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martes, 25 de diciembre de 2018

CANCIÓN PARA NO OLVIDAR


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Quisiera que Soledad
volviera hacia mí sus ojos;
quisiera ver su mirar
y de frente ver su rostro.
Quisiera que Soledad
se olvidara de su enojo
y así ver en su mirar
si aún queda algún rescoldo.
Sé que Soledad se ha ido
y no puedo verla más;
pero quizá un día venga
en que me encuentre con ella
y entonces le cantaré
estas mismas cosas bellas
sin dejarla de mirar.
Quisiera que Soledad
volcara hacia mí sus ojos
y abrirme su corazón:
yo le mostraré mi gozo.
Pero ella marchó ya
y yo me quedé muy solo,
¡qué pena no verla más!,
pues no podré ver sus ojos,
tampoco oírla cantar;
no podré tocar sus labios
ni besarlos, ni pensar;
ni pensar en otra cosa
que no seas tú, ¡Soledad!
Quisiera que Soledad
buscara atrás en el tiempo,
pues desde entonces la quiero
y no la dejé de amar.

jueves, 20 de diciembre de 2018

UN DÍA DE ACEITUNAS

Cristóbal Encinas Sánchez
               Ha comenzado la recolecta de la aceituna. Son las siete de la mañana y aún no ha amanecido. La gente comienza a levantarse y a deambular por la calle, prepara sus comidas y arregla a sus animales. A las ocho hay que estar dispuesto para encaminarse al tajo.
A las nueve los aceituneros ya están en la finca, esperando a que el manijero dé la orden para continuar la tarea. Un grupo de cuatro o cinco hombres cogen las mantas, o lienzos, para extenderlos en la base del primer olivo. Cuando están desplegados, estos comienzan a acariciar con sus varas las ramas con precisos golpes, con insistencia. Los que portan las más largas, van por los alrededores. Los que van por arriba usan las piquetas, que son más cortas, y suelen subirse los más jóvenes, que llegarán hasta los copos.
Hay un tercer vareador, que con una vara entrecorta va espulgando por la parte interior del olivo. Entre todos van calando las ramas, buscando las aceitunas donde estén, y procurando no dar de frente porque salen como proyectiles y te pueden dar en un ojo.
Hay que referir que entre ellos hay una perfecta compenetración que les lleva a realizar un trabajo limpio en un tiempo aceptable, tirando al suelo la menor cantidad de tallos y dejando la mínima cantidad de frutos en el árbol. Eso le da brillo al grupo.
Allá están las mujeres con sus esportillos, agachadas, sufridas. Recogen las aceitunas que yacen en el suelo, que cayeron antes de madurar, debido al viento o a la sequía. A veces están muy clavadas en la tierra y cuando caen heladas no se pueden sacar, hasta que el sol da con generosidad. Pero ellas usan unos dediles hechos de una bellota de coscoja para protegerse el índice. Sin entretenerse, van recogiendo una a una de las soladas y las del salteo hasta que llenan sus esportillos. Realizan el trabajo más penoso porque es donde se pasa más frío y se va más arrastrado.
Después vendrá un muchacho con un saco para vaciarlas y las llevará hasta la criba o zaranda. Allí se van apilando los sacos para quitarles las piedras, las hojas y los tallos que siempre traen. Ya limpias, se van llenando en sacos de yute para cargarlas después en mulos y burros y llevarlas al molino.
El mayor disfrute llega con el almuerzo, cuando se abren las talegas, o las capachas, y se sacan las morcillas, los chorizos, torreznos y ensaladas. Para el postre, nueces, naranjas, granadas, higos y almendras que son un manjar apetecible. Es el momento en que se le da suelta a los chascarrillos e historias antiguas, al lado de la lumbre que calienta los huesos y reconforta, entonando el cuerpo para poder echar la tarde.
Al terminar la jornada, cuando ya se está cansado de dar palos o de estar tirados al suelo, el manijero da la voz que todos ansían oír, y se disponen a recoger los arreos y guardarlos. La jornada ha sido dura. Ahora a descansar. Pero aún hay que volver al pueblo, y la mayoría de las veces, caminando. Después habrá que atender los asuntos propios: la familia, ir a la tienda, preparar la comida, e ir por agua a la fuente. Algunos tendrán que arreglar a sus animales.
Así culmina un día rutinario; abrochado el jornal, pueden vivir sus familias.
Otra de las cosas buenas que tiene la recogida de la aceituna es que los jóvenes pueden estar más próximos a la chica que les gusta, sin levantar sospechas, y estar juntos para demostrarse su apremiante y generoso amor.

