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lunes, 13 de enero de 2014

LA FORMIDABLE MÁQUINA DEL MIEDO

               LA  FORMIDABLE  FÁBRICA  DEL  MIEDO                  Cristóbal Encinas Sánchez
En un apacible pueblo entre montañas vivían muchas familias con varios hijos cada una. Alardeaban de tener un gran horno donde se amasaban  todos los  tipos de pan, hogazas de distintas semillas con formas de estrella y de media luna, salpicada de frases bonitas. Allí trabajaban confiteros de prestigio que elaboraban empanadillas de coral blanco, con mermeladas de doscientos tipos de frutas, vainillas de diez colores y variedades de pasteles milhojas reconocidos en la comarca. Disponían de una fábrica de aceite que desprendía el mejor olor al cocinar con él y propiciaba el mejor humor entre sus consumidores. La última fábrica era de juguetes inteligentes, muy habladores, que leían relatos y cuentos al que se lo pidiese. En los modelos de nueva generación, muchos niños colaboraron en el diseño, tal como era de esperar. 
En las vacaciones de verano, en grupos homogéneos, iban entrando todos los niños a ver los puestos de trabajo para conocer sus instalaciones y aprender bien el funcionamiento de las máquinas. Esa experiencia, cuando fueran mayores les serviría para ser buenos profesionales. Mejorarían el rendimiento, la calidad de los productos y el Estado del Bienestar.
El día anterior a la Navidad día entró en el pueblo una caravana de camiones que transportaban unas llamativas tolvas piramidales coloreadas, con letras sugestivas, con unos engranajes y tornillos sinfín. Este hecho les causó inquietud. “¿Qué podrían fabricar dentro de aquellos armatostes clonados sino productos siniestros?” Los mayores estaban cada vez más contrariados. Seguro que se desintegraría todo lo que cayera en su interior a gran velocidad, produciendo desechos contaminantes y olores fétidos. 
Grandes robots, de penetrantes ojos, empezaron a montar paneles verdes en un recinto rectangular que cercaría el gran complejo. Cuando terminaron el tejado, todo quedó sumido en un silencio sepulcral. La rapidez con que se montó la factoría y la escasa información que dieron sobre su utilidad, les hizo reafirmarse en sus presagios: sería petrificado el que traspasara el umbral.                     Pasada una semana, un doctor de rubicundas y luengas barbas se presentó ante el pueblo. Explicó que en la controvertida fábrica se trataría el miedo. “Con altas extracciones de miedo de los jóvenes afectados se forjarían los pilares básicos del carácter. “¡Eso es una patraña disfrazada de otra más grande”, comentaba la gente. “Nos infundirán la zozobra en nuestro espíritu, nos harán tímidos y torpes acatando órdenes como zombis para realizar todas las actividades”. Era la opinión de una mayoría recelosa. 
Al primer niño, reticente a entrar a probar aquel artefacto, le quitaron en un tris el miedo a la oscuridad y le dieron la confianza en sí mismo. Su  pánico a hablar en público desapareció y sus labios mostraron  locuacidad. Al siguiente, le liberaron del terror a subir en bicicleta y a coger los cangrejos del río y a montar a caballo. Los demás olvidaron rotundamente sus prejuicios a la hora de juntarse con los compañeros para jugar en el recreo, a intercambiar sus cromos o a ayudarse en los deberes escolares.
Aquella ingeniosa máquina aliviaría a los que le hablaran de miedos, infundados o reales, y que les impidieran progresar en sus ideas y sentimientos necesarios para alcanzar la plenitud. Unas buenas relaciones con los seres vivos y con el medio ambiente extenderían la felicidad por el mundo.            
Estos niños, cuando fueran adultos, manejarían las formidables máquinas para curar a todas las personas mayores.

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