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martes, 15 de octubre de 2019

HACE DOS MESES


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

                ¿Indagarme yo, sobre mí, para qué? Me río hilarante. He logrado salvar el bache. Tengo mis ideas y mi vida claras, nunca me he escondido en ningún subterfugio. ¡He cambiado!, eso es todo. Me conforta decir que tengo una edad en que la juventud todavía me alienta. Me asomé a un precipicio hace dos meses y medio y desde allí vislumbré nuevos paisajes. Mi vida está ordenada y mis relaciones con los demás son fáciles. Mis cuentas las tengo al día, y pago normalmente. Tengo obsesión por cumplir con mis compromisos, por lo que espero que la gente se porte bien conmigo.
Cada día, en la calle, soy cortés con los viandantes, saludo a mis amistades y, si es necesario, me paro un minuto para preguntarles por la familia. Camino rápido como un jabato que no se despega de su madre al cruzar la carretera. Voy de frente, con la cabeza erguida, y mis ojos verifican que las cosas transcurren para que no suceda nada indeseable. Si una persona requiere mi ayuda, se la presto de buena gana y me voy tranquilo.
En estos dos meses y medio me he cuestionado si mi forma de actuar no tendrá fallos, si tendré la suficiente credibilidad entre mis conocidos y si realmente actúo en consecuencia. Eso me pregunto, y trato de ser resolutivo. Me pregunto si a veces no estoy atravesando una crisis depresiva y tal vez necesite que alguien me anime y me valore sobremanera. Ahora, por ejemplo, necesito consejos de personas que admiro. Pero tengo un hándicap: alguna de ellas ya no están entre nosotros. Eso también pasó hace dos meses y medio.
Me he propuesto analizarme psicológicamente. Vamos, ¿por qué tengo tanto reparo a la hora de salir a buscar ayuda? Hace unos meses tenía claro que la amistad es para siempre, pero puede haber algunas circunstancias que modifiquen las relaciones, como la ausencia y la envidia. Si he deseado algo, lo he obtenido cuando me ha sido posible; en el mundo hay muchas cosas y no vas a poder tenerlas todas. No tengo envidia. Lo importante es vivir cada día sin que te falte lo elemental -como a mí me falta-: un buen trabajo y la conciencia de que vives. La salud, se sobreentiende y también un techo apropiado. Que alguien te dé calor, de tu familia y de los amigos, lo demás poco importa.
¿Qué hago yo por las mañana? Me levanto temprano, me aseo, y desayuno para irme trabajar y enfrentarlo todo. Tomo el coche para ir al trabajo y lo aparco frente a la oficina, después retomo mi actividad del día anterior. Pero ahora noto que cuando entro por la puerta, frente a la sala donde está el jefe, mis compañeros están descontentos, remisos: tienen las caras largas, el labio arrugado y fruncido el ceño. Los saludo con un "buenos días", pero algunos están tan metidos en su rol de apariencia y afinidad por el trabajo que no levantan el bolígrafo ni la mirada del papel donde escriben. El ambiente es estúpido y miserable, es como si también ellos hubieran cambiado. Pienso que tal vez la vida les haya metido en situaciones complicadas que no han sabido fácilmente resolver, y no se sientan con fuerzas para ser complacientes, ni con la voz presta. Por eso callan.
Llevo dos meses y medio pensando en prejubilarme. Ya nos lo avanzó el delegado de la empresa: "Os podéis acoger a los beneficios del ERE". Y lo estoy considerando. Si aprovecho esa ley creo que podré vivir holgadamente.
Desde hace dos meses y medio tengo un alto en mi vida, un recuento de mis días, entre los cuales sobresalen los que tanto trabajé y era libre entonces, y podía dedicarme íntegramente a lo que tuviera entre manos. Transcurrió mi mejor tiempo trasnochando y gastando, dando bandazos. Ahora, por no tener, no tengo mujer ni hijos. Siempre conocí a personas nuevas en mundos dispares, algunos idílicos. Dibujé en mis cuadros caras de mujeres hermosas que posaron para mí unos minutos en los que supe captar el fondo de su corazón, su osadía y su nobleza. Todo eso ahora es papel mojado.
Desde hace dos meses y medio no soy el mismo, desconfío de la gente y he perdido mis ilusiones. Algunos me dicen: "Son las circunstancias". Para mí antes no había circunstancias salvo que alguien muriera. Las circunstancias las hacemos cada uno. Tú, entrégate a los tuyos, al trabajo, a los amigos; por donde quiera que vayas da la cara y ve de buenas maneras, aportando algo al lugar donde habitas y por donde deambulas. No seas terreno yermo y no des entrada al desinterés ni a la tristeza.
Me satisface hacer cosas por los demás, y es cuando me pregunto: ¿Alguien notaría si me hiciera falta una mano para salir de un bache, incluso de mi casa? Pienso que a la gente le importa, categóricamente, ir más a lo suyo; estar embelesados aunque no consigan nada, sin meterse en filosofías ni en creencias. Las cosas se hacen de una manera y poco importa que se puedan mejorar: se hacen y ya está, es la rutina si te dejas llevar. Pero tus ideas reparadoras, si no las pones en práctica, no te darán fuerzas ni alicientes. Quizá no hayas hecho lo suficiente, porque no tienes esa urgente necesidad, pero esas ideas siempre darán vueltas y más vueltas en tu cabeza.
Si fuiste una vez impaciente, ahora volverás a la calma; nadie es perfecto ni puede estar siempre confundido. Las cosas hay que aceptarlas y encararlas. Ahora pienso que lo más importante es la salud y la autonomía. Después, comer y beber hasta olvidar. Eso hago desde hace dos y medio.
No quiero indagar más sobre mí para darme respuestas absurdas, pensando que tengo muchos fallos. Trataré de adaptarme a mi circunstancia. Pero tengo ideas que me ayudan a seguir mirando hacia adelante, elevando mi cabeza con alegría por encima de los hombros. Y a menudo también canto. Es una forma de que todo pase más incontroladamente. Así pasaron mil últimos quince días antes de jubilarme. De eso hace ya dos meses.

