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viernes, 28 de septiembre de 2018

UN AMOR TEMPRANO


Cristóbal Encinas Sánchez

        En mayo pasado se cumplieron ocho años desde que me hicieras la primera confesión de amor, aunque tú no te dieras cuenta.                                                                                                                          
El día en que te conocí, ibas a la escuela de párvulos, tan pizpireta y activa, tan embelesada en tus cosas que no reparaste en mí, pero yo te observaba siempre que te veía aparecer. Eras la distracción de todos, y con tus representaciones nos dejabas boquiabiertos.                                                                                              
Fue el día de nuestra Primera Comunión. Tú ibas con un vestido de seda blanco y una diadema de flores fucsias y amarillas. Estabas realmente encantadora, tranquila, dominando la situación. Recuerdo, desde mi ventana, al verte salir a la calle, cómo te recogiste el faldón para no pisártelo. ¡Qué soltura y donaire!, y tu madre cómo sonreía complaciente. Los ojos te destellaban y aquellos dos rizos, que te hicieron con tanta elegancia, redondeaban tus delicadas facciones. Tu boca, jactanciosa, mostraba dos filas de dientes bien alineados y radiantes.                                                                                                                                                      
Al llegar el momento de tomar el Pan, me miraste de reojo y tuviste una caída de ojos  que hizo distraerme y no pude salir, seguidamente, a recibirlo también. Después me di cuenta, al hincarme de rodillas, de que volviste a posar tus humedecidos ojos sobre los míos, largamente, como asintiendo a mi pretensión de amor. Intuí que estabas hablándome puramente de amor,  a mí, que nunca me habías demostrado antes una pizca de interés. Desde ese día comencé a pensar en proponerte nuestro noviazgo.

Cuando pasó el verano, a mi madre la trasladaron a Cataluña y tuvimos que irnos toda la familia. Era el primer día de clase y nos despedimos en el aula, delante de tus padres y de los profesores, con un tímido adiós, como si fuéramos a volver a vernos mañana. Pero no fue así.                                                                                                                      
En mi nueva residencia hice amistad con otras chicas, pero mi amor seguía teniendo el destino de aquella mujercita de mi pueblo, pues desde nuestra separación nos escribimos porque nos queremos. Cualquier día de estos le pediré, sin más dilación, que si quiere ser mi novia, si es que ella no se hubiera decidido aún a pedírmelo.

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