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jueves, 9 de octubre de 2014

UNA PROPUESTA DE VOLVER

Cristóbal Encinas Sánchez 
                  
 Aquella noche soñé que entraba a la prisión. Me despertaba desasosegado, pero como sabía que más tarde iría, me dormí y seguí soñando. Eran las cinco de la madrugada y en la calle, en un bar próximo, montaron una algarabía. La Navidad estaba próxima. Se oía un canturreo y acompañamiento de castañuelas con los dedos sobre una mesa que no me ayudaba a dormir bien. Y aun despierto, pensaba en que al dormirme seguiría soñando.
Dentro de la cárcel, yo recitaría poemas de Antonio Machado, de Luis Cernuda y Miguel Hernández, junto a mis compañeros. Eran poemas cortos y sus versos los tenía aprendidos de memoria y medidos como una partitura. Pero pensando en caminar por aquellos pasillos, atravesando cancelas, se me atropellaban los versos y las ideas. Me encontraría con personas de diferentes culturas, modos de actuar y de ser. Cada uno en su módulo o en actividades varias. ¿Cuántas cosas tendría que descubrir para llegar a la biblioteca?

 Al levantarme de mi cama tenía mucha incertidumbre. Así que fui a asearme rápidamente y salí de casa en busca del coche. No podía llegar tarde, había quedado en ir allí con varios amigos. El tiempo se me hacía largo a pesar de no ser mucha la distancia a la prisión, pensando en que me podía equivocar de ruta y dirigirme por la autovía hacia otro pueblo y tener que dar la vuelta.

  Al entrar en la prisión me dio una sensación extraña, de desarraigo, pero no tanto como esperaba. Allí está todo muy programado y no hay grandes distancias salvo la de la puerta de entrada hasta la edificación. ¿Cuántas ilusiones rezagadas, apartadas, hace mese o años, aguardaban para realizarse? ¡Cuántas caras desconocidas y qué expresiones de desenfado y de tranquilad tenían cuando los vimos! Nos estaban aguardando con fruición, con ánimo, como al que le toca la suerte de bailar con la chica más guapa del baile.
Habíamos pasado los controles que custodian la entrada hasta donde están esas personas, como si nada. Ellos nos habían esperado más de una hora y puedo decir que son gente atareada en sus cosas y que no desaprovechan el tiempo. Su expectación era sorprendente, como niños que saben que se les recompensaría después con un bizcocho.                                La biblioteca, luminosa y limpia, era espaciosa y tenía grandes mesas donde nos apoyamos para recitar aquellos versos que se vertieron, saboreados y trabajados, transidos de un profundo sentimiento y aceptación.                                                                                     Pasamos dos horas a gusto, generosas por parte de ellos, principalmente, y en las que al despedirnos les hicimos la propuesta de volver, que aceptaron con convicción. Fue un momento de bienestar, de sonrisas y de agradecimientos mutuos.

 Tras pasar varios años, los que recitamos aquel día, todavía no nos hemos vuelto a acordar de aquella proposición que les hicimos. 

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