viernes, 14 de diciembre de 2018

TE HAS DADO CUENTA


Cristóbal Encinas Sánchez


Te has dado cuenta hoy 
de las cosas que comenzamos: 
dos éramos, dos somos; 
así estaremos hasta que uno falte.
Después, casi nada de nosotros quedará,
solo nuestros hijos
y lo que hayan aprendido de nosotros,
de lo que aprendimos de nuestros padres,
de lo que ellos aprendieron de nuestros abuelos:
una vaga sombra, un sentimiento...
y los recuerdos.

martes, 11 de diciembre de 2018

LA CASA DEL PUENTE

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

                Situada a la entrada del pueblo, con el río a sus pies, la casa del puente era la que recibía a los visitantes. Dotada de amplios espacios, se mostraba majestuosa para celebrar toda clases de eventos. En épocas de carnaval discurrían personajes practicando ceremonias de iniciación y deseos de tener suerte en sus amores. A través de un ventanal trasero, los muchachos observaban con interés a las chicas que mostraban sus elegantes figuras , dejándose acompañar por algunos de los allí presentes más atrevidos.                                                                                         
Un día, el padre de uno de ellos fue a observar qué ocurría en aquella casa, pues le habían comentado que su hijo actuaba en unas representaciones nocturnas. Fue a buscarlo, y vio a otros jóvenes merodeando. Se acercó y tras los cristales vio a su hijo junto a una mujer semi desnuda, sentado en un sofá y haciéndole caricias. De súbito, le ardió la sangre.                       
Los demás jóvenes se reían nerviosamente ante la presencia del padre, que no estaba de acuerdo con lo que allí se exponía. Ante tal espectáculo, quedó sorprendido. Entonces se le ocurrió coger un ladrillo y lanzarlo contra la ventana. El estruendo que produjo al romperse el cristal fue ensordecedor. Con gran confusión, la pareja desapareció de la escena. Después a alguien de la casa se le ocurrió apagar la luz en el interruptor general. De inmediato, en la casa cesó toda actividad. Tras unos minutos de espera, por una puerta lateral, salió el muchacho presuroso. Todo quedó en silencio.

A otro día la casa apareció cerrada. Los nuevos visitantes se extrañaron mucho. Un rótulo en la puerta anunciaba el cierre del establecimiento por perversión de menores. 

lunes, 12 de noviembre de 2018

A LA LUZ DE LA LUNA


CRISTÓBAL  ENCINAS SÁNCHEZ
         Entre las junqueras del estanque las ranas croaban incansables su resuelta partitura, complaciendo a la noche cálida y buscando ansiosas, tal vez, a sus parejas. Las sopranos tenían sus cuerdas bien templadas, dando unos tonos sonoros, brillantes.
Pendiente estaba yo de aquellos cantares anfibios cuando recordé la rana del cuento a la que besó un príncipe y se convirtió en hermosa doncella, a pesar de que su piel resbaladiza no era apetecible para ser besada.
Todas las tardes del verano cantan a coro, y en una de ellas me acerqué sigiloso al agua cristalina que transmitía las suaves ondas de sus imperceptibles saltos. Los resueltos ojos, casi escondidos bajo la superficie, escudriñaban, sin ser vistos y, sin alterarse, mi figura. Me agaché y me fui hacia la parte más tupida de las junqueras altas, con una lentitud tan exagerada que logré coger a una. En mis manos la contemplé y la acerqué a mi cara. Entonces se me ocurrió darle un ligero beso. Con las patas estiradas, me miró atenta. Yo la observaba, como esperando una transformación instantánea. Como no ocurría nada, le secundé con otro beso, dándome la impresión de que me sonreía. Nada de eso. La puse suavemente en la palma de mi mano y al final se decidió a dar un salto olímpico con un estilo impecable que la llevó hacia el centro del estanque.
Esta tarde cuando anochecía me he pasado otra vez por la charca, cuando estaban en plena sinfonía. Oigo algunos chapoteos. ¿Pensaría la rana que estuvo en mis manos que al darle el beso quizá fuera yo el que se transformara en su príncipe?

