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martes, 29 de noviembre de 2016

DON GREGORIO, MI MAESTRO


Cristóbal Encinas Sánchez
       Don Gregorio Aguilar Ruiz nació en Arbuniel en 1915, hace 101 años y murió el día uno de diciembre de 2007 en Jaén. Fue mi maestro y el de muchísimas personas del pueblo. Descanse en paz.
Yo estuve en su clase durante casi toda la década de los 60. Siempre lo recordaré como la persona totalmente entregada al sacrificio de su profesión, activo y dispuesto a conseguir una buena educación para sus alumnos y así erradicar, valientemente, una de las peores cosas que nos podía pasar en aquellos momentos: el analfabetismo. Tuvo en su mente "un norte": tratar  de sacar al máximo número de alumnos de ese gran vacío que era y es la incultura. ¡Cuántas veces lo veía pasar por mi puerta, antes de las siete de la mañana, con aquel frío que hacía, con aquellas nevadas! Y  yo me decía: "Ahí va mi maestro, con el día que hace, a la escuela"; y es que era una persona incansable.
Empezábamos la clase con el padrenuestro y después escribía en la pizarra una máxima: "La escuela es el yunque donde se forjan los hombres del mañana". Esta es la que mejor recuerdo y después comenzábamos las lecciones que, entre mañana y tarde tocábamos, prácticamente, todas las asignaturas.
Inventó un sistema de trabajo conjunto por equipos, grupos de cinco o seis alumnos con afinidad a uno de más edad y con más conocimientos. Todos los días teníamos una competición y había que estar con el lápiz en ristre.  Consistía en acertar el máximo número de preguntas en una libreta, las cuales el escribía, previamente, en la pizarra. Después se sumaban los aciertos de cada equipo. En un diagrama de barras se representaba, en colores, la altura que medía el saber de cada equipo. Eso nos ayudó a seguir estudiando con mayor interés. Fue un método muy productivo y entusiasta.
Don Gregorio nos enseñó a ser disciplinados y puntuales, a razonar, a usar la memoria, la papelera y a estar limpios;  a respetar a los demás, ayudar a las personas mayores y a defender a los más pequeños. Con los verbos teníamos una cita diaria, un verdadero duelo que lográbamos superar no sin inclemencias. Pero él sabía mucho: nos escribió en una cartulina grande en la pared, a la vista de todos, las terminaciones de los tiempos verbales. Sabía francés y latín muy bien. A sus cincuenta y dos años lo intentó con el idioma inglés y las primeras palabras las aprendimos con él.
Cuando acabé mis estudios primarios seguí yendo a su escuela, porque él lo estimó conveniente. En 1969, me presenté a una convocatoria de becas del el Ministerio de Trabajo, junto a otros cinco o seis alumnos y aprobamos. Yo lo conseguí porque las materias las mantenía frescas. Tras ocho años, acabé mis estudios en la Universidad Laboral de Córdoba, donde comencé.

Quien le necesitó lo tuvo a su disposición: rellenó solicitudes, revisó documentos, leyó escrituras de compraventa y fue de los consejeros más oídos. Fue un buen amigo. Su persona era especial y allá por donde iba se le quería y admiraba.
El día uno de diciembre marcó su ausencia, pero vivirá siempre en nuestros corazones. Como cada día al comienzo de la clase, ahora, rezaremos un padrenuestro por él.

¡Gracias, MAESTRO!, por tu dedicación.

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