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sábado, 25 de enero de 2014

TE HAS DADO CUENTA

            TE HAS DADO CUENTA                                                                                 Cristóbal Encinas Sánchez

Te has dado cuenta hoy                                                                         de las cosas que comenzamos:                                                             dos éramos, dos somos;                                                                         así estaremos hasta que uno falte.                                                       Después, casi nada de nosotros quedará,                                           solo nuestros hijos                                                                           y lo que hayan aprendido de  nosotros,                                               de lo que aprendimos de nuestros padres,                                  de lo que ellos aprendieron de nuestros abuelos;                                 una vaga sombra, un sentimiento,                                                                                                                 y un recuerdo.                                       

ROSCOS DE SARTÉN

                                                       ROSCOS DE SARTÉN                                                         Cristóbal Encinas Sánchez

INGREDIENTES

-6 huevos tamaño XL
-18 cucharadas soperas de aceite de oliva virgen
-18 cucharadas de azúcar (unos 100 gr)
-18 cucharadas de leche  
-4 ralladuras de limón (que cada uno pese unos 130 gr. y con piel gruesa)
-6 sobres de refrescos el Tigre
-1700 gr de harina, aproximadamente
-50 gr. de anís (un vaso pequeño)
-1 sobre de levadura Royal
-50 gr de canela molida
-1/2 kg de azúcar

PREPARACIÓN

En un barreño mediano, o lebrillo, se echan solo las claras de los huevos y se baten hasta montarlas. A continuación se echan las yemas y se vuelve a batir. Cuando ya se ha homogeneizado la mezcla se le añaden los ingredientes, si bien de la canela se echa la mitad de lo que se ha referenciado. La harina, en pequeñas cantidades, será lo último que se eche y se irá removiendo la mezcla con una cuchara de palo, en principio. A medida que se va espesando la masa se procederá a meter la harina con las manos. El punto de saturación de harina se estimará cuando apenas se pegue la masa en las manos. Siempre es mejor no hartar la mezcla de harina porque luego durarán menos tiempo los roscos tiernos.
Una vez homogeneizada la masa se dejará reposar  entre 15 o 30  minutos para que crezca.

En una sartén honda de unos 25 cm de diámetro se verterán unos 2 litros de aceite y se pondrá a calentar, sin quemar el aceite. Para ello se hará una prueba con un trozo de pan. (Se ha de tener en cuenta que la altura del aceite será de unos 5 cm para que los roscos no toquen el fondo de la sartén y se vayan a quemar). Ya listo el aceite, se irán echando los roscos  de masa que se han confeccionado, y se procederá  de la siguiente manera, para así llevar una idea más práctica en la tarea.
Se hacen cilindros de masa con las manos, de una longitud aproximada de  unos 10 cm (el ancho de la mano) y de unos 3 cm de diámetro, por lo que tendrá un peso de unos 60 gr. Este cilindro de masa se extiende en la mesa con un vaso mediano impregnado en una gotas de aceite, para que no se pegue, y se irá rodando y aplastando sobre ella, hasta conseguir una tira de unos 20 cm de longitud. El ancho de esta tira será de unos 6 o 7 cm y de unos 3 o 4 mm de espesor. Para dar forma al rosco,  se cogen los extremos de la tira y se pegan sobre los tres dedos de la mano, solapándose unos tres cm. Por último se pliega sobre sí mismo el cilindro obtenido, haciendo un doblez hacia fuera. El diámetro del rosco en masa será de unos 6 a 8 cm.
En tandas de 5 o 6 unidades se irán depositando sobre el aceite fuerte, pero sin humear, en la sartén para que no se quemen. Se le darán movimientos rotativos, o vueltas, con una cuchara, o palo, por el interior del rosco para que se hagan circulares, en los primeros segundos y queden más presentables. La fritura durará de  4,50  a 5,50 minutos. Tras sacarlos se les espolvoreará el azúcar mezclado con el resto de la canela que sobró, al gusto. Cuando se hayan enfriado estarán listos para ser servidos.

NOTAS
- Con un palillo higiénico se pincharán los roscos antes de sacarlos del aceite, para comprobar si está bien cocida la masa.
-La masa que se obtuvo al mezclar los ingredientes pesará unos 3 kg. Con el aceite absorbido en la fritura y el azúcar que después se le espolvoreará conseguirá pesar unos 3,50 kg. El rosco entonces, al final del proceso, pesará  unos 70 gr. Habrán salido unas 50 unidades.
-El aceite, que sigue siendo válido todavía, se volverá a reutilizar en la siguiente vez que  se vuelva a hacer roscos.
-En verano pronto se ponen los roscos duros, por lo que si no se van a comer en los días siguientes se recomienda congelarlos y después se meterán en el microondas sobre un minuto o minuto y medio cuando se vayan a consumir.    
Si faltase algo ¿haréis el favor de comunicármelo? Gracias.                                                                                                                 Arbuniel, a 30 de diciembre de 2013

viernes, 24 de enero de 2014

UN BOLAZO EN LA NARIZ

                                               UN BOLAZO EN LA NARIZ                                                                                          Cristóbal Encinas Sánchez

