Cristóbal Encinas Sánchez
Vivo de historias que me confortan
al leerlas en mis libros inéditos.
Vivo de las historias que recuerdo
y que hago vivir para que los años pasen.
Y ya pasaron, y no tienen sentido los ensueños,
los vítores y los reconocimientos.
Ahora quedamos tú y yo y otros encuentros,
no en mi propia vida sino en las historias.
Descargadas de su urgente necesidad,
yo las disfruto al por menor:
sin ánimo, sin lucha y sin futuro.
No atento contra nada,
disiento mucho de los acontecimientos
que aparentan ser ciertos.
Vivo unas historias, aun a sabiendas,
que pudieron ser realidad,
y pruebo sus posibilidades en estos tiempos
de elucubraciones infértiles.
No tengo claro que pudiera vivirlas,
aquellas realidades que en su día no fueron vividas,
las que nada dicen a nadie y se perdieron,
que pudieron ser creíbles, o mejor dicho, amadas,
y solo son ya un cúmulo de fantasías muertas.
Orgullo de una vida, soberbia de la nada,
la vejez cambia las historias
y lo hace para que también tú seas nada.
Los hoyos de tu cara se cruzan con las estrías
trasvasadas de los duelos y los sufrimientos
en las noches desesperanzadas y de caos,
de derrumbes y hundimientos,
en la profundas simas del olvido.
La realidad normalizada ahora muestra
nuestra historia recién pasada y envidiada.
Pero
aún nos quedan los auspicios buenos
y
unos brotes de esperanza con historias dignas
que
podrán de nuevo ser contadas.
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