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martes, 29 de octubre de 2013

DUEÑO CON FLOJERA

DUEÑO CON FLOJERA                                                                      Cristóbal Encinas Sánchez


El perro del insoportable vecino del sexto se las  había ingeniado para escaparse otra vez. Dio un gran tirón de la correa que le tenía sujeto a la baranda. Bajó las escaleras y en el cuarto piso se paró y defecó abundantemente.                                                                                                                Un vecino del rellano, que oyó cierto estrépito, abrió su puerta muy escamado y sigiloso. No encontró a nadie allí, solo vio la inmensa majada que el animal había soltado y los vistosos rastros que iba dejando el zigzagueante gancho de la correa.

    Sin pensarlo dos veces, el encorajado vecino descendió en  el ascensor hasta la planta baja del edificio. En el tablón de anuncios, con letra grande y roja, escribió inquisitorialmente: “Reclamo, con urgencia, al amo del perro que ha vuelto a depositar el objeto de su vientre, para que vaya de inmediato a recoger el mandado. ¡Hágalo!, por mantener limpia la escalera y por tener alta su cara”. “¿No debería usted de perder la costumbre?”.




viernes, 25 de octubre de 2013

LADRONES DEL VIENTRE

LADRONES DEL VIENTRE

Cristóbal Encinas Sánchez


No converses con personas extrañas
que te negocian como porte lastrado.
¡Malas influencias has tenido, niña!,
para que te corten los sueños:
has permitido que te inyecten
el veneno en el vientre.

¡Cuerpo dado al destrozo!,
ya avergonzado y dispuesto a morir
en un gran vacío sellado.
Lloros que se ahoguen en suplicios
y cordones faltos de alimento
te esperan.

Solo falta el dinero para cubrir los gastos
del posible homicidio.
Pero no hay más dinero.
Aunque una amiga tuya le ofrecerá su cuerpo
si con ello logra pagarlo.
Quizá, ahora, le compense al malvado,
en sus propósitos,
la posibilidad de dar así otra vida
como la que ahora quitará.

Ya estás en la estacada
y un mal viento puede cambiar tu sino.

Camina atenta para no desfigurar tu rostro.
Escucha a quien preserva tu futuro
de todas las mentiras encubiertas.
Declara en ti a todas las mujeres tus heridas
para que las sepan
y no sean víctimas de una ilusión mal concebida.

No te fíes de la gente que inserta desdichas por la calle
y a oscuras pueda atraparte,
como al tallo las espinas.
¡Hornacina de plata!, 
regalarán tu oído esos ladrones,
con huecas palabras de vil canto
y te romperán si los escuchas,
y aflorarán ajados carmines a tu boca
y la nieve tu corazón apagará.

¿Acaso tu amor,  
no protegerá a la vida que te brota?
Tus manos, ¡crúzalas!  
armadas por tu vientre,
que por ello serás de nuevo redimida.
No penetrará la sierpe                                                                        hasta el origen de la vida;
y no arrastrará consigo
a esos huesos cuajados de esperanza.
No te dejará sentir el miedo
en rojas marejadas.

Tu cuerpo, ya limpio,
no  habrá expulsado  el germen
que estaba floreciendo.

Entonces,¡agradécelo!

sábado, 12 de octubre de 2013

QUE NO QUERÍA CLAVELES

                             QUE NO QUERÍA CLAVELES                              Cristóbal Encinas Sánchez

Con unos pantalones viejos y una camisa sin botones, el gitanillo bailaba descalzo. Estaba contento y jugaba con gracia. Sus compañeros pensaron en hacer una carrera a ver quién la ganaba. Formalizaron las condiciones para los aspirantes. Él, mientras, se echaba otro bailecito en el escaso espacio libre de una acera rota. Sus pies estaban bien curtidos.
Era un torbellino moviéndose y haciendo posturas de gran estilo. Tenía genio y cantaba con entusiasmo: ”Yo no quiero claveles..., lo tiro al pozo”. Se echó un nudo en la camisa y se preparó para echarse la carrera.
Cada uno de los participantes había colaborado con algo para el ganador, en una caja de cartón. Allí, juntaron cosas muy dispares: un buen racimo de uvas de teta de cabra, un melón de piel de sapo, una almorzada de almendras, granadas, peros y una pequeña medalla de plata.
Comenzó la carrera en el polvoriento camino de tierra. Al primer paso, alguno de los espectadores introdujo un palo seco entre las piernas del gitanillo. Cayó al suelo y quedó tendido. El que dio la salida se dio cuenta del tropiezo y mandó comenzar de nuevo. El niño se levantó con sorpresa, pero aceptó estoicamente la broma y sonrió. Todos tenían zapatillas y él, descalzo, no tuvo problemas para llegar el primero.
Se llevó la caja de cartón con todas sus ricuras. ¿Cómo las disfrutaría con su familia? Se le oyó cantar su canción preferida: “Que no quiero claveles, de ningún mozo”. Rio a carcajadas. Alguien le miró con desprecio, porfiando que a la siguiente vez no ganaría; pero él ya estaba lejos.

