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martes, 30 de septiembre de 2014

ALEGRE ALBORADA

Cristóbal Encinas Sánchez  
                                                                                                                            Reunidos los componentes de esta mesa comunitaria de la Asociación de Vecinos "Viva la Jácara", convencidos de nuestros argumentos ante lo que acontece regularmente, hemos decido expresarlo de la forma que sigue, para dar cuenta a los asociados y a nuestro ayuntamiento, si se acepta.                                                                                                                                      Todas las noches de la semana pasada, a partir de las cuatro de la madrugada, hubo un trasiego de gente que hablaba con displicencia y que alborotaba. Eran personas jóvenes que no se contentaban con hablar demasiado alto sino que hacían participes a los durmientes de sus aptitudes para el canto, de su osadía e inteligencia. Lo hacían con el orgullo propio de un recién salido de la academia, que galardonado con todos los laureles quiere expresar sus recientes conocimientos. Para mejor manifestarlo daban golpes, chillaban cual ratas heridas y zarandeaban los contenedores vacíos, por lo que el ruido era más trepidante. Primero se saludaban con gran alborozo y se despedían, después, con grandes ostentaciones y abrazos -cosas propias del efecto aplanador de las bebidas cuando se toman en cantidades desproporcionadas.                                                                                                                                     Nosotros, los importunados a despertarnos de un sueño reparador,  echamos así unas horas viéndolos venir. Conjuntada de alegría la jácara en la ventanas y puertas de los bares, contemplamos, asombrados, el desparpajo, la facundia y la disponibilidad de semejantes botarates, pero no nos queda otro remedio que aguantarlos.                                                                                            Los vecinos afectados nos decimos unánimemente: "Son muchos los años que llevamos con estos síntomas, en los que el señor Baco promociona por estos lugares el desenfreno y nos muestra a una sociedad joven emergente hacia la locura". Y una de las cosas que más nos preocupan es que hay chicas que propenden, beodas, a un exacerbado protagonismo, incompatible con el feminismo  que propugnamos.                                                             Deberíamos de ser conscientes de que en la noche se descansaría, si a bien lo tuvieran estas personas, ya que es un gran bien conseguirlo: nuestro derecho a dormir;  y no que a otro día nadie estará dispuesto para acometer cualquier actividad medianamente productiva.                                                                                                                          
       Por lo aducido más arriba, les pediríamos a los entregados noctámbulos, que se vayan de juerga debajo de un puente o allá a la llanura inmensa, despoblada y libre en las proximidades de Sierra Morena. ¡Y que allí sueñen su desquiciado sueño!

 La Junta Directiva de la Asociación " Viva la Jácara"

lunes, 29 de septiembre de 2014

ME APEO EN EL KM 4

Cristóbal Encinas Sánchez


¡Señor taxista!: Por favor, pare allí, que es donde he quedado con dos aceituneros. No he tenido tiempo de llegar antes, pero me dijeron que a la altura del km 4 está el tajo donde empezaremos hoy, muy temprano, a recoger la aceituna, aunque tardíamente, pues el propietario decidió dejarlas en el árbol un mes más por eso del rendimiento. La suerte -si se puede llamar así a esta perra dentro de la calamitosa crisis de valores que hay- es que los olivos tienen los ruedos hechos  y tampoco han venido vendavales de aire ni tormentas. Como usted sabe mejor que yo, no hay casi cosecha. Los jornales -dijeron hace unos meses-  se reducirían hasta la quinta parte de los que hubo en la campaña anterior. Y como los italianos y los chinos nos lo compren todo, creo que vamos a tener que echar en el pan aceite de soja.                                                             Ya le he dicho a usted antes que en esta finca no hay trabajo más que para una semana, por lo cual me iré después para la  fresa. Y, cuando acabe esta, partiré para Suiza o Alemania, como el año pasado. Allí, si tienes suerte, puedes ir tirando pero como no encuentres trabajo en los primeros días, con el poco ahorro que he conseguido tener, las puedo pasar canutas, y lo malo es que no hay dinero para regresar. Mucha gente de la que se fue con contrato legal, respaldada por el Estado y con previsión de que le dieran clases de idiomas, se han visto engañados y mermados sus sueldos, por lo que no  pueden vivir dignamente. Y se están viniendo a España. Menos mal que tenían sus buenas carreras en Informática, en Empresariales o Enfermería. Todo ha sido un camelo.                      Cuando me fui de aquí el año pasado, las brevas ya estaban muy grandes y este año apenas están aflorando. Seguro que no habrá tampoco buena cosecha, ya sea por la continuidad de la ruina o por los malos augurios que tengo. ¡Ojalá me equivoque! Lo que sí tengo en mente es que el año que viene quizá no venga por Jaén y me quede en el km Cero, a ver si allí me tropiezo con algún exministro que ande por las inmediaciones y me pueda encaminar hacia un trabajo, aunque sea de limpiabotas, porque por justicia me corresponde. Y es que como las cosas están tan a ras de suelo, a lo mejor me llegase el momento de tener hasta buena suerte,cosa que les deseo a todos.  

