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sábado, 26 de julio de 2014

EL GATO ACECHÓN

      EL GATO ACECHÓN        
Cristóbal Encinas Sánchez
      Tumbado en un rincón del patio, junto a las macetas florecidas, adormilado y feliz se mostraba el gato de la casa. Ronroneaba y comenzaba a desperezarse tras una buena siesta alejado de cualquier sobresalto. En esos momentos se entreabrió la puerta de la calle, entornada para que no entraran las moscas. Apareció una perra grande que, sigilosa, se fue acercando al patio y a la vez mirando por entre la cortina de tiras de chapas de la cerveza. Observaba detenidamente cómo un gato romano blanco y rubicundo disfrutaba a sus anchas de todo el espacio.  Cuando estuvo a la altura de él, muy delicadamente, le miró a los ojos hasta  sorprenderle.  El estampido que dio el felino fue espectacular. Nunca se vieron tantos músculos ponerse en acción, a una velocidad impensable para encaminarse a la frondosa parra que le protegía del sol. Comenzó el gato a escalar por el grueso tronco pero la perra ya le andaba a la zaga y con el hocico le dio varios empellones hasta echarlo al suelo. Volvió a saltar el gato y esta vez se encaramó por los ripios de la tapia, no llegando esta vez ni a la mitad de su altura. La agresora volvió a atraparlo con su boca cuidadosa y lo zarandeó. Maullaba una y otra vez al revolcarlo en el suelo a cada intento de escaparse. Había comenzado un juego incruento, sin dolencias ni heridas, en el que la perra llevaba siempre la iniciativa. Estaba acorralado y,  tambaleándose en una nube de polvo, se aproximó otra vez a la parra, cuando apareció el  amo. Este fue su salvación, pues cogió a la perra  por el collar y así pudo librarlo de su inquisidora, que ya lo tenía mareado de dar tumbos.                                         Ya  alejados, los dos animales se observaban: ella satisfecha y él expectante y serio, con el lomo crispado y el hopo levantado como señal de advertencia.                                        Llegó la calma y en el entramado verde del parral volvía a campar el gato resuelto como si nada ocurriese. A las varias horas, cuando empezó a ponerse el sol, aún permanecía la perra tumbada, junto al tronco, sin prisa esperando a que bajase el precioso minino, con una paciencia inusitada al no tener este otro sitio por dónde salirse del recinto. La seguridad que mostraba la perra era total: no se escaparía sin jugar otra vez con ella. Infeliz pensamiento, carente de lógica, porque inesperadamente, como un pesado bulto, se dejó caer el gato sobre el reposado cuerpo. La perra se había distraído un instante, el cual aprovechó para saltar sobre ella. En el momento de ponerle las patas sobre su barriga, se le escapó un ladrido que escandalizó a los que estaban en la casa. A la vez cayeron varias  macetas al suelo y un cubo metálico que se utilizaba para regarlas. El alboroto fue exagerado. La perra, adolecida y renqueante, se levantó de forma atolondrada para seguirle. Por la puerta entreabierta pasó el gato como una exhalación, dándose otro golpe contra el panel de la misma, que incrementó el sobresalto de los allí presentes.   
La perra se asomó a la puerta de la calle y se quedó triste con un par de orejas muy receptivas.                                            A los alarmados, esto les causó una sonora carcajada y a la vez admiración, al ver cómo se había escapado el pobre animal tras darle su escarmiento a la juguetona y molesta perrita.  


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