En esas noches del verano cuando la luna está en su plenilunio y resuenan cantos entregados, yo me imagino que estoy nadando en un lago rodeado de verdes arboledas inundado de exóticas fragancias. Y que allí hay una mujer escondida que se me acercará para hablarme con voz apasionada. Entonces, los dos nos iremos nadando hacia una pequeña isla interior, en la claridad de la noche solazada.

sábado, 10 de noviembre de 2018

A ORIÓN



CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Centellea el canto con el fragor poseso
que se asoma al centro en la batalla;
brillan majestuosos los galones
del emisario azul en el Olimpo:
se ha propuesto resolverse Orión.

¡Oh, inefable voz excelsa!
de las notas expandidas,
transportada hacia el espíritu,
a un devenir errante
y a un constante nacer ígneo
que te sublima,
para rodar en círculos sangrantes
entre tormentas de eufóricas llamas
con penachos plenamente enfebrecidos.

Reclamo la auditoría del Sol
como nítido y esplendoroso juez
que está recién parido,
cabalgando inexorable en la galaxia,
resurgiendo de un volcán imaginario.
Hay un desplante y un silencio apolíneos,
y un despliegue atroz de nacimientos.
¡Oh, Orión!, constelación espléndida,
que desbordas en unos pocos segundos
y trasciendes el panorama conformando,
recodo tras recodo, el firmamento.

Un repertorio de cantos de pájaros
embravecidos y exóticos suena,
aclamando tu destino al universo
con todas las frecuencias inspirado.

Y el intrépido amigo del tiempo y de la luz
demuestra que vive, resonando.

domingo, 4 de noviembre de 2018

AMOR CANALLA


Cristóbal Encinas Sánchez

Lastras, como siempre,
de tu locura enfebrecida
mi silueta ya arruinada.
Desierta soy de lozano sentimiento
y de amor desposeída, con tal saña.
Tú que me infectas con tus besos
y ese mirar apasionado;
yo que me dejo caer en el olvido
de todas las cosas,
de mi cuerpo,
de mis palabras,
teniéndome a tu lado.
Aunque siempre me adules o castigues, no me importa,
porque soy reliquia de molidos huesos,
por esos celos que en mi carne clavas
como un puñal avieso
que hundiéndose acaricia,
una vez y otra,
la recién herida suturada.
No añoro tu aliento perdurable
ni apartada estoy de tus deseos;
y sufrir, como mártir, me supone
comprobar tus equívocos.
Aunque me devuelvas el beso
de tus colmillos que me sangran,  
mi cuerpo lo soportará,
porque es ese tu deseo:
sufro como el animal triunfante,
que siempre ha de ser fiero.
Y me infectas con tu látigo
que te hace sentirme propiedad amenazada,
y a mí desprotegida, eviscerada;
porque para ti soy la conquista hecha
que todavía has de reconquistar.
Y si no soy así –me dijiste–
ya no seré nada.
¡Pero tú tampoco serás nada
el día que yo no mantenga mi silencio,
cuando alguien pueda hacerse eco
y escucharme decir estas palabras! 

sábado, 3 de noviembre de 2018

UN HOMBRE QUE VIVIÓ EN EL FRÍO


  
Cristóbal Encinas Sánchez

Un hombre pasó frío en los campos nevados de la muerte
al lado de los cuerpos yertos de sus amigos
mucho tiempo.
Él estaba abrigado pero sintió aún más frío
cuando no podía taparse con una palabra de cariño
que le hiciera entrar en calor.
Cuando volvió a su casa después de la contienda,
tenía la lumbre encendida día y noche, invierno y verano.
Aquel paisaje de frío desolador
se le quedó enganchado al alma.
Pero aún esperaba que algún amigo caído regresara
y le diera sus cálidas palabras.