sábado, 27 de septiembre de 2014

TUS OJOS NEGROS

CRISTÓBAL  ENCINAS SÁNCHEZ



Tus ojos negros, 
tu pelo inquieto
se mueve solo
por el viento.

Tus ojos negros,
sonrisa abierta,
me tranquiliza
tu olor violeta

Tus ojos negros,
corazón frío,
ellos dejaron
como el rocío.

Tus ojos negros,
en aquel día,
también sembraron
melancolía.

Tus ojos negros,
soledad dejan,
sacan mi llanto
cuando te alejas.

Tus ojos negros,
mirada quieta,
me atan presto
con su viveza.

Tus ojos negros,
al mirarme, hacen
que se me quede
fija tu imagen.

Tus ojos negros,
tu pelo inquieto
se mueve solo
por el viento.

Tus ojos negros
ya no hacen nada,
los mece el viento
desconsolados.

martes, 23 de septiembre de 2014

LA ESTRELLA

Cristóbal Encinas Sánchez

Los duces sueños los tengas siempre;
que en ellos mantengas mi recuerdo presente.
Que seas más alegre en todos tus días
y que no albergues nunca melancolías.
Que tu cara y tus labios, al pasar,                                 con breves susurros  me dejen temblar.
Que cada mañana, en cada momento,
venga más luz a tu pensamiento.
Y cada noche, cuando te duermas,
que sepas que pienso en velar tus sueños:
 invoco al  silencio.
¿Recuerdas la estrella que te mostré?
El cielo la guarda
y aún lleva el encargo que yo le dejé:
“Vela por ella en todos sus días,                                 en todas sus noches y en su amanecer”.

CUENTA SALDADA

Cristóbal Encinas Sánchez
 Había estado a la espera toda la noche. Por lamañana, cuando su amo entró en el establo, le dio suelta y salió al  patio como un torbellino. Su pelo negro y su crin al viento me hicieron presagiar un encuentro completo. El día anterior no hubo suerte, pero hoy Tritón presentaba más disposición y ahínco.                                                             Castellana era una yegua soberbia, de buena planta, de más de uno cincuenta metros de alzada. Su pelo, de color tordo pistacho, brillaba como signo de buen cuido. Ahora esperaba, al sol del mediodía, atada a un olivo. Su cuerpo cautivo no tenía posibilidad de escabullirse. El amo se aproximó a ella y, entregándole al mozo las riendas del caballo para contenerlo, se dispuso a hacerle las ataduras de rigor en estos casos. Con dos cuerdas hizo sendos nudos escurridizos por encima de las pezuñas de las patas traseras. Los otros dos extremos de las cuerdas los pasó por la parte superior de los húmeros y, tensando, los anudó. Para terminar la delicada y peligrosa labor de sujeción, ató los dos cabos sobre su lomo. Así no podría cocear, si no estaba lo suficientemente receptiva, al garañón en la ejecución de su tarea.                                                                                 El amo, tratando de calmar a Tritón, lo llevó a los pies de la infecunda. Estaba un poco desarbolado por el  fallido intento del día anterior, pero ahora lo conseguiría en la inminente incursión.                       A la voz exhortativa de su amo, respondió el gañán encaramándose y apoyando sus manos sobre los costados de la bien hallada. Ella, recelosa de lo que pudiera acontecer, no hacía más que moverse para tratar de quitárselo de encima. No lo conseguía, dado el estrecho margen que le permitía la elasticidad de las cuerdas. El insigne caballo tuvo que hacer una renuncia y desmontar. Relinchaba, jadeante, sin cejar en su empeño. Entonces hizo un gesto único y sorprendente: elevó la cabeza y abrió la boca esbozando una expresiva sonrisa. Era el preludio del intento definitivo, y el amo lo aprobó.                                                                                                                                   Enhiesto, pero torpe, el unicornio no llegaba a localizar la precisa angostura y, zigzagueando, la buscaba. Era el momento de la ostentación portentosa de sus atributos. La bordeó con su badajo, se centró y, por fin, la penetró.  No hubo tiempo para más. Tras una tenue sacudida, reculó el caballo y, de estar ovulando la hembra, era seguro que la fecundaría. Como impelido por un volcán y apoyando sus cascos en la tierra, dejó claro que su cuenta estaba saldada.    
Acto seguido, sin demorarse, el amo deshizo las ataduras para liberar a la esclavizada.                                                                                  Con una buena gavilla de alfalfa y un pienso extra, el amo recompensó al fiel Tritón. Ahora, laureado y tranquilo, intentaría recuperar sus desgastadas fuerzas.