Por la noche se oyeron las campanas al vuelo. La gente escamada salió a las puertas de sus casas. Una reunión de padres y de mayores iban pidiendo que salieran voluntarios para buscar a un niño que faltaba de su casa desde hacía muchas horas. Durante toda la noche hubo trasiego de jóvenes deambulando por los lugares próximos al pueblo, por el río, el llano y la dehesa.
Cuando amaneció fueron a la senda de las Higueras, lugar por donde a él le gustaba ir con sus amigos al salir de clase. Allí, era probable encontrarlo, en la zona más escondida y vistosa. Pero no, allí tampoco estaba. Paralelamente al barranco de las Torcaces había un pozo seco de una considerable altura. Uno de los padres y su hijo se asomaron al brocal y vieron un pequeño cuerpo tendido en el fondo. No había duda. Dieron la voz de un hallazgo: “Aquí ,aquí”. Después, alguien llevó una soga larga, y el padre se descolgó con cuidado por las paredes.

Abajo, con los brazos abiertos, como mirando al poco cielo que dejaban los cansados observadores, yacía el pobre niño inerte. Sobre su pecho descubierto había diseminados diez claveles blancos. En su puño entreabierto apareció una pequeña medalla: la que había sido su mejor trofeo.                                          


viernes, 11 de octubre de 2013

LOS SUEÑOS BUENOS

LOS SUEÑOS BUENOS                                                                                  Cristóbal Encinas Sánchez

Y ella, soñando, me echó
al lugar de los sueños buenos.
Como siempre, bondadosa ,
no quiso apartarme de su lado.
De sus buenos pensamientos me cubrió
y con las fuerzas de su espíritu
me apartó de las iniquidades.
Empecé a tener cabida en su cabeza
Y logré asirme de las ideas mejores.

Recordarla como adalid que me protege
y estar siempre a mi lado me complace.
No puedo resolver el pasado:
irrevocable.
El pasado es irreverente y terco,
inaccesible,
al no parar de transcurrir los días.

EL CAMINO

           EL CAMINO                                                                       Cristóbal Encinas Sánchez

Cada uno, su camino
-decía un buen hombre viejo-,
tomarlo debe, sin prisa,
como el que toma un consejo
o bebe vino,
que el sabor viene despacio.

Si no se sabe, con tino,
marcar muy preciso el paso,
el camino se hace oscuro
y el viaje se hace largo.
Eso decía un buen viejo
que me encontré caminando.

domingo, 6 de octubre de 2013

TORTAS DE ACEITE

                                         TORTAS DE ACEITE  (Al estilo de Mª Teresa)                                        Cristóbal Encinas Sánchez
INGREDIENTES:

-               -    22 panes (en masa) de ½ kg, aproximadamente
-               -     6 o 7 vasos de 200 ml de aceite de oliva virgen extra
-               -    100 gr de matalahúva (limpia)
-              -    1  ½ kg de nueces, sin desmenuzar mucho (a cuartos o a medias)
-              -    1 ½  kg de pasas malagueñas (humedecerlas en agua si no están jugosas)                              -    1 kg de azúcar blanquilla                                                                                                                 -   1  kg de harina 