viernes, 2 de noviembre de 2018

CONSEJO PARA AHORRAR


Cristóbal Encinas Sánchez
(LEMA: ME PILLÁIS EN FRÍO)

                Su calor corporal acumulado en sus apretadas carnes lo podía aprovechar íntegramente, por lo que hacía pequeños movimientos gimnásticos. Cualquier ejercicio ayudaba en el día gélido del solsticio de la nueva estación: el invierno. El pronóstico del tiempo fue que nevaría por la noche.
El doctor le sugirió que se abrigara bien, que no dejara las ventanas del piso abiertas más de cinco o seis minutos, tiempo suficiente para oxigenar las habitaciones. Si las paredes y el suelo se enfriaban demasiado, para mantener después un ambiente confortable habría que gastar una cantidad de energía mucho mayor, con el consiguiente despilfarro económico para la comunidad.
A primera hora de la mañana del día siguiente, el doctor se la encontró en la sala de espera, aguardando para su consulta. Vestía con mucha ropa y con una gran bufanda enrollada al cuello, por lo que le dijo:
–¡Muchacha!, ¿te has resfriado? ¿Hiciste caso de lo que te dije ayer?
A lo que ella respondió con voz muy afligida y con cierto tinte irónico:
Es que ayer me pilló el frío
al no poder secarme pronto
después de caerme al río.

jueves, 1 de noviembre de 2018

DEOGRACIAS




CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

            Deogracias era una chica que colaboraba para organizar fiestas. Tenía un buen carácter, que atendía a todos con cortesía y delicadeza. Servía un gran vaso de ponche de frutas bien cargado. A todos les gustó pues le daba un punto excepcional.
Con la sonrisa en los labios fueron saboreando el delicioso alimento que ella había preparado hasta que dieron las nueve de la tarde, hora prevista para inaugurar la verbena veraniega de una noche de plenilunio.
Un conjunto de música pop iniciaba su actuación con unas palabras de reconocimiento a los congregados, augurando que la noche sería joven y romántica. Cada cual se tomó tiempo para ir buscando a su pareja de baile, después de entonarse con la primera pieza.
Uno de los jóvenes, un poco socarrón, dijo a su amigo:
–Voy a ver si encuentro a la esbelta Deogracias. Le pediré que baile conmigo y aceptará, ya lo verás –y ojeó detenidamente, desde un altillo junto al muro, todas las cabezas de los que no danzaban, sin poder vislumbrar a la despampanante chica. No la encontró tras dar una vuelta, y se dispuso a dar otra. Por segunda vez se encontró a su amigo y le repitió el comentario:
–Voy a ver si me cojo a la Deogracias, y estaré con ella toda la noche; ya sabes que se me da muy fácil y bien, le gusto –dijo con voz ostentosa.
Los músicos propusieron continuar con otra canción melódica, cosa que el público aplaudió con énfasis. A dos metros de distancia de los dos jóvenes, en una reunión que había tras un árbol, permanecía inmóvil la chica que con tanto afán había buscado. Entonces se dirigió hacia ella en voz baja, y tímidamente le preguntó:
–¿Por favor, bailas?
Deogracias no le respondió y, sonriente, se dispuso a recibirle. Con los brazos extendidos al máximo, y con una lentitud desmedida, se los dejó caer sobre los hombros a modo de palanca. No le permitió acercarse a ella en toda la noche.

