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viernes, 15 de enero de 2016

EL PÉTALO OLVIDADO


CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ



       Cogió un libro de la estantería y empezó a leerlo. Era de su época de juventud y presentaba un aspecto ajado y polvoriento. Había permanecido amontonado en el trastero debajo de otros libros sometidos a trasiegos inesperados. Dos hojas aparecieron pegadas; sus letras estaban adheridas y decoloradas. Tuvo el presentimiento de saber por qué estaban así. Percibió un leve perfume que le traía recuerdos ya olvidados. Las hojas del libro se habían pegado bien, y se habían mantenido así porque nadie lo había leído después de él. Con sumo cuidado intentó separar las dos hojas con su larga uña, utilizándola a modo de abrecartas.
Un perfume se desprendió del papel con poca fragancia y escaló en el espacio hasta su anhelante nariz que lo olfateó. El disecado pétalo rojo, ya ennegrecido, como reliquia de una amistad, recobró en su mente el color original y el tacto aterciopelado que tuviera en una tarde primaveral. Recordaba la mejor rosa entre cientos que enseñoreaban el jardín y que tantas veces frecuentó; para ella escogió el mejor pétalo, lo olió y se lo envió en una carta.
Su pensamiento le transportó al jardín de su barrio, donde conoció a la niña más guapa con las trenzas negras más largas que nunca vio. Le llegaban hasta la cintura y a él le gustaba hacer comparaciones con las de otras chicas en la plaza cuando salían al recreo.
Entonces una luz resplandeció en los ojos diminutos de aquel hombre ya casi apagado; una sonrisa brotó de sus labios secos, que parecieron saborear un exquisito manjar adornado de las mejores guirnaldas.
Era el sabor que dejaba el poso de los años vividos y ahora caía en la cuenta, era una semblanza: aquella chica parecía ser la que tenía sentada enfrente, en el hogar de su casa. Aquella mujer era la que lo había enamorado y con la que había convivido durante los últimos sesenta años.

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