PROCESO DE ELABORACIÓN

               Se coge un barreño (o recipiente con buena base) destinado a estos menesteres, con capacidad de unos 20 litros y se echa la masa sin que se haya enfriado mucho. A continuación se van echando vasos de aceite (en principio dos) y se va hollando la masa con los puños. Cuando lo haya absorbido, se seguirán echando sucesivamente más vasos. Cuando a la masa se le haya vertido todo el aceite previsto (y según se vea también) y esta lo haya absorbido, totalmente, se procederá a echarle primero la matalahúva y se le meterá a la masa con las manos. Después, las nueces y se repartirán por toda la masa, de igual manera y poco a poco. Por último, se hace igual con las pasas. Así sale una mezcla que contendrá todos sus componentes regularmente distribuidos, o así se procurará. Ahora se dejará reposar unos minutos. Después se comprueba si se pueden hacer bolas del tamaño del hueco que formen las dos manos (a gusto de cada uno, sobre unos 200gr) sin que se adhiera a nuestra piel. Como se pegará un poco al principio, se le irá espolvoreando con harina hasta que se desprenda bien la masa de las manos. No hace falta espolvorear en grandes cantidades, sino poco a poco, a medida que se va gastando la masa (en volúmenes de 3 o 4 tortas). Téngase en cuenta que con un kg de harina habrá para toda la masa, si se hace con mesura. Se procurará que no se salgan fuera, de la bola conformada, las pasas ni las nueces, por lo que se le darán sucesivas pasadas entre las manos y metiendo los salientes.
En una latas, de chapa, de acero galvanizado o inoxidable, si las hubiese, con unas dimensiones de 50 o 60 cm de largo por 35 o 40 cm de ancho, se irán disponiendo las bolas de masa, que una vez asentadas se rayarán con una espátula, formando cuadrados para así sostener el azúcar que después se echará con cuidado de no derramarla. Igual que con la harina, no hará falta más de un kg de azúcar.                                                                                                                                                                                                                                                     A ser posible, se dejarán unos tres cm de separación entre ellas y con los bordes de la lata, porque si no al expandirse, al cocerse, se tocarán y no saldrán con la mejor apariencia. De todas formas, no pasa nada, luego se separan por la junta que habrán formado.
Por último, y sin que medie mucho tiempo, el panadero habrá preparado el horno a una temperatura de unos 210 ºC. Se meterán en él y allí permanecerán cociendo durante 40 o 45 minutos, siempre bajo su supervisión, ya que él responde si se quemasen. Con este volumen de masa conseguido, salen aproximadamente unas 70 unidades. 
A la hora de sacarlas del horno podrá usted probarlas y - si lo desea- hacer hasta un regalo a familiares y amigos, cosa que les dejará buen sabor de boca y además le quedarán muy agradecidos. Si prevé que no se gastarán todas en 3 o 4 días, métalas en el congelador, y las podrá disfrutar en días posteriores.       
       
N.B.  Si dispone de nueces enteras es recomendable que no lleven mucho tiempo recogidas para que no se enrancien. Después de partirlas se limpiarán a conciencia. Para ello dele por lo menos otras dos vueltas más, porque siempre quedan restos de cáscaras y alguien se las puede encontrar al hincar el diente, y lastimarse.                                                                     Razonablemente, si desea usted hacer menos cantidad, pues establezca la proporción a todos sus componentes. ¡Y mucho cuidado con los diabéticos!, pues se puede echar mucha menor cantidad de azúcar para las de ellos. ¡Y que les aproveche!                                                            

LA MUSA

                  LA MUSA                                                 Cristóbal Encinas nchez


La Musa me cogió desprevenido.
Cuando la espero, nunca se asoma a mi ventana;
mas siempre lo hace cuando escribo
en este papel interpelado y remiso.

¡Bien amada, rayo de  sol mío!:
eres la testigo de mi indecisión diaria.
A estas horas altas de la noche, yo te anhelo;
estoy cansado, olvidado y recluido.

Préstame, oh dama, tu voz apercibida;
que yo oiga clara tu palabra
y mi mano realce su expresión.
Así podré escribir conciso el párrafo
que sale de mi último aliento;
y sacar del verbo, 
como de un amor,                                                     el más singular y apasionado beso.

sábado, 5 de octubre de 2013

¡POR FAVOR!, BAILEN OTRO TANGO

         ¡POR FAVOR!, BAILEN OTRO TANGO                                                          Cristóbal Encinas Sánchez