miércoles, 31 de octubre de 2018

UN BOLAZO EN LA NARIZ


Cristóbal Encinas Sánchez

                En la tarde del sábado, los niños jugaban afanados en la plaza de la iglesia. Se celebraría la misa y los feligreses se apresuraban a entrar con los últimos toques de campana. Los jóvenes contaban sus hazañas rodeados de los pequeños entusiastas, a los que mostraban sus habilidades con el tirachinas, en el juego de la pita o en atrapar jilgueros con liria. El de más edad hizo ademán de cargar una bola de colores en su tirachinas. Tensó sus gomas con tiento, pero dándoles su máxima elongación. Hizo varias veces esta operación y, regodeándose, preguntó:
–¿Seré capaz de meter el proyectil por el rosetón de la fachada de la iglesia al primer intento?
 Todos estaban muy contentos de poder presenciar la gran proeza que proponía el tirador. Otros de su edad, con malicia dudaban y discutían. Esto le hizo reafirmarse en su decisión. Así obtendría el reconocimiento de todos. Al rato, dentro del templo, empezaba el sacerdote con los preparativos de la consagración de las especies. Si conseguía introducir aquella esfera, era probable que no golpeara nadie, pues la nave central tenía más de veinticinco metros de larga. Así que, envalentonándose, apuntó al centro del rosetón y disparó la bola. Y acertó. Todos los espectadores se sorprendieron y quedaron a la espera de que saliera alguien despotricando. 
Transcurrieron quince segundos cuando apareció por la puerta de la iglesia un guardia urbano, muy enfadado, para coger al impertinente. El muchacho se protegió por el corro de niños, y se hizo el sonso. Se había guardado su tirachinas en el cinto a la altura de la rabadilla y disimulaba bien.
El guardia miró en derredor varias veces y se fue directo al promotor del lanzamiento. Ya frente a él, le interrogó que quién era el que estuvo a punto de volcar el sagrado cáliz. Este, sumiso, no dijo nada, pero el uniformado conocía perfectamente los entretenimientos de aquellos jóvenes, y seriamente le reprendió:
–¡Dame el tirachinas! –y el muchacho se lo dio como si no supiese lo que acababa de ocurrir–. ¡Que no vuelvas a cometer semejante tropelía –expreso el guardia con severidad.
Desenredó las gomas y tiró el armatoste al suelo, pisándolo rompió la horquilla y las gomas y le instó para que se lo dijera a su padre, haciéndole comprender que la siguiente vez sería escarmentado.
Al volver a traspasar la puerta de la iglesia, el guardia se sintió orgulloso de haber dado una lección a aquellos adolescentes, los cuales se echaron a reír de una forma jubilosa. De buenas se había librado el muchacho.
Al día siguiente, la chica de la limpieza encontró en el suelo un trozo de la nariz del San José de la hornacina detrás del sagrario. Como no sabía qué hacer con ella, la dejó encima de la cómoda que hay en la sacristía, para que la viera el cura cuando fuera a vestirse para la misa del Día del Padre.

martes, 23 de octubre de 2018

HAIKU AL CORAZÓN


Cristóbal Encinas Sánchez

Con tierna súplica
al corazón, no fallas,
siempre le aciertas.
Tras de besarte,
mis besos siguen presos
para adorarte.

martes, 16 de octubre de 2018

EL ESCAPULARIO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

                La apesadumbrada chica esperó a que pasara la última columna de soldados. Al final de la estrecha calle avanzaba un carro tirado por un triste caballo. Los mutilados cuerpos, exangües, eran zarandeados por los vaivenes cuando las ruedas pisaban las piedras sacadas del pavimento. En uno de ellos, un brazo se extendió y en su muñeca mostró el mismo escapulario que ella había regalado la tarde anterior. Los labios se le quedaron congelados y no pudieron soltar ni una palabra, solo se le oyó gemir. Como una desquiciada se precipitó hacia el carro para comprobar si era el de su amado, pero su cara no estaba visible. El cabo que comandaba la fila ordenó a un soldado pararlo. Tras desplazar los cuerpos que se amontonaban sobre el que la chica había indicado, comprobó que una tupida barba le cubría el rostro. No podía razonar qué pudo ocurrir. Tal vez, en el último momento de la vida de aquel pobre hombre, le habrían consolado ofreciéndole la santa imagen para hacerle más llevadero su inminente trance.
Con gran resignación, la chica se retiró, de súbito, del inhumano carro para cobijarse en una lejana esperanza.

