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sábado, 31 de octubre de 2020

ESPERA INÚTIL

 

Cristóbal Encinas Sánchez

                Se abre inesperadamente la puerta del ascensor que he llamado. Son las seis de la tarde. Toco el timbre de la puerta, aunque está abierta. La enfermera me dice que pase. La sala de espera es acogedora y fresca en estos días del verano. La habitación contigua es la de la consulta del médico. Me siento tranquilamente, y me pongo a contemplar los cuadros de la paredes. Hay muchos, estoy ansioso por contemplarlos. Algunos son fotos de representaciones escénicas, y mirándolos me entretengo mientras llega mi turno. La enfermera ha puesto una música excelente y sugestiva de John Barry. Me fijo en la foto de un castillo imponente que me recuerda la película protagonizada por Sean Connery y Audrey Hepburn.

Un paisaje marino al fondo, donde la playa se extiende hasta el final de una tarde lánguida, sugiere un idilio amoroso. Estoy solo. En otro cuadro, que se advierte un manto receptor de la oscuridad de la noche que se avecina entre una hilera de montañas equiláteras, perfectamente alineadas, me dan una sensación placentera. En otro paño se ve una escalera donde unos transeúntes suben o bajan, no se sabe, se produce un efecto óptico. Sobre una mesita ornamental hay una  alabeada figura de cerámica que parece pensativa, indecisa, que me mira sosegadamente. Me induce a pensar que el diagnóstico sobre mi salud será favorable, ¿o no? También, de forma sesgada, mira hacia el suelo, dándole  a entender al que salga de la consulta, que nadie sabe el tiempo que aguantará su enfermedad. ¿Tendrá remedio? ¿Se sorprenderán los pacientes y la figura no querrá mirarlos a la cara? Por eso mira hacia el suelo, lejanamente. ¿Habrá un complot entre ella y el doctor? Pero es seguro,  el doctor le habrá aportado un remedio a sus males.

Mientras tanto, no se oye ningún ruido, ni un hablar susurrante de un paciente quejoso. Ni las palabras de consuelo del profesional que dictamina lo que debe hacer. Por un momento me paro a pensar: ¿El doctor habrá llegado? Me escamo entonces. La enfermera no me ha informado de si está o no.  Yo estoy en que sí, en que está pasando su consulta. Llevo treinta  minutos aguardando.

Son las siete de la tarde y el paciente no sale. La enfermera permanece callada, como si también ella estuviera a la espera. No ha tenido la delicadeza de informarme. Nadie más ha llegado después de mí, solo una mujer para pedir cita para otro día.

El doctor no acaba de llegar. Me ha dado tiempo de pensar muchas cosas. De prisa, cojo mi sombrero que lo sostenía la figura de cerámica, y me dirijo hacia la puerta. 

Ya estaba harto de imaginarme cosas que luego no tendrán confirmación. Yo, por ahora me encuentro bien, sin enfermedades, y no quiero seguir calentándome la cabeza.

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