       Aquí quiero hablar de tener sueños con metas, de cosas difíciles que se pueden conseguir, de llevar la sonrisa en los labios y en la mente; del esfuerzo y el sacrificio para conseguir la felicidad. Y de tantas cosas que hay que plantearse y no dejar escapar, para no aburrirse ni obcecarse, de darse tiempo para que transcurran otra vez las cosas ya olvidadas. 
Saber reírse para conseguir la sabiduría. Dar y ayudar para conseguir la voluntad de hacerlo y tener las miras altas, porque todo redundará en propio beneficio.
Tras pensar tantas cosas, me viene de la mano algo que para mí es muy socorrido: el cante y la danza¿Y el tango? Me alegra pensar en el tango. Esa expresión de música  airosa, firme y nostálgica, que siempre nos recordará a famosos cantantes como Gardel o Magaldi,  y que es propia del desarraigo, de la emigración, del desamor o del engaño, es también de la esperanza.

Recuerdo en el Café La Milonga, a una chica argentina y a un muchacho italiano, más joven que ella, que bailaban a diario los más trillados y sabrosos tangos, como grandes enamorados, al son del violín que diestramente acariciaba un músico de Ucrania. Todas las noches de los sucesivos veranos, durante la hora mágica que duraba el espectáculo, de doce a una, lograban con su baile entusiasmarnos a los que asiduamente asistíamos. Ellos traslucían su total entrega y compenetración. Era como algo espiritual y envolvente, traspasando los muros de la soledad y el desasosiego, para llevarnos hasta la complacencia. ¡Ah, qué momentos tan deliciosos en la década de los ochenta!

Hace varios días se me ocurrió llamar por teléfono al número que guardé, para saber si todavía seguían ofreciendo, en dicho café, aquel espectáculo. La voz de una señora que me contestó – estoy seguro de que era ella - lo hizo despaciosamente, cansada, así como perdida: “Aquí solo se venden periódicos, revistas y especialmente discos de todos los tiempos, pero sobre todo de tangos”. 

He vuelto a recordar, gratamente, qué destreza y qué encanto tenía aquella mujer, cuando se  desplazaba, sinuosa e hiperbólica, maravillosamente, en sus recorridos por el escenario. Cómo se dejaba caer hacia atrás y se reincorporaba tras su lucimiento, para ser abrazada por su chico que todo lo dominaba. La sensación de armonía y perfección era inequívoca. 
Al acabar su repertorio, siempre había alguien que les sugería, en complicidad y con una gran sonrisa del público: "¡Por favor!, bailen, esta vez para mí, otro tango".


EN LA ADORADA PRADERA

                                        EN LA ADORADA PRADERA                                                         CRISTÓBAL  ENCINAS SÁNCHEZ

En la adorada pradera se asoma 
la penumbra brumosa que embarga 
a la callada tarde, solemne,
y te anda buscando.
¡Siempre te ronda!
Tengo que hacer un alto en el camino.
Me pierdo con el río al fondo, 
en  la arboleda, en los recovecos
adornados de pedregosos bancos,
donde estuvimos aquel día. 
Aguardan allí mis esperanzas, 
mis viejos recuerdos en la barca
y un caballo que corre
 hasta a una nube y salta.
Con la luz de la marcada puesta de sol
que ilumina mis tardes, 
solazado a la espiga de tu talle,
nos fuimos arrullando en la espesura.
                                 Pero ahora estoy solo                                               y ando perdido en esa niebla
que se sujeta al río hasta llegar el alba,
sin encontrarme a nadie para hablarle.
Estoy asomado entre unos troncos
como una presa que está desprotegida.
Miro al cielo: no es posible alcanzar
aquellos deseos allí nacidos.
Todo se oscurece y nadie me ve.
Sueño, intentando abrazar 
tus profundas aguas:
el remanso cálido que eres
que  hace elevarme en la llanura.
Corro con caballos desbocados, 
y como mil de ellos expreso mil delirios.
                            Rompo entonces el silencio de mi alma.                                                                                                                                                                                Impertérrito yago en el olvido,                                                co
mo en tantas noches pasadas,
monstruosos sueños me han dormido.
                                Busco en la ladera verde                                                                      el prominente montículo,                                                             señal propia de su estado.                           
 ¿Será ella más que tierra?
                                          Al no hallarlo,                                                                                       me pierdo corriendo como loco                                                                         por la ladera abajo.
                        Se acerca la noche y el río se abre ante mí.                                               Ni un resquicio de luz se queda a acompañarme.
El reflejo de la ilusión desaparece. 
Vuelvo a mirarme al río. 
Ya no debo ser yo, pues no me veo.
Conservo las flechas que apuntan al futuro,
las que en mi corazón albergan sorpresas
que irán a buscarte y decirte en la mañana qu
e te espero.

