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martes, 31 de mayo de 2016

EL AMOR SIN LÍMITE


Cristóbal Encinas Sánchez

Los chiquillos del barrio solían salirse a las afueras del pueblo, en las tardes del sábado, para ver llegar a unas señoras muy maquilladas que les hacían guiños y gestos incitantes, atrevidos, que a ellos les causaba risa y les ponía, sencillamente, nerviosos.
Con facilidad, los más osados, una vez calmado el revuelo, trepaban  por una verja trasera de la vistosa casa que las había cobijado, para observar a través de las ventanas de las habitaciones a las distinguidas anfitrionas, de las cuales, se decía, exhalaban profundos suspiros  a partir de las horas de cierre del establecimiento.
Después de varias horas de estar escondidos, los muchachos contemplaban la fachada posterior de la casa que parecía una película del estilo de Jacques Tati. La simultaneidad de escenas en aquella panorámica, donde unas chicas aparecían con el sostén dándoles vueltas, otras con unas braguitas y ligueros de los más variados colores, montando una fiesta de besos, era de lo más atractivo, variado y complaciente para ellos.
La institución, con "pedigrí" reconocido, ofrecía, sin duda, atractivos que no había en otros lugares. Por estos motivos, llegaban hombres de todas las edades, ideas y estratos sociales, vestidos siempre de manera impecable, con buen gusto y una afabilidad extrema. 
Entre los jóvenes se comentaba que los trasnochadores se sucedían para gozar de los productos del amor -decían los más avispados- por lo que suponían que estos disfrutarían de agasajos, exquisita comida, música y licores entre mimos y ternuras. 
Por fin, cuando los visitantes se marchaban, las mujeres los despedían asomándose a los balcones, aireando las prendas íntimas y simulando enjugarse  las inexistentes lágrimas, no sin antes haberse puesto unas enaguas translúcidas, para entonar canciones románticas y pícaras, a la vez que les lanzaban puñados de pétalos de rosas rojas.

Existía un rumor muy arraigado de que muchos de aquellos hombres vinieron de fuera, que habían participado en feroces guerras, y que habían conseguido recuperar su corazón en el magnífico burdel llamado El amor sin límite.


                                     FOTO CEDIDA POR MI AMIGO PEDRO OTAOLA                               

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