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martes, 25 de agosto de 2015

NÁUSEAS

Cristóbal Encinas Sánchez

Devuelvo lo indigerible,
sigo sin ser procedente,
y no puedo aguantar tanta cordura.
Talento, eso es lo que quiero
y no me hartaría de tomarlo hasta en la sopa.
Ah, qué aburrimiento saber lo que vas a hacer todos los días,
sin una posibilidad de escarmiento ni de decencia.
No puedo estar cruzado de manos
sin saber ni cantar ni un solo de quietud y de esperanza.
También, a veces, me ahoga el consentimiento de cosas absurdas,
y escuchar al bolo desesperante y enterado. 

Ahora quisiera el talento y la sobriedad para aplacarlo todo.

lunes, 24 de agosto de 2015

UN CURA CON INTERÉS

Cristóbal Encinas Sánchez
          Se acercaba la procesión a la plaza y había en ella una reunión de hombres entroncados en amena conversación. Ya era casi de noche y algunos  de ellos optaron por callar y unirse a los feligreses para acompañar a los santos, poniéndose a la cola con disimulo. Pero viéndolos acercarse, el cura se les dirigió con inmediatez, y mirándolos con seriedad, les dijo:
—¡Ustedes no llevan vela!, por lo que no pueden asistir a este oficio — y con mucho énfasis  se ajustó la capa y se dio la vuelta en seco para reanudar su marcha.
 A los recién incorporados, les extrañó el atrevimiento del párroco, que con tal descaro les llamó la atención. En ese momento dejaron el séquito y se mantuvieron anclados al suelo, sin rechistar.
Pasaron los años y uno de los hombres que intentó incorporarse a la procesión se encontraba  hospitalizado: era mi padre. Un cura joven, al que conocíamos bien, se desvivía por que no le faltara de nada a mi padre. Aquella misma tarde me dirigí  a él con gratitud:
—¿Cómo es que atiende usted tan bien a mi padre, si él nunca fue a la iglesia, salvo contadas ocasiones?
—Mira, hija mía, tu padre es un hombre honesto y justo. Cuando yo le comunicaba que en la iglesia había una gotera en el tejado o se rompían algunas baldosas, tu padre las reparaba al terminar su faena. Nunca me cobró nada por los materiales ya que siempre me decía que los había obtenido de un desmontaje anterior; tampoco por su trabajo, pues él se sentía pagado si yo se lo apuntaba en una lista que debería tener con Dios, y por si algún día le pedía cuentas.
—Señor cura, ya sé que mi padre era buena persona y ayudaba al que lo necesitaba. A la iglesia no iba más que a los entierros de familiares allegados y cuando se casaron mis hermanos. Él me contó que cuando su padre murió fue al pueblo de al lado para avisar al cura para darle la Extremaunción. Al presentarse  al párroco, le ofreció su mulo para hacer el viaje, a lo que este le argumentó que necesitaba un  taxi. Mi padre, muy joven, no podía pagarlo pues el jornal no le alcanzaba ni para dar de comer a mi familia. Además, le dijo que lo había visto viajar así a otros entierros, por lo que no dudó en llevarse al animal. Pero vio que, en este caso, al ser una persona pobre quien se lo pedía, no le quiso complacer. El caso fue que a otro día enterraron a mi abuelo en el cementerio, pero sin el mínimo responso.  Por eso , mi padre aprendió que no podía meterse en la iglesia salvo para su conservación. Eso sí, nos tenía dicho que si el maestro nos preguntaba que si él iba a misa, que le dijéramos que sí, y que él era un católico ferviente.

¡Ah!, el cura que no permitió seguir en la procesión a mi abuelo es que vendía velas.

domingo, 23 de agosto de 2015

EL APRENSIVO


Cristóbal Encinas Sánchez

       Comenzó la mañana con un tiempo extraordinario para echar el día recogiendo aceituna. El "Aprensivo" era el encargado, que se ponía en camino hacia la casa del propietario nada más amanecer. En el trayecto a la finca se iba encontrando con los demás trabajadores . Uno de ellos, muy  guasón, después de saludarle, sorprendido, le dijo mirándole a la cara y al cogote:
—Tienes mala cara, además parece que tienes la cabeza hinchada —a lo que él respondió:
—Yo me encuentro perfectamente. Puede que estés dormido todavía y no me veas bien —dando a entender que llevaba varias horas levantado.
Siguieron hablando de otros temas mientras llegaron al tajo.  Colgaron las meriendas en el olivo que preveían que almorzarían,  cuando otro compañero le dice con mucho énfasis:
—Perdone mi descaro, pero le veo un poco desmejorado, tiene mala cara  —hizo un movimiento  como  para verle de perfil buscando algo anormal y así constatar que lo que le estaba diciendo era cierto.
— Gracias por tu preocupación. Eres el segundo que me lo ha dicho esta mañana, pero yo estoy bien y he dormido como un lirón toda la noche, después de que ayer nos diéramos un buen tute cargando sacos.
—En fin, serán apreciaciones mías, no me hagas caso —en esto que le hace un guiño a los demás que estaban a la expectativa.
Al rato, llegó el muchacho que portaba el búcaro para que se refrescaran y se lo ofreció primero a su encargado, diciéndole:
—Tenga cuidado con el agua que está muy fría, no beba demasiada si usted se encuentra mal, pues le veo como si estuviera hinchado. ¿Nadie le ha dicho nada? —automáticamente miró en derredor  como si se hubiera dado cuenta de que había un complot para amargarle el día.
— No sé qué pasa hoy con vosotros, ya me lo habéis dicho tres y no os andáis con contemplaciones. Y repito: estoy muy bien. Tengo ganas de trabajar y no me fastidiéis más —apostilló sin mucha paciencia, así que nadie replicó.
    Llegó la hora del almuerzo y  del descanso al mediodía. Cuando tomó su tortilla y sus buenos trozos de morcilla y torreznos, se terminó todo el vino de la bota. Como postre se comió un puñado de nueces con almendras metidos en el interior de higos pasados.                                                                 
     Tenía este hombre la costumbre de aliviarse después del almuerzo. Así que se retiró detrás de un majano. Al lado había  un reducto desprotegido para encerrar las ovejas. En un clavo mohoso colgó su chaquetilla y la gorra de lona.
Una de las mujeres, que cosía los lienzos cuando se rompían -siempre tenía la aguja colchonera preparada-, se le acercó por detrás con sigilo. El que hacía sus necesidades estaba tan concentrado que, cuando la mujer se asomó al reducto y alcanzó su gorra para darle tres puntazos y reducirle el vuelo, no la oyó.
El hombre, ya aliviado, se avió tranquilamente, poniéndose por último su gorra. Poco antes de llegar a reunirse con el resto de la cuadrilla que estaba alrededor de la lumbre contando chistes, notó que tenía cierta presión en la cabeza. Lleno de angustia,  se dirigió a los trabajadores y corroboró la opinión que le dieron sobre su aspecto.
— Efectivamente, aunque no me encuentro mal, creo que la cabeza la tengo más gorda que nunca, pues ha sido quitármela unos minutos y ahora no me entra. Por ello, y haciéndoos caso, he decidido ir al médico. Adiós.

Le notaron que cambiaba de aspecto por segundos y se puso serio. Le vieron correr por la  cañada abajo. Miraba hacia atrás moviendo los brazos, dando a entender que no pasaba nada. Si "aquello" tomaba proporciones, podría tener problemas si no llegaba pronto a la consulta.                                    
Todos se rieron socarronamente por cómo gestionaron la pesada broma, consiguiendo con aquella farsa que el "pobretico" hiciera honor a su mote, creyéndoselo todo.

miércoles, 19 de agosto de 2015

LA BATALLA ABIERTA

Cristóbal Encinas Sánchez
Llevo el puño en alto
en la batalla abierta,
yo nunca me rindo,
con coraje me planto
y los días terribles
me los trago a pedazos
Surgen días hostiles,
pero yo no me canso,
que los meto en mi puño
y después los deshago:
a los sufrimientos
del cruel adversario.
Animo con fuerza
a la pronta sonrisa
del labio valiente
que espera llorar.
Cariño y calor
me ofrecen con flores,
me dan los favores
y ayuda sin par.
Son los corazones
los que se desviven
y tienen la vela
encendida por mí.
Convierto mi lucha
en trazos de suerte,
convenzo a la muerte
diciéndole: no.
Espero sacar
fuerzas que vosotros
me supisteis dar
en el día a día

de mi enfermedad.

viernes, 14 de agosto de 2015

AMOR TEMPRANO

  (Cristóbal Encinas Sánchez)
LEMA: A MÍ, DE AMOR

        En mayo pasado se cumplieron ocho años desde que me hicieras la primera confesión de amor, aunque tú no te dieras cuenta.                                                                                                                            
El día en que te conocí, ibas a la escuela de párvulos, tan pizpireta y activa, tan embelesada en tus cosas que no reparaste en mí, pero yo te observaba siempre que te veía aparecer. Eras la distracción de todos, y con tus representaciones nos dejabas boquiabiertos.                                                                                                                                       Fue en el día de nuestra Primera Comunión. Tú ibas con un vestido de seda blanco y una diadema de flores fucsias y amarillas. Estabas realmente encantadora, tranquila, dominando la situación. Recuerdo, desde mi ventana, al verte salir a la calle, cómo te recogiste el faldón para no pisártelo. ¡Qué soltura y donaire!, y tu madre cómo sonreía complaciente. Los ojos te destellaban y aquellos dos rizos, que te hicieron con tanta elegancia, redondeaban tus delicadas facciones. Tu boca, jactanciosa, mostraba dos filas de dientes bien alineados y radiantes.                                                                                                                                                     
 Al llegar el momento de tomar el Pan, me miraste de reojo y tuviste una caída de ojos  que hizo distraerme y no salir yo, seguidamente, a recibirlo también. Después me di cuenta de que al hincarme de rodillas, volviste a posar tus humedecidos ojos sobre los míos, largamente, como asintiendo a mi pretensión de amor. Intuí que estabas hablándome, mental y puramente, de amor; a mí, que nunca me habías demostrado antes una pizca de interés. Desde ese día comencé a pensar en proponerte formalizar nuestro noviazgo.

Cuando entró el verano, a mi madre la trasladaron al norte y tuvimos que irnos toda la familia. Era el último día de clase y nos despedimos en el aula, delante de tus padres y de los profesores, con un tímido adiós,  como si fuéramos a volver a comienzos del siguiente curso. Pero no fue así.                  

En mi nueva residencia hice amistad con otras chicas, pero mi amor seguía teniendo el destino de aquella mujercita de mi pueblo, pues desde nuestra separación nos escribimos y porque nos queremos.                                                                                                                                     Cualquier día de estos le pediré, sin más dilación, que si quiere ser mi novia, si es que ella no se hubiera decidido aún a pedírmelo.