                                       Aquí, oh, ya me quedo                                                                          poblándome de tierra tuya,                                  serenidad inmensa.


viernes, 4 de octubre de 2013

UN JORNAL MUY DISCUTIDO


   Cristóbal Encinas Sánchez  

La veraniega noche se había echado encima. Después de una jornada dura, aquella le había sorprendido trabajando. Por la senda hacia el llano de trigo, casi totalmente segado, iba caminando Sergio junto a la filas de haces, poniéndolos bien. “Es una gran satisfacción rendir lo que se cobra”, pensaba. Estaba seguro de que al año siguiente lo llamarían para hacer el mismo trabajo.                                                                                                                  
Su perro, Relámpago, no le perdía de vista y le acompañaba sin quedarse nunca atrás. A veces se ponía junto a él, incluso cuando iba a beber agua, para que supiera que él también tenía sed.
Sergio había recogido todo su hato con las cosas personales y se disponía a irse a casa, pues al día siguiente se acabaría la siega. Colgó su hoz al cinturón por la empuñadura, en la rabadilla. Ya en la vereda y sin darse cuenta, se le acercó el encargado de la finca. Venía solo y para no hacer ruido había dejado su mula cerca de la era. El segador reparó, en el último instante, en que alguien se aproximaba. Volvió la cabeza hacia atrás, y los dos hombres se miraron, sin saber ninguno el alcance de su mirada, pues la noche venía oscura. Se aproximaron.

      -¡Que sea la última vez que cazas a estas horas con el perro!- dijo el manigero.

      -Yo no cazo ni de día ni de noche con el perro, porque no sabe el oficio, solo juega con todos los animales que se encuentra-, dijo el jornalero con voz íntegra y tranquila, pues aquella conversación no tenía por qué comenzar en aquel tono desafiante.

      -Siempre va mirando por todos los majanos y olisqueando en todos los cubiles, que lo veo yo.

      -Sí y escucha todos los ruidos que hacen los animales, pero le puedo asegurar que nunca le ha hincado el diente ni a una gallina. Yo le doy bien de comer  y no me gusta que vaya por ahí atrapando cosas muertas o pidiendo las sobras a los compañeros a la hora del almuerzo. Como no es depredador, tampoco lo echa en falta.                                                               
      -¡No me vengas con esas!, que tiene espantados a todos los conejos y perdices que hay por aquí. Así que, el perrito, mañana te lo dejas en tu casa o lo atas y por la tarde lo sacas a pasear, porque tú no tendrás que echar horas extras, aunque otros, tal vez sí. ¿Me has entendido?: no lo traigas mañana.

      -No querrá usted que haga esa tontería, cuando  sabe mejor que nadie que el perro se porta bien y que en todo el día no se retira de mí, apenas.

      -Tú, a mí no me corriges, ni me insinúes que puedo estar equivocado, o tonto y no me doy cuenta de las cosas. Hazme caso y no te arrepentirás. ¡Cállate y vete ya a descansar que mañana te interesará cumplir bien!

La noche se había cerrado totalmente, y ellos  no se veían las caras. El segador le  contestó al instante:

     -Ahora mismo me voy, pero... de juerga, porque la feria empezó esta mañana y nos juntamos los amigos en el recinto.

     -Si tú te vas de juerga, que yo no te vea, porque si no lo vas a notar.

     -¿Me vas a dejar sin dar el jornal?- , le hablo de tú a tú sin remilgos.

     -O algo peor. Me vas a tener que pagar el dinero que pediste como adelanto, pues el amo me ordenó que te lo diera del mío propio, pero no me lo repuso.

     -Tú no le has adelantado el dinero a nadie nunca, me consta, porque no eres generoso y la envidia te corroe.

