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viernes, 14 de febrero de 2014

UN DÍA DE ACEITUNAS

                                     UN DÍA DE ACEITUNAS                                       Cristóbal Encinas Sánchez

Ha comenzado la recolecta de la aceituna. Son las siete de la mañana y no hay claridad. La gente comienza a levantarse y a deambular por la calle, prepara sus comidas y arregla a sus animales. A las ocho hay que estar dispuesto para encaminarse al trabajo.
Son las nueve y los aceituneros ya están en los tajos, esperando a que el manijero dé la orden para empezar la tarea.                                   Allí, a la entrada de la finca, se ve un grupo de cuatro o cinco hombres que llevan grandes lienzos, o mantas. Los extienden, cuidadosamente, en la base de un olivo. Echarán sobre ellos el fruto, golpeando con sus varas, festiva e insistentemente. Los que portan las más largas, van por abajo buscando todos los alrededores. Los que van por arriba, usan las piquetas, que son más cortas. Suelen subirse los jóvenes, porque hay que trepar y estar muy ágiles para llegar hasta los mismos copos, y rápido. Hay un tercer vareador, que con una vara entrecorta va espulgando por la parte interior del olivo. Entre todos van calado las ramas, buscando las aceitunas donde estén, y procurando no dar de frente porque salen como proyectiles y te pueden dar en un ojo.             Hay que referir que tienen una perfecta compenetración y un entendimiento que les lleva a realizar un trabajo limpio en un tiempo récord, aceptable, y dejando la mínima cantidad de fruto en el árbol. Eso le da brillo al grupo. 
Allá están las mujeres con sus esportillos, agachadas, sufridas. Recogen las aceitunas que reposan en el suelo. Son las que cayeron antes de madurar, debido al viento o a la sequedad. A veces, están muy clavadas en la tierra, cuando caen heladas y no se pueden sacar, hasta que el sol da con fuerza. De todas formas usan unos dedales para el dedo índice, hechos de una bellota. Sin entretenerse, van recogiendo, una a una, las soladas hasta que llenan sus esportillas. Después vendrá un muchacho con un saco para vaciarlas y las llevará hasta la criba. Allí se van juntando  los sacos recolectados para quitarles las piedras, hojas y tallos. Ya limpias, se cargan en carros, o en mulos y burros para llevarlas al molino, cuando la distancia es pequeña. Entonces es cuando nos acercamos a las prensas donde se ha estirado la masa, producto de la molturación, sobre los capachos y vemos gotear el verde aceite de oliva, tan estimado y tan fundamental en nuestra alimentación.

El mayor disfrute llega con el almuerzo, cuando se abren las capachas o las talegas y se sacan las morcillas, los chorizos, torreznos, ensaladas y tortillas. Para el postre, nueces, granadas, higos y naranjas, todo un delicioso y apetitoso manjar. Es el momento en que se les da suelta a los  chascarrillos e historias antiguas, al lado de la lumbre que reconforta y libera fuerzas, entonando el cuerpo para poder echar bien la tarde.
Al terminar la jornada, cuando ya se está muy cansado de dar palos y de estar tirados al suelo, el manijero da la voz que todos ansían oír, y se disponen a recogerlo todo, con alegría. La jornada ha sido dura. Ahora a descansar. Pero aún hay que volver al pueblo, y la mayoría de las veces, caminando; habrá que hacer la compra, preparar la comida, lavar la ropa y tenderla. Algunos tendrán que arreglar a los animales domésticos o subir por agua a la fuente. Así culminará otro rutinario día.

Una de las cosas buenas que tiene la recogida de la aceituna es que los jóvenes pueden estar próximos a la chica que les gusta, y tendrán múltiples ocasiones para mirarse, demostrarse su interés y su entrega. Y hay muchas posibilidades de elección.
Por San Valentín no lloverá este año y será un día especial. Así, con tanto entusiasmo, ¿a quién no le gustaría trabajar hasta tres meses en la recogida de las morenitas? 

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