http://ferliteraria.blogspot.com.es/

Translate

viernes, 23 de octubre de 2015

SEGUNDO PLATO

Cristóbal Encinas Sánchez

       Por aquellos parajes y a unas horas un poco intempestivas, un vecino de la zona estaba dando vueltas alrededor de la era. El propietario del cortijo próximo, por una rendija, lo vigilaba con  desconfianza, por lo que decidió salir a la calle.

–¡Buenas tardes! – le dijo al visitante y este le contestó de igual forma–.¿Qué se le ofrece?

–Mire usted, yo soy del cortijo aquel que puede ver en aquella lejana loma, junto a la oquedad en la roca bermeja. Soy padre de familia numerosa y hace más de dos días que no como ni un granzón y si usted tuviera una caridad para conmigo y me diera algo que echarme al estómago, se lo agradecería. 

El visitante tenía un aspecto ajado y un sombrero marrón de fieltro de ala ancha. Llevaba de reata un burro escuchimizado, con las alforjas vacías, que tendría de alzada no más de un metro diez centímetros, pero con mucho genio.

–He estado recogiendo támaras de olivo para un par de haces y algunas raíces secas antes de llegar hasta aquí. Sin hacerle compromiso, le ofrezco un de mis perros en agradecimiento. Se lo puede usted quedar, tranquilamente, ya que es buen cazador y le compensará tenerlo, porque a menudo suele traer algún conejo.

Los dos hombres entraron en la casa convencidos del trato. El propietario le indicó que se acomodara alrededor de la lumbre, en un sofá de tabla y relleno de hojarascas. Le sacó un plato de aceitunas acebuchinas recién machacadas y con una pizca de sal gorda.   

–Espere, por favor, a que mi señora le ponga unas morcillas y chorizos.

Y para que fuera saciando su hambre, le puso en un platillo un puñado de garbanzos tostados y unos chicharrones. El hombre fue prudente al no abalanzarse de súbito al  plato y, dándole las gracias, se acercó a la mesa con mucho temple, cuando llegó la mujer con una fuente a rebosar. Se sacó del bolsillo su navaja de muelles y se lanzó a por la morcilla, tan olorosa y bien aliñada que empezó a saborearla con entusiasmo. A grandes bocados liquidó la primera y se atrevió con la segunda. A continuación, y sin soltar palabra, a dos carrillos, se apropió del chorizo ubicado en la parte posterior del plato. Cortó la mitad de una vuelta y después, con delicadeza, cortó la mitad del que quedaba para  echarlo a la lumbre que el amo de la casa había preparado con maestría. Entretanto se había comido casi el pan chico, de a kilo.  
 El bienhechor no daba crédito a lo que veía, pero le dijo que si aún le quedaba apetito iría a por refuerzos. El aguerrido comensal le contestó, con el último trozo en la boca, que sí y que ya que lo hacía, si no era molestia, que le trajera butifarra. A los pocos minutos asomó la mujer con una butifarra, que estirada tendría más de medio metro. Viendo ella que el pan ya lo había engullido, se fue a por otro. Con mucha parsimonia, el "ensonrible" cortaba rebanadas por el centro, después de haberlo partido por la mitad. El matrimonio lo observa sin perderse letra de cómo iba desapareciendo la tripa. Ya parecía estar casi harto. Hinchaba el pecho y exhalaba el aire con una clara sensación de fatiga. Pasado un rato, se le ocurrió decir:

–Bueno, todavía me queda un raro hueco en el estómago y como estaba tan buena, ¿podría llenarlo con un trozo más de morcilla? Se ve que su mujer tiene buena mano para la matanza.

El otro, haciendo de tripas corazón, miraba al cielo, elevando los brazos como pidiendo ayuda para sujetarse. Muy solícito a cumplir sus deseos, y sin venir a cuento, salió corriendo escaleras arriba y, cuando lo vio llegar, su mujer le dijo:

–¿Qué pasa, le han sentado mal a ese hombre los embutidos? –a lo que él contesto con vehemencia:

– Tiene la cara de decirme que si le puedo llevar más morcilla, que parece que le ha quedado cierto desconsuelo en el estómago. ¿Dónde está la escopeta? –todo esto lo comentaba en voz muy alta.

Cuando el propietario de la casa bajó de las cámaras, se encontró la cocina vacía, solo estaba el sombrero. Al que había sido invitado con gentileza, lo vio saltando por las albarradas que se las pelaba. Lo único que le faltó por asimilar fue un par de tiros, si no se anda listo y se hubiera esperado a que le llevaran el segundo plato. Al burro, cargado, lo recogería después alguno de sus hijos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario