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lunes, 1 de octubre de 2018

ELIGIERON AL MUERTO


Cristóbal Encinas Sánchez

(Lema : ALGUIEN QUE AHORA NO ESTÁ AQUÍ).

            Se estaba grabando en el teatro la escena de la doncella en que profusamente lloraba y derrochaba palabras de gratitud hacia el vagabundo que yacía en el suelo. Pisando la magna espada, con ánimo de sacarla de donde la habían clavado, exclamó una retahíla de frases con gran boato.
De pronto, por la parte izquierda del escenario aparecieron dos guardias para llevarse preso al autor del robo de aquella significativa arma, que era del Rey y que apareció, lamentablemente, junto al vagabundo.
Se había originado una encarnizada pelea –decían los allí presentes– por el motivo de la defensa de la doncella, que fue asaltada por varios delincuentes. El vagabundo la había defendido con habilidad inigualable para ponerla a salvo, pues fue un famoso espadachín en su juventud, pero esta vez lo habían herido a traición y yacía en el suelo con un sospechoso desmayo. Todos creían que aquella escena era parte de la obra.
Los dos guardias argumentaron que, por la inmediatez de los hechos cometidos, y con lo que estaban viendo, que no daba lugar a equívocos, deberían de llevarse a alguien para presentarlo como testigo del robo y de la contundente violencia perpetrada. Necesitaban a alguien argumentara el hallazgo.
Nadie sabía nada ni conocía al culpable. Todos se mantenían erguidos y serios. Al rato, y viendo que la cosa se alargaba, la doncella suspiró con gran entereza y, con mucho dramatismo, exclamó:

–A mí, llévenme a mí, ya que yo he estado a punto de morir y él me ha salvado –lo dijo para ver si ahora alguien la acompañaba y por ver la actuación de los guardias. Uno de ellos, sorprendido por el cariz de la representación, y para salir airoso ante una dama tan arrogante y bella, prorrumpió:

–¡No, no debemos cometer una tropelía!, una insensatez, pues sabemos que el asesino ha sido alguien que ahora no está aquí. Pero mientras encontramos alguna prueba más concluyente, pensemos –dijo el primer guardia.
El otro guardia, con ojos muy vivarachos y como habiendo encontrado la solución pertinente, pasados unos segundos soltó:

–Si no se ríen, me atrevo a presentar esta opción: ¡LLevarnos al muerto! Diremos que tenía un poco de vida y en el camino murió. Nosotros cumplimos nuestra misión, y ya vendrá la policía a investigar para descubrir al asesino.


Los allí presentes intentaron no sonreír, no sabiendo si aquello era una broma dentro del espectáculo. Los guardias se fueron con lo que más les importaba: la espada, y la reataron muy bien a la montura de su caballo.

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