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jueves, 19 de octubre de 2017

PERRA MIRADA

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
        Cuando el encargado de la finca llegó corriendo hasta el mejor cerezo, miró al muchacho que estaba subido en él a la altura de la primera cruz. Lo enviaba el propietario de la finca para comprobarlo, pudiendo constatar que José, tranquilamente, estaba comiéndose los apetitosos frutos.                                                                                  
El emisario, jadeante, se volvió por donde había venido para comunicárselo sin demora a su jefe. Este fue rápido adonde estaba el ladrón, y se dirigió a él con decisión y arrogancia:
—¡Oye, tú!, ¿cómo te has subido ahí? –le miró con desprecio.
— Pues, agarrándome y gateando por el tronco –le contestó José.
— ¡Bájate, que quiero hablar contigo! –le replicó en tono amenazante.
El joven se bajó del árbol y pasó inmutable cerca de aquel perro fiero, que estaba atado a una cadena en derredor al tronco, y en la dirección a su amo.
 —¡Dígame usted!
—¿Has subido al cerezo tan temerariamente, con este aquí atado? –señaló al mastín.
—Ya ha visto usted que acabo de bajarme y he pasado junto a él –le respondió el muchacho.

En ese momento se terminó la conversación. El perro miró con cara suplicante al furioso amo, al verle hacer un brusco movimiento de su mano hacia atrás. Este sacó la pistola de su funda y, a poca distancia, le disparó dos veces sin parpadear. Al instante, el animal cayó al suelo como una espuerta de barro.                    
El perro no fue tan fiero con aquel intruso que había hurtado las cerezas al amo de manera tan elegante. Lo peor para el patrón fue que también le robaran su prestigio y eso no se lo perdonó. Al no defender sus propiedades, no cumplió con su deber y eso le afrentó. 
Para el ofendido ese no fue un problema que no pudiera solucionar sobre la marcha, y sin inmutarse.
(NO A LA VIOLENCIA)

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