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domingo, 17 de noviembre de 2024

NEGROS NUBARRONES

 

(Dedicado a los que luchan contra los estragos del tabaco)

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Negros nubarrones, negros,

llevas a tu interior si aspiras

mortíferos elementos

cuando fumas un cigarro.

El humo, con su desgarro,

te hace añicos los pulmones.

Si ávido te lo fumas

y regalas, de repente

puedes encontrar airoso

un tumor muy ostentoso;

serás súbdito sumiso

para enfrentarte al cadalso,

porque seguro es el paso,

que envuelto en papel bambú

te sorprende vivaracho,

es solo cuestión de tiempo.

No digas: "¡No me lo han dicho!"

 

Te aguarda y te acecha diestro

y con su espada te pincha

para traspasarte el cuerpo.

El efecto es relevante

si no le tienes el miedo

necesario y acuciante,

te quita pronto de en medio.

Si incesante el humo tragas,

a ti te mina por dentro

y no tendrás duda alguna

de atravesarte, por cierto.

Grandes pinchazos con lanzas

no te dejarán vivir

y hasta desearás morir

por atreverte a fumarlo,

cigarro fiero de largo;

que te carcome y te arruina,

como un martillo en un yunque

que forja una enfermedad.

Ese humo, que te hiere,

te confiere nulidad

para el resto de tu vida,

si lo aspiras largamente.

¡Necedad, trampa y tontura!,

es cosa que no te miente,

que te absorbe y te tortura,

que dura una eternidad,

o al menos, te lo parece.

El humo que se desprende

te contamina más, te hiere,

te cercena la comida,

la bebida te la impide,

y hasta la animosa orina

es incapaz de salir

de la ultrajada vejiga.

¡Qué delicioso el suspiro!,

el del último momento

cuando puedes exhalar:

¡Verdad, que no me arrepiento,

de lo que fumé en la vida!

Y aquí yacen esparcidas

las cenizas de mi cuerpo,

por las que fumé incapaz,

mas ya no siento el tormento.

¡Que en paz tenga mi descanso,

y repose mi afición!,

que no poca es mi aflicción;

que en este momento ceso,

detengo mi aspiración

de algo tan suculento,

de ese fatal alimento

que al destierro me llevó.


Tengo ya tal convicción

de que me falte por siempre

el humo de mis pulmones,

que adoraré este aposento

sin aliento y sin temores.

¡Adiós, queridas labores

del tabaco y sus olores!,

que me dejasteis cargado

de múltiples sinsabores

y de la vida colgado.


¡Perdón!, por si os he aguado

con mi relato un instante,

en el preciso momento

en que extinta ya he dejado

de mis labios la sonrisa

por no dejar el cigarro.

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