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martes, 22 de septiembre de 2020

UN NOVIO CON ALTERNATIVA

 


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

                Eran novios desde hacía nueve meses. Se habían conocido en el Instituto de Enseñanza Secundaria donde trabajaban desde el comienzo del curso. Ella había llegado del Reino Unido, y era licenciada en Filología Hispánica aunque impartía clases de inglés. Él daba clases de yudo, cinturón negro primer dan. Hacía dos meses que habían decido formar pareja de hecho y querían alquilar un piso amueblado en el centro de la ciudad.

Hablaron con la chica de una inmobiliaria para ir a ver un piso de dos habitaciones, amplio y soleado. A ella le gustaba que pintaran las paredes de color pastel fucsia, salvo la entradita, de pastel de crema. Los techos de color esmeralda para los dormitorios, la cocina del color del trigo y fucsia, y el salón de azul celeste. A él le daba igual el color de los techos siempre que no fueran de color rojo ni muy cargados.

Se acercó la hora de la cita con la chica de la inmobiliaria. Él llegó una hora antes de lo previsto y se sentó a la mesa del bar de la esquina, próximo a la finca que iban a visitar. Hacía mucha calor a primeros de junio, así que se refugió bajo el toldo del establecimiento y se tomó dos cervezas a plena satisfacción mientras pensaba en la distribución que tendría el piso. La pintura sería blanca para su gusto, salvo el dormitorio que sería azul celeste, algo que había discutido con su novia.
La chica de la inmobiliaria llegó a la hora convenida, se presentó a él y se sentó a su  mesa. Él quedo impresionado al verla: mujer sensible, elegante y de un color trigueño. Se pusieron a hablar de las condiciones del contrato. Le informó de que hacía varios días que lo habían pintado todo de blanco, cosa que a él le gustó. A ella se le veía muy risueña y afable, muy despierta. Tenía una bonita cara, su pelo negro a lo afro y con un hoyito en la barbilla. Él le aseguró que el piso era un encanto, bien orientado, espacioso e íntimo. Un pequeño lunar sobre el labio superior le daba un aspecto como de diva.

La novia no llegaba. Ellos esperaron sin prisa, pero dada la tardanza se atrevieron a tocar temas varios: trabajo, la preparación de las vacaciones...; y por fin llegaron a tutearse. Él miraba insistentemente su teléfono por si lo llamaba su novia. Siguieron esperando, a la vez, encantados con la conversación. Se sorprendían mutuamente, se divertían con ánimo contándose -ya- cosas íntimas. Con cierta suspicacia, ella le preguntó:

–¿Desde cuándo buscáis piso?

–Desde principio de año –él mintió sin darse cuenta, absorto, le salió así.

–¿Crees que ella vendrá hoy? Aquí se está muy bien, pero tengo que irme dentro de media hora que tengo otra visita.

–No te preocupes, pienso que sí. No suele faltar a las citas, es fiel a su palabra. Si quieres, podemos ver el piso y no demorarlo más. Y si me gusta, todo irá más rápido –había olvidado que a su novia no le gustaría el color de la pintura, y lo que él dijera no valdría; pero a él, de momento, le entusiasmaba el color blanco.

Ella le lanzó una mirada suspicaz y aceptó la propuesta. Él llamó al camarero y pagó la cuenta generosamente. Caminaron hacia el piso.

–Tú muestras mucho interés, pero me gustaría que ella estuviera presente. Aguardaremos en el portal, que allí hace más fresco. ¿Te importa?

–La verdad es que estando contigo no me importa esperar –ella se dio por aludida por alguna pretensión. El chico le había gustado desde que habló por teléfono. Su voz era halagadora y melódica. Denotaba que tendría un buen carácter, y así pudo constatarlo. Y una mirada cautivadora, también. Se dejó llevar por su atractivo y a continuación le invitó a entrar en aquel piso lleno de luz, amplio y acogedor.

El teléfono de él no recibía ninguna llamada, por lo que decidió a llamar a su novia. Ella tenía dos horas libres y se había quedado en el colegio. Él le hizo dos llamadas, una al teléfono fijo de la oficina, pero nadie contestó. Tras haber llegado a su término colgó y fue entonces cuando intuyó que algo raro pasaría.

La chica de la inmobiliaria y él siguieron con su amena y extensa conversación. Él miraba su boca y sus ojos de hito en hito. Estaba fascinado. A los dos les ocurría igual, con cualquier cosa se reían y se observaban como si se conocieran hace tiempo. Por fin, una llamada.

–Sí –respondió él–, que llevamos esperándote un buen rato.

–Perdona, creo que ha sido muy prematuro. Es demasiado pronto para meternos en esto. He pensado que lo seguiremos pensando después de las vacaciones. Adiós –y colgó sin dar opción a que contestara. La chica de la inmobiliaria no se sorprendió por ello.

–Suele ocurrir –dijo–. Las chicas jóvenes centradas no suelen dar este paso tan a la ligera. Creo que piensan que sus familias no ven correcta esta decisión.

El piso estaba bien pintado. Con vistas al río y al parque que se extendía hacia praderas y montes cubiertos de pinos, cuyos aires les envolvía de fragantes aromas. El romanticismo hizo acto de presencia a una hora un poco intempestiva, fuera de norma. Aquello era impensable. El pensaba en qué le había hecho cambiar de opinión.

Dejándose de zarandajas, rápidamente, le preguntó:

–¿Estás saliendo con algún chico? –ella notó la intención con la que se lo dijo.

–Soy nueva en esta plaza. He terminado mis estudios recientemente –eludió sutilmente la pregunta, dejándole un sabor agridulce.

–¿Te preparas para lo que estudiaste?

–Sí, pero mientras tengo que tener algunos ingresos. Por ello me dedico a alquilar pisos. Pero no está en mis pretensiones salir en serio con ningún chico. Tú me has caído muy bien, pero tienes compromiso ¿no? Soy muy joven todavía para meterme en esos berenjenales.

Amablemente se despidieron. Él no quiso decirle nada más sobre el tema, aunque ansiosamente esperaba que ella le dijera algo, aunque solo fuera que volverían a verse. Ahora quería continuar con ella.

Se quedó mirando cómo aquella figura se iba alejando. Iba a desaparecer tras la esquina, pero antes de doblarla él la llamó con una voz decidida que no dejó indiferentes a los que estaban en la puerta del bar.

Ella por fin se detuvo, se volvió, y tres segundos después le miró con apremio, y le contestó con un gesto afirmativo de cabeza.

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