http://ferliteraria.blogspot.com.es/

Translate

martes, 19 de septiembre de 2017

ACORRALADO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

         Aún no había amanecido cuando oyó movimientos extraños en el huerto y en la calle más próxima. Esto le causaba cierta zozobra y mal estado de ánimo. Se desperezaba un día de frío intenso, casi invernal. En el ambiente había intenso olor a humo, un poco atenuado por otro olor a cebolla que le resultó inusual.                                                                                                                                                                 Con la mosca en la oreja, se levantó muy suspicaz del lugar donde descansaba. Se puso algo nervioso al oír unas pisadas de botas que armaban mucho ruido, como si estas fueran apartando obstáculos del camino. Quiso acercarse a un pequeño agujero practicado en la pared hecha con ripios y yeso, mal encalada, para observar; pero se escondió tras una columna que había tras la puerta y aguantó la respiración, rígido, todo el tiempo que pudo para que nadie reparara en él. Justo en ese momento, oyó un grito que denotaba un dolor terrible,  mantenido durante varios segundos. Ante la situación empezó a temblar de tal manera que no se tenía de pie; por ello optó por echarse al suelo y tranquilizarse para evitar cualquier golpe que él que pudiera producir y lo delatara. 
Esperó recostado, y se cercioró de que la puerta estaba bien ajustada. Mientras tanto, los pasos de alguien se iban acercando, aceleradamente, y la conversación de aquellos madrugadores siniestros  la percibía con nitidez. Entonces, las cerdas de su cuello se le pusieron tiesas como leznas a la vez que un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. El corazón le latía con ímpetu descontrolado, como nunca, desaforadamente.
Alguien de grupo deslizaba un útil metálico sobre otro, con cierta pericia, como si estuviera afilándolos. Otro decía, a varios metros de la puerta, que si hacía falta una antorcha para entrar. Una voz conocida y cálida para él respondió, suavemente, diciendo que sí:" Ven tú solo conmigo, los demás, atrás, que no os vea y lo cogeré por sorpresa, no se alarmará".

El  que estaba acorralado vio cómo se abría la vieja puerta de encina, igual que todos los días. Pero en vez de traerle un cubo con comida, su amo le mostró un gancho con la punta afilada y asido por el extremo curvo. Quedó estupefacto. Si en ese momento le pinchan no echa ni una gota de sangre. A continuación reculó hacia el rincón de la zahúrda donde había dormido plácidamente.          
El matarife se le acercó circunspecto pero tratando de propiciar una irónica sonrisa que no cuajaba. De golpe, le echó el gancho a la papada y tiró hacia sí, quedando atrapado por debajo de la mandíbula. Entonces chilló desesperadamente, no podían hacerle sufrir sin razón alguna.        
Suplicó una y otra vez pidiendo clemencia, él era inocente. No le hicieron caso, y lo transportaban casi en volandas. No tenía escapatoria: lo llevaban al cadalso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario