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viernes, 21 de febrero de 2020

MI ABUELO


BELÉN ENCINAS HAYAS

       Llovía. Yo estaba sentada mirando a través de la ventana, poniendo el pan a tostar para el desayuno. Alguien en la calle me llamó la atención. Era un hombre muy mayor que caminaba con una niña  que podría ser, seguramente, su nieta. Iban cogidos de la mano. Ella era muy pizpireta y risueña, con el pelo lacio y rubio. No paraba de hablarle al anciano, el cual  la miraba con mucha atención y dulzura, sonriéndole entre frase y frase.                                            
De pronto, subiendo una cuesta, la preciosa niña se paró. Y con una mirada atenta, a modo de súplica, le dijo: 
-"¡Abu!, por fa, cógeme, que estoy cansada". 
Él, sin dudarlo, detuvo su paso y, con una amplia y generosa sonrisa en sus labios, se agachó, la abrazó y la apretó contra su pecho. ¡Qué complacidos y encariñados se encontraban los dos!                                       
Durante un rato, con ella a cuestas, y sin que ella se percatara, la cara del dulce abuelo cambió. Su gesto reflejaba un cansancio permanente y mucha fatiga en su respiración. Estaba transido de dolor, pero eso no le impedía llevar a su querida nieta en brazos. Con torpeza y gran esfuerzo subía la empinada cuesta, con pasos despaciosos.  De vez en cuando, los dos se miraban con la complicidad de estar muy unidos, en la mejor compañía.

Los ojos de la cautivadora niña eran tan vivos y con una mirada tan brillante y especial que iluminaban la calle. Dándose cuenta de la situación y mirando a su abuelo, cogiendo su cara entre sus pequeñas manos, le susurró al oído: "¡Abu, es que yo te quiero mucho!".

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