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lunes, 12 de enero de 2015

EL SECUESTRO DE GARBANCITO

Cristóbal Encinas Sánchez

       Mi padre compró un burro grande para que nos ayudara en las labores del campo, a sacar la aceituna al cargadero y transportar la leña que nos hacía falta en el invierno. Era un burro joven de cuatro años que no estaba muy trabajado, sin experiencia, ni metido en otros avatares que no fueran los de pastar en las riberas de las acequias y la de sacar las espigas del cereal en los rastrojos en época veraniega.                                      
Mis padres disponían de una pequeña finca con un cortijillo donde guardábamos  las herramientas que nos hacían falta para recoger las aceitunas: unos lienzos, la criba, unas varas y dos espuertas. Los hijos de nuestros vecinos colindantes jugaban con mis hermanos y conmigo casi todos los días. Nos gustaba subirnos al burro y hacer carreras con él, aunque a este no le apetecía demasiado. Nos  pasábamos las horas, después del colegio, interminables haciendo lo que nos daba la gana, pescando en el río, inspeccionando las cuevas, motivos por los cuales no perdíamos la ilusión de estar siempre inventando cosas. Teníamos  confianza mutua, y sabían que mi padre nos había dicho que era muy importante no perder de vista al burro, por lo que ellos nos ayudaban a vigilarlo. Por cierto, nos había costado una fortuna,  5000 ptas.  -el valor de una buena casa-, que nos prestó el banco a un interés elevado, y que no pagaríamos hasta pasados cinco años. Esa era la preocupación de mi  padre.
Un día en el que me entretuve unos minutos en un venaje cortándole un haz de hierba, no lo vigilé, y fueron suficientes para que el asno desapareciera. Cuando me di cuenta comencé a andar desasosegado, como un loco, corriendo de un lado para otro, subiendo y bajando por las laderas hasta el río, entre los álamos; pero nada, se había esfumado como por ensalmo. Me fui a mi casa y se lo comenté a mi padre que acababa de llegar. Él me lo notó al instante, por eso se lo dije abiertamente: "Me he distraído preparando el haz, y olvidé tu encargo de no perderlo de vista por nada del mundo. A continuación me dio dos tortas buenas que sonaron estrepitosamente y mi hermano mayor, que estaba allí, no hacía más que repetir que el burro no podía estar muy lejos del lugar donde lo até. Eso acalló su ira, pues habría ido, sin dudarlo,  a algún lugar donde hubiera mejores pastos;  que nadie podía haberlo robado porque había mucha gente conocida por los alrededores y los del pueblo, aseguraba, no lo habían secuestrado.                                                                                                         Nuestro Garbancito no estaba al tanto de conocer  a otras burras, pues  era joven para ello, pero nuestros vecinos se encargaron de ello. Tenían una burra en edad fértil y aprovecharon mi despiste para llevárselo y encerrarlo en un espacio flanqueado por grandes piedras casi imposibles de traspasar, pues solo había un hueco para entrar, y ellos, conocedores del lugar, fue allí por donde lo metieron.
Cuando ya estábamos, mis hermanos y yo,  hartos de buscarlo y de alejarnos cada vez más del lugar en que se dejó pastando, decidimos a la caída de la tarde volver al sitio, y seguiríamos su rastro. Pero no fue así . ¡Cuánta no fue nuestra alegría cuando vimos al burro en el mismo sitio en que lo dejé! Yo corrí a decírselo a mi padre, que lo estaba pasando muy mal y discutiendo con mi abuelo, el cual le quitaba dramatismo a la situación. Así les repetí varias veces a los dos: "Garbancito no está perdido, está en el  mismo sitio que lo dejé". En ese momento, mi padre mostró alegría y un poco de pena, seguramente por haberme dado las dos guascas. Yo, entonces, traté de explicarle que ya no me dolía nada y que estaba muy feliz.

Meses más tarde nos enteramos por los vecinos de que se llevaron el burro para  ver si al siguiente año tenían un pollino que, sin lugar a dudas, pariría su burra.                                              
Y así fue como  mi Garbancito tuvo un hijo. Después aprendimos el juego de seguir presentando a la pareja en el mismo recinto para ver cómo se las arreglaban para conseguirlo. Y fue muy divertido. 

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