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jueves, 30 de agosto de 2018

EL TIEMPO



CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Está oscuro. Está lloviendo y es de noche.
Me he despertado de mi sueño
por el delicioso murmullo que produce el agua
al caer despacio, suavemente.
Débilmente las gotas de lluvia golpean
la dura acera de la calle.
Plácidamente, acostumbro, poco a poco,
el oído a la dulzura de sus notas,
al rasgar el silencio.
Tiro de la ropa hacia atrás y me levanto
para mirar a través de la ventana.
Sin prisa, con reparo a hacer algún ruido, la abro.
El agua, entremezclada con el viento,
me da en el pecho y en la cara:
un delicioso frescor alivia mi cuerpo.
La leve brisa, que corre de un lado para otro,
se disuelve en mi cuarto, lenta y muda.
Las cortinas se balancean en su presencia inesperada.
De pronto se aprecia la oscuridad intensa,
por la poca luz que despiden los tenues filamentos
de las exiguas bombillas que quedan en su sitio.
Una serenidad extrema se descuelga del manto de la noche.
Mientras tanto pienso en algo que me falta.

El día que transcurre libremente,
no puede pararse ni un momento,
para darse por vencido ante él mismo;
incansable y despreocupado se desliza
a través de una serie de días ilimitada
el tiempo.
El tiempo no puede pensar que ciertas horas
no deberían de terminarse nunca.
Nosotros, todos, marcamos el ritmo que nos manda,
y no es posible exigirle que se estanque,
porque es la vida quien le obliga a andar.
Sí, ahora pienso en esas cosas,
pienso en algo que me falta:
¡me falta tiempo!

Pienso en los días que estuve junto a ti,
y que añoraba la paz contigo,
la dulzura y la inmensidad de la noche,
el volar del pájaro errante,
el ruido de las olas al romper,
el olor de la ansiada primavera,
el delicado cantar del ruiseñor;
la nostalgia de un tiempo que pasó,
el mojarnos unidos por la lluvia,
la fuerza para sostener un mundo,
la apacible serenidad del lago,
la sonrisa plateada de tus labios
y el mirar de tus cálidos ojos.
Sé que todas aquellas añoranzas
se quedaron grabadas en mi mente
y almacenadas en mi corazón.
La fiereza que me mostró el presente
al intentar crearme un futuro feliz,
afloraba con viveza en mi memoria,
se separó de aquella mi esperanza
que en un día lejano sorprendí.
Mas ahora pienso en esas cosas,
pienso en algo que me falta:
¡me falta tiempo!

Sí, ahora que el aire me azota la cara,
y el agua se introduce en mis ojos y mi boca,
me hace saborear la dulzura de un pasado,
cuando aquella lluvia me mojaba
a la par que me mojabas tú, mirándome,
cuando tus labios no hacía falta que susurraran
sin romper el hilo de nuestra mirada,
envolvente y fresca; 
y es cuando siento una nostalgia
por la vida que pasó,
llena de los ratos alegres y fugaces, 
ininterrumpidos y vivos, que a tu lado viví.
Cuando el frío calentaba tu sonrisa
y tu calor apagaba mi rescoldo;
cuando la nieve se derretía al ver tu flor,
al sentir tu perfume, tu pisada,
tu mirar, que es tu cielo.
Ahora pienso en esas cosas,
pienso en algo que me falta:
¡me falta tiempo!

Sí, me falta el tiempo que estuve contigo
y que no pude almacenarlo o encerrarlo,
guardarlo como a lo que más se quiere,
cuidarlo como a unos zapatos nuevos,
un primer anillo, un crucifijo o un antiguo sombrero.
No pude encerrar aquellos momentos,
porque el tiempo no cesa en su cometido;
tenemos que marcar el tiempo que él nos fija
por el estrecho paso de los días.
No es posible que se estanque
porque es la vida quien le obliga a andar.

Despacio y en la oscuridad me dirijo hacia mi cama;
he dejado la ventana entreabierta
para que así el aire fresco me acaricie la cara.
Las cortinas se balancean sinuosamente.
Aún noto el débil sonido del golpe de las gotas de lluvia
en la desgastada acera de cemento.
Es muy entrada la noche ya.
Soñoliento, me pongo a esperar el día.
Apoyada mi cabeza sobre el cabezal de la cama,
vuelvo la vista hacia el trozo de cielo,
y pienso en algo que me falta:
¡me falta el tiempo que me arrojó a tus brazos!

miércoles, 22 de agosto de 2018

TUS PALABRAS


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ 


Tenía frío cuando fui a acostarme a tu lado, 
permanecí helado un largo rato sin hablarte,
pensé que era mejor así.
Tú desprendías un calor de pan de horno
pero yo seguía tiritando.
Más tarde tuve una sensación tan rara
que pensé que me estaría muriendo,
pero no era cierto.
Fue entonces cuando te desperté, te hablé
y te pedí un poco del calor de tu boca;
y tu aliento comenzó a resucitarme.
A partir de ese momento,
no habrá noches que transcurran y tú estés lejos.
Menos mal que se me ocurrió hablarte;
y gracias, por ofrecerme tus palabras.