viernes, 11 de octubre de 2019

ORACIÓN

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
(Ayer dia 10 de octubre, en un trágico accidente, murió Fernando, un muchacho de Arbuniel. En nuestro corazón hay un profundo pesar. D.E.P.)


El mundo no se sabe cómo gira,
y abrir nuestros ojos no es posible;
aceptar sus acciones es terrible:
tu pueblo te reclama y te suspira.
Ver la soledad que hoy nos embarga
es muy fácil, y solo con mirarnos;
clamar sin que podamos despertarnos
sin pena ni dolor que nos amarga.
Las ardientes lágrimas te esperan
del pueblo que te emplaza para el cielo
con palabras amables y oraciones.
Si pudieran librarte de esa faena
que la vida te jugó con tal empeño,
cierto es que lo harían con bendiciones.

martes, 1 de octubre de 2019

ELIGIERON AL MUERTO




Cristóbal Encinas Sánchez

Se estaba representando en el teatro la escena de la doncella en que profusamente lloraba y derrochaba palabras de gratitud hacia el vagabundo que yacía en el suelo. Pisando la magna espada, con ánimo de sacarla de donde la habían clavado, exclamó una retahíla de frases con gran boato.
De pronto, por la parte izquierda del escenario aparecieron dos guardias para llevarse preso al autor del robo de aquella imponente arma –que era del Rey–, que apareció, misteriosamente,   junto al vagabundo.
Se había originado una encarnizada pelea –decían los allí presentes– por el motivo de la defensa de la doncella, que fue asaltada por dos delincuentes. El vagabundo la había defendido con una valentía  inigualable para ponerla a salvo, pues fue  famoso espadachín en su juventud, pero esta vez lo habían herido a traición y yacía en el suelo con un sospechoso desmayo. Todos creían que aquella escena formaba parte de la obra.
Los dos guardias argumentaron que, por la inmediatez de los hechos cometidos, y con lo que estaban viendo, que no daba lugar a equívocos. Tenían que llevarse a alguien para presentarlo como testigo del robo y de la contundente violencia perpetrada. Necesitaban que alguien argumentara el hallazgo.
Nadie sabía nada, ni conocían a los culpables. Todos los asistentes se mantenían erguidos y serios. Al rato, y viendo que la cosa se alargaba, la doncella suspiró con gran entereza  y con mucho dramatismo exclamó:
–A mí, llévenme a mí, ya que yo he estado a punto de morir y él me ha salvado –lo dijo para ver si ahora alguien la acompañaba y por ver la actuación de los guardias. Uno de ellos, sorprendido por el cariz de la representación, y para salir airoso ante una dama tan arrogante y bella, prorrumpió:
–¡No, no debemos cometer una tropelía!, una insensatez, pues sabemos que el asesino ha sido alguien que ahora no está aquí. Pero mientras encontramos alguna prueba más concluyente, pensemos –dijo el primer guardia.
El otro guardia, con ojos muy vivarachos y con expresión en su cara como de haber  encontrado la solución al problema, pasados unos segundos dijo:
–Si no se ríen ustedes de lo que estoy pensando, me atrevo a presentarles  esta opción: ¡LLevarnos al muerto! Diremos que tenía todavía vida, y en el camino murió. Nosotros cumplimos nuestra misión, y ya vendrá la policía a investigar para descubrir al asesino.
Los allí presentes intentaron no sonreír, no sabiendo si aquello era una broma o era parte de la farsa.
Los guardias tomaron su decisión y se fueron con lo que más les importaba: la espada, y la reataron muy bien a la montura de un caballo.
El que parecía estar muerto se levantó, se sacudió el polvo y desapareció  por la puerta trasera del teatro.