En la tarde del domingo, los niños jugaban afanados en la plaza de la iglesia. Se celebraría la misa y los feligreses se apresuraban a entrar con los últimos toques de campana. Los jóvenes contaban sus hazañas rodeados de los pequeños entusiastas, a los que mostraban sus habilidades con el tirachinas, en el juego de los cantillos, de la pita o en atrapar jilgueros con liria.                                                                                             El de más edad hizo ademán de cargar una bola elástica, de surtidos colores, en la badana de su tirachinas. Tensaba sus gomas con tiento, pero dándoles su máxima elongación. Hizo varias veces esta operación y regodeándose dijo que él era capaz de meter el proyectil por el rosetón, sin cristales, de la fachada de la iglesia al primer intento. Todos estaban muy contentos de poder presenciar la gran proeza que proponía el osado tirador. Otros de su edad, con más malicia dudaban y discutían. Esto le hizo reafirmarse en su decisión. Sería reconocido por todos y eso le envalentonaba.                                  Al rato, dentro del templo empezaba el sacerdote con los preparativos de la consagración de las especies. Si conseguía introducir aquella esfera era probable que no le diera a nadie, pues la nave central tenía poco más de veinticinco metros de larga. Así que apuntó al centro del rosetón y saltó la bola, como una exhalación buscando la pretendida diana.  Después, todos los espectadores, se sorprendieron y quedaron a la espera de que saliera alguien despotricando. Transcurrieron quince segundos, cuando apareció por la puerta un guardia urbano que asistía al sacrificio, y muy enfadado para coger al impertinente. El muchacho se protegió por el corro de niños, y se hizo  el sonso. Se había guardado su tirachinas en el cinto a la altura de la rabadilla y disimulaba.                                                                                                                                                        El guardia miró en derredor varias veces y se fue directo al promotor del lanzamiento. Ya frente a él, le interrogó que quién era el osado que estuvo a punto de trepar, de rebote, el sagrado cáliz. Este, sumiso, no dijo nada, pero el uniformado conocía perfectamente los entretenimientos de algunos jóvenes y le obligó: ¡Dame el tirachinas! Y se lo dio, como si no supiese lo que acababa de ocurrir. ¡Que no vuelva a suceder otra tropelía semejante!, dijo con cara de airado. Tiró el armatoste al suelo, pisándolo para hacerlo mixtos. Rompió la horquilla y las gomas para tirarlos a la acequia. Le instó para que se lo dijera a su padre, haciéndole comprender que a la siguiente vez sería escarmentado. Y no porfiaba, seguro.
Nada más traspasar la puerta de la iglesia, el guardia se sintió orgulloso de haber dado una lección a aquellos adolescentes, los cuales se echaron a reír de una forma explosiva y jubilosa. De buenas se había librado el muchacho, pero habría que esperar a la noche para cantar victoria.
Al día siguiente, la chica de la limpieza se encontró un trozo de la nariz de San José, que está en una hornacina detrás del sagrario. Como no sabía qué hacer con ella, la dejó encima de la cómoda que hay en la sacristía,  para que la viera el cura cuando fuera a celebrar otra misa.

viernes, 17 de enero de 2014

CANCIÓN PARA NO OLVIDAR

CANCIÓN PARA NO OLVIDAR                                                                                     CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Quisiera que Soledad 
volviera hacia mí sus ojos; 
quisiera ver su mirar 
y de frente ver su rostro.

Quisiera que Soledad 
se olvidara de su enojo
y yo ver en su mirar 
si aún queda algún rescoldo.

Sé que Soledad se ha ido
y no puedo verla más;
mas imploro que un día venga
para encontrarme con ella, 
y entonces le cantaré 
estas mismas cosas bellas
sin dejarla de mirar.

Quisiera que Soledad 
volcara hacia mí sus ojos
y abrirme su corazón:                                                                                                                                            yo le mostraré mi gozo

Pero ella marchó ya 
y yo me quedé muy solo,
¡qué pena no verla más!,
pues no podré ver sus ojos, 
tampoco oírla cantar; 
no podré tocar sus labios
ni besarlos, ni pensar;
ni pensar en otra cosa
que no seas tú, ¡Soledad!

Quisiera que Soledad 
buscara atrás en el tiempo,                                                                                                                             pues desde entonces la quiero
y no la dejé de amar.