domingo, 7 de septiembre de 2014

UN CERDO OBEDIENTE

Cristóbal Encinas Sánchez

       Un amigo le preguntó a otro, que tenía el raro oficio de porquero, que por qué siempre se jactaba de que sus cerdos le hacían caso cuando les hablaba para que no se metieran en fincas ajenas. Le respondió que estaban sembradas de hortalizas y para que no las destrozasen los llamaba por su nombre. Simplemente lo decía por satisfacción docente. 
Reacio el amigo a creerse estas bromas, que le parecían una tomadura de pelo, le propuso que se echaran una apuesta. El porquero le respondió que no tenía inconveniente en demostrárselo, lo que el otro aceptó de buen grado.
El porquero le dijo que le preguntaría algo muy personal a uno de los cerdos y que este le contestaría. Le aseguraba que lo entendería perfectamente. Y la respuesta se la daría haciendo ligeros movimientos de su extremidad trasera izquierda.
Comenzó la prueba. El cuidador se acercó al cochino y con voz susurrante le preguntó:
—¿Cuál es la pata del porquero?  
El cerdo lo miró atento, pero no hizo ningún gesto especial con su extremidad, por lo menos de momento.
—Te lo diré de otra manera –le hizo un extraño ruido con la boca: tlo, tlo, tlo.
Se acercó un poco más al cerdo, mostrándole la mano y haciéndole un gruñido que él conocía bien: uhrrr, uhrrr... Acto seguido empezó a rascarle el lomo. Y al cerdo, quieto, parecía gustarle. Siguió rascándole por la barriga hasta la parte más baja. Continuó, suavemente, hasta que el marrano dio muestras de querer tumbarse en el suelo. Se arrellanó, cómodamente, sobre su lado derecho. El hombre le rascaba sin prisa alguna y el cerdo resoplaba, ostensiva y placenteramente, de vez en cuando. Este rascar continuo se  alargaba en un ambiente de calma y al animal le producía una ligera somnolencia; le pasaba la mano por  la cabeza, la papada, el pecho, las nalgas.
Con una voz pausada se disponía a hacerle la misma pregunta otra vez, sin dejar de rascarle en el relajado pabellón de la oreja. Le habló como si lo hiciera a una persona ávida de recibir sus palabras. Y en ese instante fue cuando le introdujo el dedo índice en el oído y lo sacudió varias veces a la vez que le decía:
—¿Cuál es la pata del porquero?
Automáticamente, como un resorte, el animal levantó su pata izquierda y con un movimiento convulsivo la zarandeó varias veces queriéndole decir:
—“Esta es la pata, esta es”.
Después del tembleque, descansó el cerdo llevando su pata sobre la otra en reposo.
Con clara notoriedad el porquero se dirigió a su amigo:
—¿Te has dado cuenta, hombre, cómo responde a mi pregunta?
El amigo se quedó un poco extrañado, pero se reía a carcajadas cuando insistió otras dos veces más con la misma pregunta, y con tanto boato. El animal estaba seguro y siguió dando la consabida respuesta.
El porquero, que se había criado en el campo, sabía bien su oficio. Los cuidaba desde que amanecía y los tenía bien alimentados. Atendía solícito si los cerdos se aproximaban a las encinas, indicándole con ello que querían descorchar algunas bellotas dulces. Él las vareaba y a la vez los llamaba por su nombre para ver si se habían quedado satisfechos. Y en esas atenciones estaba cuando adiestraba a los más despabilados en cosas que podían hacer gracia. O por lo menos eso era lo que él decía. 

sábado, 6 de septiembre de 2014

UN SOSTÉN PARA UN ASCENSO

                                CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

       En aquella noche de viernes había fiesta en el bar de abajo y el ruido se prolongaba hasta altas horas. Avisé a los propietarios de que se estaban pasando y que bajaran la música. Aún así el ruido de fondo no bajó de los decibelios reglamentarios. Y me subí a la terraza y estiré la hamaca. Cogí del tendero lo que pillé a mano para protegerme la cabeza y los oídos. Cuando me dormí, lo hice tan profundamente que al despertarme con el sol y sin el sujetador sobre la cabeza  me inquieté y pensé que lo había tirado a la calle o que una gaviota me lo había robado. Di un salto de mi incómoda  cama y, obnubilado, busqué por la terraza con tal mala suerte que al primer paso lo pisé y me trabé con él. Estuve a punto de caer al suelo pero lo peor fue que se le rompió el enganche. Pronto el pánico se adueñó de mí. ¿Cómo le digo yo a la vecina que he cogido su sujetador? Se reirá de mí y no me escuchará, es más, se sonreirá con un gesto de incipiente sorna y dejando caer sus párpados para así ocultar la pequeña malicia que reflejen sus ojos azules. “Ya está, me voy a la capital, es sábado y compraré otro de la nueva línea realzada Wonderbrá”, me dije.
Acababa el mes de agosto. Tras preguntar en varios sitios, me encaminé hacia el Corte Inglés. Encontré a la dependienta que se iba de vacaciones. Eran casi las diez de la noche cuando le mostré el vejado sujetador para que sacara otro igual. Ella era una chica muy atenta y muy guapa. “No quedan de ese modelo pero hay otro que tiene todas sus características, solo que es de color verde. Yo llevó otro igual”. Y me dejó entrever un poco la parte superior del suyo con mucho recato, eso sí. Era más delicado y bonito que el de mi vecina. A las diez y cinco minutos de la noche apareció la dependienta con el sujetador en su caja después de ir por ella al almacén. La venta la hizo muy agradablemente a pesar de exceder del horario y yo quedé con el problema resuelto. Le pagué con la tarjeta de crédito y me dio su teléfono por si tenía que devolver la prenda. Le di las gracias por la información y le desee unas buenas vacaciones.
Al siguiente día le dije a mi vecina que había subido a la terraza el día anterior a cortar unas maderas creosotadas y que manché su sujetador con esa sustancia tan pegajosa que no podría volver a ponérselo. Que me había tomado la libertad de comprarle otro similar y le pedí perdón por ello. “No me hacía falta, pues tengo otros modernos”, dijo con un poco de picardía. Yo percibí que le había gustado, aunque no le agradó mucho cuando le dije que la chica me lo había mostrado. Me dio las gracias y se despidió contoneándose.

A primeros de octubre sonó en mi teléfono una voz de mujer que al principio no supuse de quién sería. “ La de la lencería, soy la chica del Corte Inglés. Es por si usted tiene una hora libre para que venga a nuestras dependencias y agradecerle mi equipo su compra. Gracias a usted rebasé las expectativas de venta fijadas y me han ascendido en mi empresa”.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Y ME ECHARÉ A LOS MONTES

Cristóbal Encinas Sánchez


Y me echaré a los montes

y que las fieras me devoren.

Y olvidaré el frescor de las caricias

y las lluvias de agua mansa

por tu nombre.                                                       

Y un día, en la incertidumbre,

si esta tiene lugar,

sentado al cerco de la lumbre

lloraré.

Todo esto, cuando tú te vayas. 


