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lunes, 15 de diciembre de 2014

POR CONTESTÓN

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

       A la entrada de la bocamina nos juntábamos por la mañana a primera hora, antes de comenzar el trabajo para revisar el material que teníamos que llevar. Yo esperaba al ingeniero que se retrasaba, pues me tenía que dar instrucciones. Mientras, eché una ojeada a mi libreta de trabajos pendientes. No tuve que esperarlo mucho pues divisé por los comedores su casco blanco inconfundible. Se fue acercando a mí hasta que a unos cuatro o cinco metros me voceó inesperadamente:
—¿Tiene la lista de trabajadores ahí? -yo no le contesté porque él no me había saludado. Con voz afable y sonora le lancé:                                                                                                                                 —¡Buenos días, don Marciano! -me miró por encima de sus gafas negras mientras yo seguía acercándome. Cuando estuve a dos metros de él, me alargó un plano de zapatas.                                  —Tome este plano y compruebe si ayer terminaron de poner los estribos en los corrugados para continuar con el hormigonado -yo seguía sin responderle a sus preguntas.
 —¡Buenos días, don Marciano! -le espeté y me esperé unos cinco segundos por si quería dedicarme dos palabras de buen recibimiento. Me aproximé un poco más a él y le dije otra vez con menos agrado:
—¡Buenos días, don Marciano! Que sepa usted que no le voy a contestar a nada de lo que me pregunte hasta que no me dé los buenos días. ¿Es que usted se cree que es más que nadie aquí?, cada uno tenemos nuestra función y usted no es más que yo, que también tengo mi orgullo. Y si no fuera por nosotros, usted no haría nada -le dije muy claramente-. ¿Tanto le cuesta a usted decir buenos días? -a lo que me respondió irónicamente:
— Es que a mí no me gusta decir buenos días a nadie y menos aún si no he desayunado.                                                                        —Pues, ¿sabe lo que le digo?, que eso es de tener muy mala educación. A cualquier persona se le saluda y más nosotros, siendo compañeros. ¡Que no es la primera vez que usted hace esto, hombre!, y ya está bien.
—Ya le he dicho que no es de mi agrado dirigirme en ese tono al comenzar la jornada. Pero ya que insiste tanto y no tengo más ganas de discutir, le diré "¡BUENOS DÍAS!".
A primeros del mes siguiente, al recibir el sobre vi que en el apartado de "PRIMAS" no había ningún cantidad; no me habían dado lo que a todos los trabajadores nos complementaban desde que llegamos a la obra. Sin pensarlo dos veces, por la tarde me fui a ver al ingeniero jefe.
—Don Juan: Se ve que este mes no he tenido el ingreso que todos tenemos por realizar nuestro  trabajo con diligencia y alegría. La prima nunca se la han negado a nadie mientras yo he sido el encargado aquí. Ahora se me niega y quiero saber por qué.  Creo que no me he portado mal y los plazos de la obra van muy adelantados. Le pido a usted, por favor, que me lo diga, si puede averiguarlo.                                                                                                     
—No se preocupe, pero ha tenido que ser por un error. No lo dude. Esa actuación no es propia de nuestra empresa y se corregirá, usted tranquilo.
A los dos días volví  a la oficina a ver si el jefe tenía la respuesta que yo necesitaba, y me contestó:
— Le dije ayer a la secretaria que se le hiciera el ingreso de la cantidad estipulada por ese concepto. He indagado y me han dicho que se la habían negado porque usted era un contestón.
—¡Don Juan, usted sabe que eso no es verdad! Le puedo informar de lo que pasó con esa persona.
—Perdone la broma. No hace falta, pues ya me lo han contado él. No volverá a  pasar                                                                     Desde aquel momento tuve la osadía de que cuando don Marciano venía, yo me giraba, mirando algún detalle en un plano, o simplemente hablando con algún oficial. Él no me decía nada pero mandaba a su ayudante para que me comunicara lo que estimaba conveniente.
Antes de terminar la presa lo enviaron a otro lugar y a mí me dejaron hasta que acabaron las obras. Después me pidieron que me quedara allí para el mantenimiento de la central y así lo hice. Me quité de estar bajo las órdenes de gente tan mal educada y tan orgullosa.

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