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sábado, 5 de octubre de 2013

¡POR FAVOR!, BAILEN OTRO TANGO

         ¡POR FAVOR!, BAILEN OTRO TANGO                                                          Cristóbal Encinas Sánchez

       Aquí quiero hablar de tener sueños con metas, de cosas difíciles que se pueden conseguir, de llevar la sonrisa en los labios y en la mente; del esfuerzo y el sacrificio para conseguir la felicidad. Y de tantas cosas que hay que plantearse y no dejar escapar, para no aburrirse ni obcecarse, de darse tiempo para que transcurran otra vez las cosas ya olvidadas. 
Saber reírse para conseguir la sabiduría. Dar y ayudar para conseguir la voluntad de hacerlo y tener las miras altas, porque todo redundará en propio beneficio.
Tras pensar tantas cosas, me viene de la mano algo que para mí es muy socorrido: el cante y la danza¿Y el tango? Me alegra pensar en el tango. Esa expresión de música  airosa, firme y nostálgica, que siempre nos recordará a famosos cantantes como Gardel o Magaldi,  y que es propia del desarraigo, de la emigración, del desamor o del engaño, es también de la esperanza.

Recuerdo en el Café La Milonga, a una chica argentina y a un muchacho italiano, más joven que ella, que bailaban a diario los más trillados y sabrosos tangos, como grandes enamorados, al son del violín que diestramente acariciaba un músico de Ucrania. Todas las noches de los sucesivos veranos, durante la hora mágica que duraba el espectáculo, de doce a una, lograban con su baile entusiasmarnos a los que asiduamente asistíamos. Ellos traslucían su total entrega y compenetración. Era como algo espiritual y envolvente, traspasando los muros de la soledad y el desasosiego, para llevarnos hasta la complacencia. ¡Ah, qué momentos tan deliciosos en la década de los ochenta!

Hace varios días se me ocurrió llamar por teléfono al número que guardé, para saber si todavía seguían ofreciendo, en dicho café, aquel espectáculo. La voz de una señora que me contestó – estoy seguro de que era ella - lo hizo despaciosamente, cansada, así como perdida: “Aquí solo se venden periódicos, revistas y especialmente discos de todos los tiempos, pero sobre todo de tangos”. 

He vuelto a recordar, gratamente, qué destreza y qué encanto tenía aquella mujer, cuando se  desplazaba, sinuosa e hiperbólica, maravillosamente, en sus recorridos por el escenario. Cómo se dejaba caer hacia atrás y se reincorporaba tras su lucimiento, para ser abrazada por su chico que todo lo dominaba. La sensación de armonía y perfección era inequívoca. 
Al acabar su repertorio, siempre había alguien que les sugería, en complicidad y con una gran sonrisa del público: "¡Por favor!, bailen, esta vez para mí, otro tango".


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