REPARTICIÓN INDEBIDA

Cristóbal Encinas Sánchez

        Por la noche había una función especial en el cine del pueblo. Venía un cantante famoso y la gente se disponía a no dejar escapar una ocasión que pudiera ser única en su vida. El artista se llamaba Antonio. Era moreno, de pelo negro y con unos rizos que luego en la escuela lo comentaríamos las niñas de mi curso. Era muy guapo y tímido.                                                                                            Recuerdo bien que mi hermano Juanito tenía diez años y yo soy dos años mayor que él. Mis padres se arreglaron pronto porque querían ir a sacar las entradas sin tener aglomeraciones. Mi hermano no quería ver la función porque estaba jugando en la calle con sus amigos. Mi padre le comentó que viniera con nosotros, pues le gustaría escuchar en directo esas canciones que oía en la radio de la abuela. Era un cantante famoso y muy querido, por lo que se alegraría de verlo, al menos cuando fuera mayor. Por tanto, nos apresuramos un poco y nos pusimos en camino. Faltaba media hora y todavía no había venido el despachador de las entradas. Éramos de los primeros y no tardaríamos más que unos minutos en tenerlas en nuestro haber y buscaríamos el mejor sitio entre las filas centrales.                                                                                                                     De pronto asomó un grupo de niños mayores y empezaron a dar empujones al final de la fila. Mantuvieron una pequeña disputa hasta que por fin llegó el que vendía las entradas. Anunció por el altavoz que en unos veinte minutos comenzaría la función. En ese momento empezó a llover y la gente se resguardaba apretujándose. Los niñatos seguían con los empujones y a desequilibrar la fila, molestando. Entonces aparecieron dos guardias municipales para poner orden. Estos, con caras de pocos amigos, empezaron a silbar haciendo gestos para disuadir a los más folloneros. Como se tardaba mucho y la cola cada vez se hacía más larga la gente se desesperaba. El guardia más bajito se escaramuzó con los jóvenes y, viendo que no llegaban a hacerle  caso, sacó el vergajo y comenzó a repartir leña. El otro policía, de más edad, estaba por el diálogo e intentó poner paz. Algunos de los jóvenes despotricaron y les dijeron pringaos y fascistas, para así ridiculizarlos y moderar al más lanzado. El jaleo acabó pronto y, como mi madre se puso de los nervios, le dijo a mi padre que se iba a casa. Mi hermano y yo estábamos entretenidos y nos callamos. Entramos los tres a ver la función y esperamos sentados a que subiera el telón.                                                       Salió el artista  y cantó como nadie lo había hecho. Él no saludaba, pero sonreía y todos le aplaudíamos. La verdad es que nunca oí una voz tan portentosa. Se trasponía y nunca sabíamos cuándo iba a respirar. Mi padre, en ese momento, miró a mi hermano y le dijo satisfecho: “¿Ves?, te lo dije: esta actuación la recordarás siempre”.                                                                                              
De camino a casa, me refería mi Juanito que el guardia les había pegado unos cuantos vergajazos a unos que siempre lo molestaban en el patio del colegio. Estaba contento porque se lo había pasado muy divertido con el cante y más con la repartición. “Cuando cuente esto mañana  en el colegio, lo que se van  a reír mis amigos, al saber que a los del fumeteo les han dado yesca, por listos” -repetía.             Nos cogimos los dos de la mano de mi padre y emprendimos un paso rápido hacia nuestra casa, porque esta vez la lluvia nos empapaba.

AL COMPÁS

Cristóbal Encinas Sánchez

Al compás de las olas verdes,
de las olas verdes del encanto
de tus ropas etéreas, refulgentes,
de la nube roja de tu cuerpo,
crezco.
Al compás de tus ojos negros,
de los ojos negros de tu cara,
de tu pelo negro por tu espalda,
de tus labios rojos por tu boca,
sueño.
Al compás de la sencillez tuya,
de la sencillez tuya de siempre,
de tu dulzura extrema con la gente,
de tu corazón sangrante a ritmo inquieto,
crezco.
Y me alimento
del compás de tus días alegres
de los días pasados en el pueblo,
de los ratos en tu puerta, fieles,                                                               de tu vida y de tus largos besos.

jueves, 4 de septiembre de 2014

NEGROS NUBARRONES

NEGROS NUBARRONES
(Dedicado a los que lucharon para erradicar esta afición)
CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Negros nubarrones, negros,
llevas al interior, si aspiras
mortíferos elementos
cuando enciendes un cigarro.
El humo, con su desgarro,
te hace añicos los pulmones.
Si ávido te lo fumas,
y regalas, de repente,
encontrarás portentoso
un cáncer muy amoroso;
serás súbdito sumiso
para enfrentarte al cadalso,
porque seguro es el paso:
envuelto en papel de muerte
es vivaracho.
¡No digas que no te lo han dicho!

