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lunes, 12 de noviembre de 2018

A LA LUZ DE LA LUNA


CRISTÓBAL  ENCINAS SÁNCHEZ
         Entre las junqueras del estanque las ranas croaban incansables su resuelta partitura, complaciendo a la noche cálida y buscando ansiosas, tal vez, a sus parejas. Las sopranos tenían sus cuerdas bien templadas, dando unos tonos sonoros, brillantes.
Pendiente estaba yo de aquellos cantares anfibios cuando recordé la rana del cuento a la que besó un príncipe y se convirtió en hermosa doncella, a pesar de que su piel resbaladiza no era apetecible para ser besada.
Todas las tardes del verano cantan a coro, y en una de ellas me acerqué sigiloso al agua cristalina que transmitía las suaves ondas de sus imperceptibles saltos. Los resueltos ojos, casi escondidos bajo la superficie, escudriñaban, sin ser vistos y, sin alterarse, mi figura. Me agaché y me fui hacia la parte más tupida de las junqueras altas, con una lentitud tan exagerada que logré coger a una. En mis manos la contemplé y la acerqué a mi cara. Entonces se me ocurrió darle un ligero beso. Con las patas estiradas, me miró atenta. Yo la observaba, como esperando una transformación instantánea. Como no ocurría nada, le secundé con otro beso, dándome la impresión de que me sonreía. Nada de eso. La puse suavemente en la palma de mi mano y al final se decidió a dar un salto olímpico con un estilo impecable que la llevó hacia el centro del estanque.
Esta tarde cuando anochecía me he pasado otra vez por la charca, cuando estaban en plena sinfonía. Oigo algunos chapoteos. ¿Pensaría la rana que estuvo en mis manos que al darle el beso quizá fuera yo el que se transformara en su príncipe?

En esas noches del verano cuando la luna está en su plenilunio y resuenan cantos entregados, yo me imagino que estoy nadando en un lago rodeado de verdes arboledas inundado de exóticas fragancias. Y que allí hay una mujer escondida que se me acercará para hablarme con voz apasionada. Entonces, los dos nos iremos nadando hacia una pequeña isla interior, en la claridad de la noche solazada.

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