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miércoles, 18 de septiembre de 2019

LOS QUE GANAN MENOS DE SETECIENTOS EUROS


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Cuando empezaban la recogida de la aceituna, siendo apacible el día, eran las nueve de la mañana y solían echar tres horas y media o cuatro hasta el almuerzo. El resto, hasta siete, lo hacían después. Se tardaba en comer entre cuarentaicinco minutos y una  hora, de común acuerdo. En ese receso, a los aceituneros les gustaba ponerse al calor de la lumbre y tomar el sol, que apetecía tanto, y sobre todo en los días escarchados en los que el blanco manto se prolongaba hasta las doce y mientras se quedaban la cara y las orejas acartonadas.
En un día del mes de enero, se le ocurrió decir a uno de los más jóvenes recogedores que tenía frío, pues hacía viento y el sol permanecía oculto tras la montaña.  Sugirió que alguno de los presentes, mayores, encendiera una lumbre. No serían aún las once cuando el manigero se negó a encenderla, porque no hacía la suficiente rasca. Y no se podía perder el tiempo, unas veces porque alguno iba a la talega, entre horas, y comía un trozo de torta o unos higos pasados; otras, porque se iban a hacer sus necesidades, otras por la lluvia...Este alegaba, en su razonamiento, que si todos llevaran un régimen de trabajo enérgico, dando el callo como él, el calor acudiría al cuerpo desapareciendo el frío. Alguno tenía mucha galbana, y por eso estaba helado.
El manigero tenía que justificar por la noche lo que se gastaba en peonadas, y ver el rendimiento.  No podía permitir que le tomaran el pelo, era algo que no podía asimilar, y por eso arengaba a los trabajadores.
Algunos días la pesada en la báscula era mínima, y esto le ponía muy nervioso; le parecía como si él no mandara nada y podían sustituirle en el puesto. Así que, como no le salían sus cuentas,  metía diez minutos por la mañana o otros tanto para finalizar la peonada. El esfuerzo extra de todos nadie se lo agradecería, ni la empresa, pero su orgullo - y con las necesidades que había-  le incitaba a hacerlo. La gente, entonces, estaba muy sujeta y si alguno se ponía contestón pues se le despedía.
Esta forma de proceder era algo que ocurría a mediados del siglo XX. Pero lo que está pasando ahora tampoco tiene nombre. En los últimos años hay muchos empresarios que, en cuanto pueden, se aprovechan y el sueldo lo rebajan más de un treinta por ciento. Lo significativo es que las empresas siguen incrementando sus beneficios y, no quedando conformes, cometen otros abusos. Claro está que, con esta reforma laboral que han impuesto los últimos gobiernos, es consecuente llegar a estas situaciones: el empresario es más rico y el trabajador está más desprotegido en todos los ámbitos. O si no que se lo digan a los que ganan menos de setecientos euros.

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