Las cosas se estaban poniendo tensas y el manigero echó mano a la vara de olivo que tenía para fustigar a los semovientes y la hizo sonar en el aire. El segador permaneció en el sitio, sin moverse. El otro habló descaradamente:

      -Os he dejado muchas veces recoger las bellotas de las encinas dulces que lindan con el monte y los higos verdales de las higueras del barranco, buenísimos, cuando yo tenía cerdos para alimentar-, dijo subiendo la voz en forma desatenta y debido a la escasa distancia a la que se encontraban le llegaban algunos perdigones a su interlocutor.

      -¡A ver si te vamos a agradecer hasta el aire que respiramos en estos trigales!

Se cortó de golpe la conversación. Las estrellas daban una tenue señal luminosa. El jornalero, sigiloso, descolgó la hoz de su cinto, la aprehendió con destreza, la elevó silenciosa hasta el cuello de la camisa del encargado, y sin que este lo advirtiese, le comentó:

      -Te apremio a que no te exaltes tanto y bajes el tono de tu delicada voz, porque mi mano empieza a temblar y sabes que esta herramienta canta en un tono elevado también y corta el pescuezo de un gallo, como tú, en menos tiempo en que hago una manada de mies.  

El avasallador sospechó algún ardid e intuyó, como una ligera mordida, los dientes de la hoz en su camisa, pero no veía nada en absoluto.

      -No te lo tomes así, pues te lo digo por tu bien. El jefe tiene previsto despedir a alguno en el otro pedazo y ha pensado en ti. Pero yo le he quitado las ideas.

      -Tú dices eso sabiendo que a mí no me despedirá. Él también sabe que soy el primero que está en el tajo cada día. Y no me arredro ante el trabajo, haga frío o calor. Siempre me quedo a recoger las gavillas que otros han dejado aisladas, para que no tengáis argumentos contra nadie. Y ahora, estás acabando con mi paciencia.

Hacía un momento en que un viento malagueño se había levantado. La hoja bien templada de la hoz había atravesado la tela de la camisa por debajo de la tirilla del cuello y había mordido la piel del encargado. Este la oía vibrar muy cerca de su oreja, y en mano de un segador tan diestro, la hoja seguiría fiel a su deseo. Sergio no esperó más para decirle en un tono ya apaciguado:

      -Cuando quiera, nos despedimos, jefe, pero que sepa a lo que estoy dispuesto a hacer  ahora mismo. Hasta estoy por concederle el gusto de no irme a la feria si se empeña.

Ahí cambió, a mejor, el cariz que había adquirido la conversación.

      -No me lo tomes a mal, muchacho, pero lo que te he querido decir es que si trasnochas, luego, puede ser que no llegues de los primeros al tajo, o que no puedas rendir lo que te pagan. Y yo sé que tú tienes ese orgullo.

     - Sabe usted que sí, pero no me cabree, pues estoy harto de amenazas. Estoy dispuesto a no pasar otra por alto.

El perro, fiel a su amo, les rondaba pusilánime y escurridizo, presintiendo un desenlace bravo y sangriento. Daba vueltas y es que olía el miedo del contrincante.

      -Perdona, Sergio- dijo el afrentado. -Es tarde y no podemos andar discutiendo. Acuérdate de invitar al resto de tus compañeros en esta noche de feria. El amo tuvo la atención de decírmelo esta tarde cuando fui por el agua. Os lo merecéis porque rendís en demasía. Dile al camarero que os sirva la bebida que deseéis, que la pagaré yo-, decía el muy pelotas.

Sergio fue separando la hoz con mucho cuidado del cuello de su encargado. Tenía la mano bien sentada y sabía manejar con precisión aquella herramienta peligrosa. La bajó con aplomo y la llevó paralela al cuerpo hasta la altura del muslo y ahí se quedó hasta que el otro se marchó con la mula. De seguir en su empeño y con malos modos, estaba decidido a hacerle cambiar de opinión con su "argumento".

      -Buenas noches, Sergio. ¡Arre mula!   
   
      -¡Buenas noches!, señor encargado.

Se despidieron afablemente los contertulios, dando síntomas de que allí había una claridad pasmosa en la exposición de pareceres sobre singular tema, aunque la noche no se diera por aludida.

Relámpago se quedó vislumbrando en el horizonte al que se alejaba: una figura desgarbada y cheposa con la suerte de llevar aún la cabeza pegada al cuerpo. Dio dos pequeños ladridos de alivio y se colocó delante de su querido amo, mostrándole el camino hacia su casa, donde le estaría aguardando una abundante comida que tanto necesitaba