lunes, 13 de enero de 2014

LA FORMIDABLE MÁQUINA DEL MIEDO

               LA  FORMIDABLE  FÁBRICA  DEL  MIEDO                  Cristóbal Encinas Sánchez
En un apacible pueblo entre montañas vivían muchas familias con varios hijos cada una. Alardeaban de tener un gran horno donde se amasaban  todos los  tipos de pan, hogazas de distintas semillas con formas de estrella y de media luna, salpicada de frases bonitas. Allí trabajaban confiteros de prestigio que elaboraban empanadillas de coral blanco, con mermeladas de doscientos tipos de frutas, vainillas de diez colores y variedades de pasteles milhojas reconocidos en la comarca. Disponían de una fábrica de aceite que desprendía el mejor olor al cocinar con él y propiciaba el mejor humor entre sus consumidores. La última fábrica era de juguetes inteligentes, muy habladores, que leían relatos y cuentos al que se lo pidiese. En los modelos de nueva generación, muchos niños colaboraron en el diseño, tal como era de esperar. 
En las vacaciones de verano, en grupos homogéneos, iban entrando todos los niños a ver los puestos de trabajo para conocer sus instalaciones y aprender bien el funcionamiento de las máquinas. Esa experiencia, cuando fueran mayores les serviría para ser buenos profesionales. Mejorarían el rendimiento, la calidad de los productos y el Estado del Bienestar.
El día anterior a la Navidad día entró en el pueblo una caravana de camiones que transportaban unas llamativas tolvas piramidales coloreadas, con letras sugestivas, con unos engranajes y tornillos sinfín. Este hecho les causó inquietud. “¿Qué podrían fabricar dentro de aquellos armatostes clonados sino productos siniestros?” Los mayores estaban cada vez más contrariados. Seguro que se desintegraría todo lo que cayera en su interior a gran velocidad, produciendo desechos contaminantes y olores fétidos. 
Grandes robots, de penetrantes ojos, empezaron a montar paneles verdes en un recinto rectangular que cercaría el gran complejo. Cuando terminaron el tejado, todo quedó sumido en un silencio sepulcral. La rapidez con que se montó la factoría y la escasa información que dieron sobre su utilidad, les hizo reafirmarse en sus presagios: sería petrificado el que traspasara el umbral.                     Pasada una semana, un doctor de rubicundas y luengas barbas se presentó ante el pueblo. Explicó que en la controvertida fábrica se trataría el miedo. “Con altas extracciones de miedo de los jóvenes afectados se forjarían los pilares básicos del carácter. “¡Eso es una patraña disfrazada de otra más grande”, comentaba la gente. “Nos infundirán la zozobra en nuestro espíritu, nos harán tímidos y torpes acatando órdenes como zombis para realizar todas las actividades”. Era la opinión de una mayoría recelosa. 
Al primer niño, reticente a entrar a probar aquel artefacto, le quitaron en un tris el miedo a la oscuridad y le dieron la confianza en sí mismo. Su  pánico a hablar en público desapareció y sus labios mostraron  locuacidad. Al siguiente, le liberaron del terror a subir en bicicleta y a coger los cangrejos del río y a montar a caballo. Los demás olvidaron rotundamente sus prejuicios a la hora de juntarse con los compañeros para jugar en el recreo, a intercambiar sus cromos o a ayudarse en los deberes escolares.
Aquella ingeniosa máquina aliviaría a los que le hablaran de miedos, infundados o reales, y que les impidieran progresar en sus ideas y sentimientos necesarios para alcanzar la plenitud. Unas buenas relaciones con los seres vivos y con el medio ambiente extenderían la felicidad por el mundo.            
Estos niños, cuando fueran adultos, manejarían las formidables máquinas para curar a todas las personas mayores.

CLARO PENSAMIENTO

                     
                            CLARO PENSAMIENTO                             Cristóbal Encinas Sánchez
Las clases destinadas a mejorar sus textos eran cada vez más aprovechadas. Las ideas a desarrollar  se incrementaban.  Creía que la entidad de sus relatos rozaba la categoría de las novelas cortas. Según sus expresiones, en las reuniones periódicas mensuales, manifestaba un progreso palpable como escritor.  
Cada mañana se levantaba más temprano para desmenuzar las palabras  con el diccionario. Las palabras encontradas en escritos anteriores no eran lo precisas que su experiencia le exigía. Un día se despertó plácidamente y vio todas las cosas en su sitio. Empezó a corregir frases y a cambiar párrafos completos de su ubicación porque no eran cronológicos. Tendría que releerlos, reordenarlos y tal vez suprimirlos de sus archivos. Incapaz de producir ninguna violencia lingüística, exento de ambigüedad y recelo todo estaba incólume, y mostró gran satisfacción. Se conformaba con su descubrimiento. “Para qué seguir escribiendo, si todo lo importante ya está dicho  –reflexionaba —y solo hay que buscarlo en los archivos, en mis resúmenes, en los libros de la biblioteca y entresacar, después, los pensamientos vitales y filosóficos”.
Se encaminó hacia su ordenador, que llevaba muchos años encendido, y se sentó ante él. Empezó a borrar, uno a uno, sus archivos, no sin antes pararse a recapitular en lo que originó cada uno de sus relatos: un deseo, una palabra o una idea primigenia. Su decisión era ya imparable. Continuó con la tarea de eliminar hasta que la pantalla quedó en blanco. ¡Qué bien! Ahora descansaría y con ánimo buscaría el sedimento para sus historias. Muy seguro de haber tenido este acierto, era feliz.
Transcurrieron los años y un día alguien se encontró toda su obra primitiva guardada en el lugar esperado. A todo lo que fueron sus manos capaces de escribir, diariamente, su hijo pequeño, le hizo dos copias de seguridad. Simplemente, por prevención o pura mecánica.