lunes, 15 de octubre de 2018

ACUÉRDATE DE QUE YA ES PASADO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Acuérdate de que ya es pasado
y que volverán a estar las golondrinas
de tu juventud y de tu infancia
en un paño de rosas enmarcadas.
Acuérdate de que ya es pasado
y que hiciste las buenas cosas que quisiste,
las que te acariciaron febrilmente la cabeza
y te impulsaron a muchas horas de embeleso.
Acuérdate de que ya es pasado
y que te equivocaste mil veces en tu empeño,
en las noches inquietas y tranquilas,
buscando un amor por desamor cambiado.
Acuérdate de que ya es pasado
pero sigue escribiéndolo en libros de plata,
emborronándolos y marcándolos
con un brazado de bondades y de abrojos.
Acuérdate de que ya es pasado
aunque tú seguirás danzando
por las esquivas plazas de la vida,
buscando en el mañana tus conquistas.
También acuérdate, aunque seas pasado,
que aun así es fácil alcanzarlo:
simplemente un lloro, una emoción sublime,
y seguirás sintiendo en tus entrañas
las azules auroras que soñaste.

jueves, 4 de octubre de 2018

AL FILO



Cristóbal Encinas Sánchez

                Se sentó en el frío escalón de su puerta a las tres de la madrugada. Acababa de llegar la ambulancia que él mismo había pedido a la chica del 016. La policía estaba al llegar también. Exhaló el humo de sus pulmones después de una prolongada chupada al cigarro. La noche se había presentado negra, y él había sido el causante.
Un haz de luz asomó por entre las copas de los árboles que adornaban la empinada calle. Se levantó de su asiento y casi deslumbrado se mantuvo de pie , enfrentando la situación. Le causó un pánico atroz al verse rodeado de tanta gente. ¿Qué había hecho?
Todos le miraban de forma incriminatoria. Absurdamente se había quitado un montón de problemas de encima, creándose otro más grave. 
Una camilla lentamente salió por la puerta de la casa y todos suponían a quien llevaba. Estaban horrorizados por el fatal desenlace.
El juez había desestimado la petición de protección que había solicitado aquella mujer. Era otro fracaso de la justicia en el tema de la violencia doméstica.
NO A LA VIOLENCIA DE GÉNERO

lunes, 1 de octubre de 2018

ELIGIERON AL MUERTO


Cristóbal Encinas Sánchez

(Lema : ALGUIEN QUE AHORA NO ESTÁ AQUÍ).

            Se estaba grabando en el teatro la escena de la doncella en que profusamente lloraba y derrochaba palabras de gratitud hacia el vagabundo que yacía en el suelo. Pisando la magna espada, con ánimo de sacarla de donde la habían clavado, exclamó una retahíla de frases con gran boato.
De pronto, por la parte izquierda del escenario aparecieron dos guardias para llevarse preso al autor del robo de aquella significativa arma, que era del Rey y que apareció, lamentablemente, junto al vagabundo.
Se había originado una encarnizada pelea –decían los allí presentes– por el motivo de la defensa de la doncella, que fue asaltada por varios delincuentes. El vagabundo la había defendido con habilidad inigualable para ponerla a salvo, pues fue un famoso espadachín en su juventud, pero esta vez lo habían herido a traición y yacía en el suelo con un sospechoso desmayo. Todos creían que aquella escena era parte de la obra.
Los dos guardias argumentaron que, por la inmediatez de los hechos cometidos, y con lo que estaban viendo, que no daba lugar a equívocos, deberían de llevarse a alguien para presentarlo como testigo del robo y de la contundente violencia perpetrada. Necesitaban a alguien argumentara el hallazgo.
Nadie sabía nada ni conocía al culpable. Todos se mantenían erguidos y serios. Al rato, y viendo que la cosa se alargaba, la doncella suspiró con gran entereza y, con mucho dramatismo, exclamó:

