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miércoles, 24 de febrero de 2016

NO HUYAS PRIMAVERA


CRISTÓBAL ENCINAS  SÁNCHEZ

Los campos tristes y solos se quedaron.
Aromas de azucenas y otras flores,
se los privaron de ellos tus amores: 
tus huellas en sus mentes se grabaron.

Anhelan todos tu pasado; amaron
en toda hoja escondida tus colores;
mas no encontraron rastros ni rencores;
sinsabores dejaste, marchitaron.

Se va pudriendo todo, pero esperan
el amor que tú les diste en tu lecho.
Sí, ni la paz ni la vida prosperan.

Anhelan tu regreso; y yo te echo
pesares del esfuerzo que reiteran,
amores que tenemos sin despecho.
(Córdoba, 1974)


martes, 23 de febrero de 2016

UN COMENTARIO APRESURADO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

(Para el Taller de Narrativa Loquepienso,loescriboaquí .
Lema: Las prisas.)

      Fui a pedir cita al traumatólogo. La sala de espera rebosaba. La gente salía rápido de la consulta. Hacía calor y me quedé próximo a la puerta para estar fresquito y aligerar el tránsito. Tras unos minutos un paciente resopló:
       –Se va a escapar el gato.
Comprendí que algo ocurría. No cerré la puerta por tenerla diáfana para los ya visitados, para que no se entretuvieran en abrirla y cerrarla. Eso es lo que alegué a mi inesperado contertulio, pero no lo aprobó. Le dolía la espalda con el sobrevenido biruji. Cerré sin dilación.
        –Vengo a pedir cita, solo a eso –le dije para su tranquilidad–. El calor seco va bien para el dolor de huesos. Nosotros tenemos una manta eléctrica que ha funcionado bien hasta hace unos días. Su termostato está construido en Cataluña, es bueno y lo repararé.
        –Yo también tengo una, de marca alemana. Es del tamaño de esta radiografía-  me la mostró. Su mujer, que estaba sentada junto a él, argumentó:
        –Cuando en casa se avería algo, mi marido compra el aparato nuevo. Si cuesta arreglarlo cien y nuevo vale doscientos, no merece correr riesgos.
Yo le dije que sí lo merecía.
       –En una ocasión se me estropeó el kit de la puerta de la lavadora. Fui a comprarlo para sustituirlo. Funcionó bien varios años. Me costó ciento sesenta  pesetas –dije.
  –Fue por eso de la pela, ¿no? –me interpeló él.
  –¡Hombre, claro!
La enfermera me llamó para darme la cita otro día. Cuando ya me iba, esta le dijo que el médico le esperaba. Pero antes de entrar se volvió hacia mí con intención de preguntarme, por lo que me esperé:
       –¿Nació usted en Cataluña?
Todos los asistentes se volvieron extrañados.
–¿Se me nota? Soy de Badajoz.
– ¡Ah! Es que usted ha estado hablándome de catalanes y ya estaba harto. He roto radicalmente con ellos, no los trago.                                                                
–Bueno, hombre, no se ofusque,  tampoco es para tanto –susurré.
–¡No quiero seguir la conversación! Por cierto, el champán de Badajoz está buenísimo y es barato.  A 1.80 euros por botella.
 –Muy bueno –le reconocí. Pensé que algo desagradable le ocurrió en esa región y por eso sacó sus conclusiones  a la ligera–. Adiós. ¡Que se mejore usted!

      Y entonces, al salir, dejé la puerta bien "tancada".
                        FOTO DE ARBUNIEL DEL ÁLBUM DE MI AMIGO JUAN QUESADA

martes, 16 de febrero de 2016

ACORRALADO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

         Estaba amaneciendo cuando oyó movimientos extraños en las calles contiguas. Esto le causaba cierta zozobra y mal estado de ánimo. Era en un día de frío intenso, invernal. El mismo  humo estaba por todos lados, y en el ambiente había un exagerado olor a cebolla, algo inusual.  
 Con la mosca en la oreja, se levantó muy suspicaz del lugar donde descansaba. Se puso algo nervioso al oír unas pisadas de grandes botas que armaban mucho ruido, como si fueran apartando obstáculos en el camino. Quiso acercarse a un agujero practicado en una pared hecha con ripios y mal encalada, a modo de ventana, pero se pegó a la columna que había tras la puerta y aguantó, clavado, la respiración todo el tiempo que pudo. Justo en ese momento, volvió a oír, esta vez, un grito de dolor horrible,  mantenido durante algunos segundos. Ante la situación empezó a temblar de tal manera que no se tenía de pie; por ello optó por sentarse en el suelo y evitar cualquier golpe que pudiera delatarle.  Esperó recostado y se cercioró de que la puerta estaba bien ajustada. Mientras tanto, los pasos se iban acercando, aceleradamente, y la conversación de los transeúntes la percibía más nítida. Las cerdas de su cuello se le pusieron tiesas, como leznas, a la vez que un sudor frío le recorría todo el cuerpo. El corazón le latía desaforadamente, como nunca.
Alguien del grupo golpeaba unos útiles metálicos, haciéndolos resbalar continuadamente, como afilándolos. Otro decía, a varios metros de la puerta, que si hacía falta una antorcha para verlo al entrar.  Una voz conocida y cálida,  respondió, suavemente, diciendo que sí:" Ven tú solo conmigo, los demás, atrás, que no os vea y lo cogeré por sorpresa. A mí me conoce y no se alarmará".

El  que estaba acorralado vio cómo se abría la vieja puerta de roble, igual que todos los días a aquella hora. Pero en vez de traerle un cubo de comida, su amo le mostró un gancho con la punta afilada y asido por el otro extremo curvado. Quedó estupefacto. Si en ese momento le pinchan no echa ni una gota de sangre. A continuación reculó hacia el rincón de la zahúrda donde había dormido.  
El matarife se le acercó circunspecto pero propiciando una irónica sonrisa. De golpe, le echó el gancho a la papada y tiró hacia sí, quedando el cerdo atrapado por la mandíbula. Entonces gruñó, suplicó, desesperadamente, pidiendo clemencia, mientras iba al cadalso. 

domingo, 7 de febrero de 2016

EL AFILADOR

Cristóbal Encinas Sánchez

   Abajo, en la calle, se oye un silbido lejano de una flauta de pan, que todo el mundo reconocemos. Si te asomas a la ventana lo puedes comprobar, y no falla. La gran rueda que lleva un hombre moreno, vestido con un  mandil de cuero negro cargado de hollín y chamuscado, la acelera, a golpe de pedal, sin prisa.                                                                            
A los niños que acuden en corro les ensimisma verlo, cómo dota de un filo cortante a las tijeras y cuchillos en medio de un murmullo de pequeñas estrellas encendidas,
Dicen que ese hombre, a la vez que afila, se lleva otras cosas. Hasta siete le han contado a alguno de los que suele venir: son las vidas que a veces siega.

No es razonable ponerle oídos a los bulos que corren por ahí y que están cargados de amenazantes supersticiones. Pero ten cuidado de que el afilador no se pare en tu puerta.