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lunes, 14 de julio de 2014

EL GITANO ARIAS


      Cristóbal Encinas Sánchez

         Bien temprano llegó al pueblo un hombre forastero muy trajeado, preguntando por Arias. Se dirigió a un hombre bajito y amable que afirmó conocerlo -con socarronería disimulada-, y que lo más probable era que estuviese junto a un pilar en una plaza al final de la calle, y que, por más señas, era gitano, alto y muy moreno. El visitante le dio las gracias y siguió caminando hasta que divisó a un grupo de hombres hablando en corro en el lugar mencionado. Sentado en la taza de la fuente, reconoció al hombre que buscaba, pues su imagen coincidía con la descrita.                 

     El forastero se acercó a los tertulianos con tal decisión que, al verlo llegar, callaron. Se dirigió al más moreno:

    -¡Buenos días! Por favor, ¿me pueden decir cuál de ustedes es el gitano Arias? -con un desplante como si ya lo conociera y, aproximándose hasta su altura, le miro y esperó la respuesta. Bien dispuesto y con determinación, el inquirido se echó para adelante, bajando de su duro asiento, para dar respuesta a la improcedente  pregunta. Se arremangó un poco el jersey y sin terminar de erguirse se inclinó un poco hacia su derecha. Como un relámpago le secundó con dos guascas despampanantes. Aturdido, el maltratado dejó salir de su boca una exclamación contenida, por si acaso:

    -¡La madre que lo parió!

    -¿Quién le ha dicho que yo soy gitano? –preguntó el agraviado.

    -Hombre, usted perdóneme; yo no le he insultado para que me pegue así. Yo vengo con toda mi buena intención a traerle albricias, pues un hombre bajito me ha informado, con pelos y señales, de cómo era usted. Por ello, me he dirigido directamente. En realidad, a mí me da igual tratar con cualquier persona, sea o no gitana, siempre que sea con respeto, cosa que usted no ha tenido conmigo.

    Al hombre lo habían confundido adrede, para reírse de él, ya que sabían las pulgas que tenía el tal Arias, que a continuación le dio contestación.

   - Pues yo soy el "gitano" Arias. ¿Qué desea usted de mí?

   - Le traigo una razón importante de un señor que usted conoce bien. Le quiere ofrecer trabajo en la capital.

    Los dos se fueron disculpándose: el uno por ser un infeliz y por preguntar con un adjetivo inventado, y el otro, por ser demasiado impulsivo y no reparar en que alguien le pudiera gastar una broma. Seguro es que si el “gitano” Arias supiese quién había argüido la asechanza para dejar al pobre hombre en ridículo, le hubiera dado otras dos guascas más impresionantes que las recién horneadas y, tal vez incluso a horas tan tempranas, hubiese aterrizado en el pilón.                                                                                                   Nunca se supo quién se inventó el sobrenombre, porque de ser así le hubiesen quedado pocas ganas de repetirlo.

La única familia gitana que vivía en el pueblo se había criado allí y era considerada como otra más, sin diferencias, y era muy apreciada por todos.

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