–A mí, llévenme a mí, ya que yo he estado a punto de morir y él me ha salvado –lo dijo para ver si ahora alguien la acompañaba y por ver la actuación de los guardias. Uno de ellos, sorprendido por el cariz de la representación, y para salir airoso ante una dama tan arrogante y bella, prorrumpió:

–¡No, no debemos cometer una tropelía!, una insensatez, pues sabemos que el asesino ha sido alguien que ahora no está aquí. Pero mientras encontramos alguna prueba más concluyente, pensemos –dijo el primer guardia.
El otro guardia, con ojos muy vivarachos y como habiendo encontrado la solución pertinente, pasados unos segundos soltó:

–Si no se ríen, me atrevo a presentar esta opción: ¡LLevarnos al muerto! Diremos que tenía un poco de vida y en el camino murió. Nosotros cumplimos nuestra misión, y ya vendrá la policía a investigar para descubrir al asesino.


Los allí presentes intentaron no sonreír, no sabiendo si aquello era una broma dentro del espectáculo. Los guardias se fueron con lo que más les importaba: la espada, y la reataron muy bien a la montura de su caballo.

viernes, 28 de septiembre de 2018

LA CASA DE MIS ABUELOS


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

             Esta noche encuentro en los posos de este vino amargo reminiscencias de la vida que tuvimos. Ya llegó el momento para no seguir fingiendo que supimos llevar de forma conveniente nuestra apresurada vida.
Ajeno a todo, me cobijo mentalmente en aquel cuarto de los trastos de la vieja casa de mis abuelos, en una feliz tarde. Allí había jáquimas colgadas, azadones, cestos con cuerdas, horcas de la parva, hoces y rastrillos mezclados todos en el rincón de una habitación pequeña destinada a almacén . Yo buscaba, ante todo, mi entretenimiento preferido: la albarda del mulo Romero. Me subía encima y comenzaba a recordar cuando trotaba por los campos de cereal casi recién nacido, por las orillas de los ríos y por los límites de las alamedas.
Me imaginaba corriendo por llanos del Banco con algunos compañeros de la escuela, hasta asomarnos a los acantilados, unos farallones que dan al Torcal, y desde allí descolgarnos para visitar las cuevas, con el peligro inminente de caernos en alguna sima y perdernos en ella para siempre.
Después, me subía a las cámaras de la casa, donde había jugado muchas veces con mi hermano. Nos escondíamos tras los haces de esparto que sobraron cuando se hizo el tejado.
Lo escrutábamos todo: sacudíamos impulsivamente los cencerros grandes y las campanillas que pendían de un clavo; manoseábamos las herramientas guardadas en las capachas. Sacábamos dos cuchillos y los atábamos a un palo para construir un chuzo con el que nos enfrentaríamos, en caso necesario, a algún sacamantecas escondido. Con una corneta inservible, calada en bandolera no fuera a perderse, intentábamos tocar y llamarnos, pero su boquilla no sonaba.
Lo que más nos gustaba era luchar con un largo sable herrumbroso y una bayoneta de medio metro. Por ser yo mayor que él y más robusto, me apropiaba de la espada, aunque no podía blandirla ni con las dos manos; pero nunca nos herimos, ni un rasguño, porque teníamos el cuidado necesario.
Íbamos después a darle un repaso a una arquilla vieja que contenía incontables botellitas con raras esencias pestilentes y de diversos colores, azules verdosos y morados; y hasta cartuchos de postas había, con su espoleta y que pudimos haber explosionado.
Lo que más me llamó la atención fue encontrar un bonito tebeo pegado a una de las paredes de la arquilla. En su portada apareció una caricatura magistral e impecable de Pepe Iglesias “el Zorro”, aquel hombre tan gracioso y amable, que nos haría reír en las noches del solitario invierno.

