosismo. Hizo que lo siguiera dando pequeños y amortiguados saltos. Volvía la cabeza de vez en cuando para comprobar que su ama le había comprendido: un intruso debería dar la cara sin contemplaciones.
Llegaron los dos sigilosos al lugar en donde estaba el felino. Entre un montón de trastos viejos se le oía y Relámpago, agazapado, lo esperaba. Reculaba y se disponía a saltar. Solo esperaba la señal de su ama. La distancia se acortaba. La compenetración entre la anciana y el perro era perfecta.
El gato, embelesado en su rastreo, en cuanto vio asomar el hocico del perro, dio un repullo que encandiló a sus acechantes. No se había percatado de su presencia y saltó en dirección a la ventana más próxima que estaba abierta. La abuela había pillado una escoba en el trayecto hacia el lugar de la emboscada y hacía alardes de querer atizarle en el lomo un buen leñazo, cosa del todo improbable dada su avanzada edad. Nervioso y agresivo, el gato se parapetó en el rincón dando manotazos al aire, porque Relámpago se le acercaba tan entretenido y feliz. Claro, aquel no intuía que su adversario solo iba con ideas de pasar el rato. Refunfuñaba y maullaba dejando un eco que te desgarraba el alma, como si lo estuvieran destripando. La distancia entre los dos animales era mínima y el cuerpo a cuerpo, inevitable.
Acorralado por dos desaprensivos, el gato pensaría dos veces en la única alternativa: la ventana, el único sitio por donde podría escapar con facilidad y sin ser maltratado. A Relámpago le brillaban los ojos como diciendo:"¡Estás a mi disposición y tú, hoy, jugarás conmigo!” ¡Qué inocente!
El arrinconado no estaba dispuesto a sucumbir y, con un aspaviento que hizo la anciana, desplegando sus manos hacia arriba empuñando la escoba, le indujo a pensar que lo descabezaría. Fue en un abrir y cerrar de ojos: desapareció por la ventana enfrentándose así a la gravedad y a la altura de dos pisos. Antes de que llegara al suelo, se le vio haciendo maravillosos juegos malabares con su cuerpo para caer de pie. Los dos atacantes, asomados a la ventana, se sorprendieron. Los niños que estaban jugando en la calle oyeron el batacazo que dio el pobre. Todos vieron cómo desapareció, fugaz, aquel bulto negro caído del cielo. El minino había salvado la complicada situación prefiriendo saltar al vacío para liberarse de los extraños cómplices, expertos en deslomarle.
Comprendió Relámpago que dos pisos bajo sus pies no amedrentaron a un gato fuerte como aquel. Para la siguiente vez que quisiera divertirse, no le haría ningún favor a su ama, avisándole.
Desganado y triste, sin ánimos para emprender otra actividad lúdica, el gato se metió en una troje llena de sacos de esparto vacíos para echarse dormir y así olvidarse del despropósito que se había montado.

sábado, 8 de junio de 2019

UNA PERSONA INCONVENIENTE


Cristóbal Encinas Sánchez

Ella solía tener reparo a la hora de pasear por las soleadas calles de aquel pueblo costero. Por ello, la última tarde que nos quedaba de vacaciones preferimos conversar sentados, tranquilamente, en el florido parque que había junto a los apartamentos. Durante el transcurso de nuestra conversación, dije algo que le molestó notablemente y me lo mostró de forma inequívoca. Cambió de gesto y, aunque no era usual, comenzó a hablar en un idioma que se asemejaba al chino, que había aprendido en una de las raras academias cercanas. Después recordé que este comportamiento solía tenerlo en situaciones comprometidas o de estrés.
A partir de aquel momento comencé a no reconocer su voz, me parecía que ya ni hilaba bien. Su pelo lacio tendía a erizársele. Su aspecto cambió y comenzó a sudar retorciendo su mirada que se transformó en oscura y vehemente.

El panorama se nos presentaba difícil, amargo, por lo que no osé hablar más. La escuché muy atento para que dijera lo que le apeteciese, libremente. Tras unos minutos de divagar, comenzó a volver a la realidad. Se le manifestó en la cara una sonrisa irónica y socarrona, espetándome con voz clara y segura: "Eres una persona, en todos los sentidos, inconveniente porque siempre tratas de dominarme".

sábado, 1 de junio de 2019

SOLEDAD

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ 
Delirios en primavera
sentí en mis labios
al posarlos despacio
sobre sus labios rojos.
Por un camino de abrojos
caminan dos peregrinos,
¡peregrinos son mis ojos!
del sendero que lleva
a sus labios rojos. 
Lejos de mí palpitan
unos ojos claros,
un perfume de princesa
-esencia de margaritas-,
un tenue cantar de oro,
un profundo suspirar
y un tesoro: ¡Soledad! 
¡Triste destino!,
si no puedo ver el camino
que parte de su mirada.
¡Qué destrozo!,
no poder tocar mis manos
su rostro de enamorada.
Si no puedo ver su cara,
¿para qué quiero mis ojos?,
grave media la distancia.
Delirios en el otoño
sentiré en mis labios
cuando vuelva a besar
los labios rojos de Soledad.