Te aguarda y  te acecha diestro
y con la espada te pincha
para traspasarte el cuerpo.
El efecto es relevante
si no le tienes el miedo,
necesario y acuciante,
te quita pronto de en medio.
Si incesante el humo tragas,
a ti te mina por dentro
y no tendrás duda alguna
de atravesarte, por cierto.
Grandes pinchazos con lanza
no te dejarán vivir
y hasta desearás morir
por atreverte a fumarlo,
cigarro feo de largo;
te carcome y te arruina,
como martillo en el yunque
que forja la enfermedad.
Ese humo que te hiere,
te confiere  nulidad
para la vida,
si lo aspiras, hondamente.
¡Necedad, trampa, tontura!,
es cosa que no te miente,
que te absorbe y te tortura,
que dura la eternidad.

El humo que se desprende
te contamina, te hiere,
te cercena la comida,
la bebida te la impide,
y hasta la orina
es incapaz de salir
de la vejada vejiga.

¡Qué delicioso el suspiro!,
el del último momento,
y exhalar :
¡No me arrepiento
de lo que fumé en la vida!
Y aquí yacen esparcidas
las cenizas de mi cuerpo,
por las que fumé en paz,
mas ya no siento el tormento.
¡Que en paz descanso
y descanse la afición!,
que no poca es la aflicción;
que en este momento cese
de tener la aspiración
de algo tan suculento
de este fatal alimento,
que a la ausencia me llevó.

Tengo ya tal convicción
de que me falte por siempre
el humo de mis pulmones,
que adoraré este aposento
sin aliento y sin temores.
¡Adiós, queridas labores
de tabaco!,
que me dejasteis cargado
de múltiples sinsabores
y de la vida colgado.
¡Perdón!, por si os he aguado
con  mi relato el instante,
en el preciso momento
en que extinta ya he dejado
de mis labios la sonrisa,
por no dejar el cigarro.

OBRAS DE AMPLIACIÓN

Cristóbal Encinas  Sánchez                                                                       
       A las seis de la mañana, cuando todos dormían, el hombre se despertaba pensando en todas las tareas que iba a realizar. Se levantaba y ni siquiera encendía el candil para no despertar a la familia. Situado detrás de la ventana, echó un vistazo por una rendija y apareció la luna llena en lo más alto: estaba radiante y con su luz vería suficiente para lo que iba a hacer. Se dirigió a la pajera donde tenía varios haces de esparto amontonados. Desató uno de ellos y extrajo tres grandes mazos, estimando que con ellos tendría de sobra.
Se salió al huerto, en dirección a la piedra de machaqueo,  un compacto bloque de granito de dimensiones considerables. Necesitaría tres buenas sogas para realizar el transporte y subir los de materiales empleados en la construcción de una habitación y un aseo. Eran miembros de una familia numerosa y se les quedaban pequeñas las estancias. Pronto se incrementaría el número de hijos hasta el sexto. Con esta idea se puso a majar el esparto, y con el entusiasmo y la insistencia de los golpes, que trascendían al interior de la casa,  hacían retumbar el entresuelo  y vibraban los escasos cuadros de las paredes, de forma que se despertaron casi todos los durmientes.

Cuando le agobiaban las preocupaciones, dormía poco y no se andaba con remilgos a la hora de realizar sus tareas. Tampoco caía en la posibilidad de que podía molestar  hasta el punto referido. Como había que trabajar duro nadie replicaba. Ya estaban todos acostumbrados, es más: los hijos mayores se levantaban para ayudarle.  
Y eso es lo que cabe esperarse en tales situaciones,  ¿no?                                                                                 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

EL COMPOSITOR DE MÚSICA

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Había escuchado tantas obras de música
que cuando quería volver a vivirlas
solo tenía que abrir las partituras
por el comienzo.
Y con los primeros compases que leía,
seguía recordando su continuación,
ensimismado.
Se le veía las más de la veces sonreír
y disfrutaba con complacencia.
Con la cabeza inclinada hacia el suelo, 
como si buscase en un rincón algo digno de ser admirado,
se pasaba las horas.
Después, parecía continuar con otra obra
de las que siempre tenía en  su recuerdo.
A lo largo de su vida había asimilado un caudal de grandes obras
y, solo con pensar en ellas, disfrutaba como los ángeles.
Había olvidado el tránsito de la audición de la obra

y pasaba directamente a regocijarse con ella.