UN AMOR TEMPRANO


Cristóbal Encinas Sánchez

        En mayo pasado se cumplieron ocho años desde que me hicieras la primera confesión de amor, aunque tú no te dieras cuenta.                                                                                                                          
El día en que te conocí, ibas a la escuela de párvulos, tan pizpireta y activa, tan embelesada en tus cosas que no reparaste en mí, pero yo te observaba siempre que te veía aparecer. Eras la distracción de todos, y con tus representaciones nos dejabas boquiabiertos.                                                                                              
Fue el día de nuestra Primera Comunión. Tú ibas con un vestido de seda blanco y una diadema de flores fucsias y amarillas. Estabas realmente encantadora, tranquila, dominando la situación. Recuerdo, desde mi ventana, al verte salir a la calle, cómo te recogiste el faldón para no pisártelo. ¡Qué soltura y donaire!, y tu madre cómo sonreía complaciente. Los ojos te destellaban y aquellos dos rizos, que te hicieron con tanta elegancia, redondeaban tus delicadas facciones. Tu boca, jactanciosa, mostraba dos filas de dientes bien alineados y radiantes.                                                                                                                                                      
Al llegar el momento de tomar el Pan, me miraste de reojo y tuviste una caída de ojos  que hizo distraerme y no pude salir, seguidamente, a recibirlo también. Después me di cuenta, al hincarme de rodillas, de que volviste a posar tus humedecidos ojos sobre los míos, largamente, como asintiendo a mi pretensión de amor. Intuí que estabas hablándome puramente de amor,  a mí, que nunca me habías demostrado antes una pizca de interés. Desde ese día comencé a pensar en proponerte nuestro noviazgo.

Cuando pasó el verano, a mi madre la trasladaron a Cataluña y tuvimos que irnos toda la familia. Era el primer día de clase y nos despedimos en el aula, delante de tus padres y de los profesores, con un tímido adiós, como si fuéramos a volver a vernos mañana. Pero no fue así.                                                                                                                      
En mi nueva residencia hice amistad con otras chicas, pero mi amor seguía teniendo el destino de aquella mujercita de mi pueblo, pues desde nuestra separación nos escribimos porque nos queremos. Cualquier día de estos le pediré, sin más dilación, que si quiere ser mi novia, si es que ella no se hubiera decidido aún a pedírmelo.

domingo, 23 de septiembre de 2018

OTOÑO PERFECTO



CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

El otoño va labrando con pulcritud exquisita
los perfiles y colores de todas las plantas.
El paso incansable de los días nos aproximará
al invierno donde todo permanecerá quieto,
latente, para resurgir luego cuando vengan
los cantos de la inusitada primavera
que dejará traslucir sus bendiciones.
Mientras, la estación callada irá colgando
las últimas postales en su trayecto nostálgico.
¡Vive!, otoño, que todo lo sugieres y trasminas,
volviéndote a pares de colores infinitos.
Elogiando tu recuerdo
siempre hay alguien que te observa
y te enmarca en un dorado reflejo.
Y tú has de saber que en él
has conseguido ser perfecto.

viernes, 21 de septiembre de 2018

El TIEMPO LANGUIDECE



Cristóbal Encinas Sánchez                                                                                 
Que el tiempo languidece   
con la mezquindad con que se obra;                                                 
que del todo, nada hay que dar por concluido,
ni decirlo todo, a veces.
Así somos, no a conformes manifiestos,                                            
que siempre te he de saludar primero                                                 
en el preciso momento de cruzarnos.                                            
¿No ves mi mirada resuelta a no mirarte,                                  
que caza el impacto de tu aspecto?
Tienes la presencia inquieta,                                                         
el movimiento de los ojos fuera de su ámbito,                              
negando la expresión del rostro                                              
en el ignorado transcurrir del día.                                      
Está como cansada tu cabeza                                                           
y el respirar entrecortado te delata.                                           
¿No será quizá por miedo a dar respuesta                                        
a tus vaivenes obcecados                                                    
que te tienen anclada a tus palabras?       
Que sea de otro el tiempo aletargado,                                         
que el mío yo lo ofrezco en canto vivo                                         
que nace de horizontes claros                                              
para crecer a la vida prontamente,      
y surge al próximo suspiro
de aferrarme al abrazo con el mundo
que necesita así ser aprehendido.