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martes, 3 de marzo de 2015

EL AGRAVIO

Cristóbal Encinas Sánchez



       Dejó caer de su mano izquierda el anillo rosa a un charco turbio de la calle. Los transeúntes lo fueron pisando y nadie lo recogió. Ella permaneció durante algunos minutos a varios metros de distancia, observándolo. Le recordaba ingratitud, engaño y olvido. Ya no le hacía falta ningún anillo porque su novio había roto su compromiso.                             
 Una pareja de monjitas pasaba en aquel momento por allí y se percataron de su actitud y de su mirada aturdida y ausente. Antes de dirigirse a la desafortunada, comentaron entre ellas que la muchacha podía sentirse agraviada y necesitara comprensión para afrontar su problema. Por ello, haciéndose las encontradizas, preguntáronle, dulcemente, si se encontraba bien para prestarle su ayuda. La veían perdida e indecisa, una fácil presa para un desaprensivo.
—¿Sabes lo que vas a hacer hija? –le preguntó la mayor de ellas.
—No, madre –y después continuó-, no sé si meterme a monja o a puta -le salió espontáneamente.
—No digas eso hija mía que ofenderás a Dios sin querer. Con esa juventud que derrochas, esos colores que te afloran a la cara de buena persona y con lo guapa que eres, tú puedes conquistar el mundo porque tienes toda la vida por delante.
—Nosotras te ayudaremos, sin esperar nada a cambio –le secundó la otra.
Las dos religiosas, a la vez, le ofrecieron las manos con el ánimo de ampararla y ella las aceptó, con la seguridad de que eran sinceras. Y una sonrisa cargada de complacencia y de gratitud se adueñó de ella.

Camino del convento se las vio a las tres. Cuando llegara el día en que ella se tranquilizara y tuviera las ideas claras, tomaría la decisión acertada para proseguir su camino.

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