http://ferliteraria.blogspot.com.es/

Translate

viernes, 28 de septiembre de 2018

LA CASA DE MIS ABUELOS


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

             Esta noche encuentro en los posos de este vino amargo reminiscencias de la vida que tuvimos. Ya llegó el momento para no seguir fingiendo que supimos llevar de forma conveniente nuestra apresurada vida.
Ajeno a todo, me cobijo mentalmente en aquel cuarto de los trastos de la vieja casa de mis abuelos, en una feliz tarde. Allí había jáquimas colgadas, azadones, cestos con cuerdas, horcas de la parva, hoces y rastrillos mezclados todos en el rincón de una habitación pequeña destinada a almacén . Yo buscaba, ante todo, mi entretenimiento preferido: la albarda del mulo Romero. Me subía encima y comenzaba a recordar cuando trotaba por los campos de cereal casi recién nacido, por las orillas de los ríos y por los límites de las alamedas.
Me imaginaba corriendo por llanos del Banco con algunos compañeros de la escuela, hasta asomarnos a los acantilados, unos farallones que dan al Torcal, y desde allí descolgarnos para visitar las cuevas, con el peligro inminente de caernos en alguna sima y perdernos en ella para siempre.
Después, me subía a las cámaras de la casa, donde había jugado muchas veces con mi hermano. Nos escondíamos tras los haces de esparto que sobraron cuando se hizo el tejado.
Lo escrutábamos todo: sacudíamos impulsivamente los cencerros grandes y las campanillas que pendían de un clavo; manoseábamos las herramientas guardadas en las capachas. Sacábamos dos cuchillos y los atábamos a un palo para construir un chuzo con el que nos enfrentaríamos, en caso necesario, a algún sacamantecas escondido. Con una corneta inservible, calada en bandolera no fuera a perderse, intentábamos tocar y llamarnos, pero su boquilla no sonaba.
Lo que más nos gustaba era luchar con un largo sable herrumbroso y una bayoneta de medio metro. Por ser yo mayor que él y más robusto, me apropiaba de la espada, aunque no podía blandirla ni con las dos manos; pero nunca nos herimos, ni un rasguño, porque teníamos el cuidado necesario.
Íbamos después a darle un repaso a una arquilla vieja que contenía incontables botellitas con raras esencias pestilentes y de diversos colores, azules verdosos y morados; y hasta cartuchos de postas había, con su espoleta y que pudimos haber explosionado.
Lo que más me llamó la atención fue encontrar un bonito tebeo pegado a una de las paredes de la arquilla. En su portada apareció una caricatura magistral e impecable de Pepe Iglesias “el Zorro”, aquel hombre tan gracioso y amable, que nos haría reír en las noches del solitario invierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario