CRISTÓBAL
ENCINAS SÁNCHEZ
Cuando llegó corriendo al cerezo, miró
al muchacho que estaba subido a la altura de la primera cruz. Lo había enviado
el propietario de la finca a comprobar ese detalle, pudiendo constatar que
Miguel estaba comiéndose sus frutos.
El
emisario, jadeante, se volvió para comunicárselo al amo de la finca. Este
acudió rápido adonde estaba el ladrón y se dirigió a él con decisión y
arrogancia:
—¡Oye,
tú!, ¿cómo te has subido ahí?
— Pues,
agarrándome y gateando por el tronco.
— ¡Bájate,
que quiero hablar contigo! –-le dijo en tono amenazante.
Miguel
se bajó y pasó inmutable cerca de aquel perro fiero, que estaba atado a una cadena
en derredor al tronco, y en la dirección a su amo.
—¡Dígame usted!
—¿Has
subido al cerezo tan tranquilamente, con este aquí atado? –señaló al mastín.
—Ya
ha visto usted que acabo de bajar y he pasado junto a él.
Se terminó
la conversación. El perro miró con atención y con cara sorprendida al que era
su amo. Este sacó la pistola y a poca distancia le disparó dos veces.
El
perro no fue tan fiero con aquel intruso que había hurtado las cerezas a su amo
de manera elegante. Lo peor fue que también robaran su prestigio: le había
puesto en ridículo al no cumplir con el trabajo de vigilante que le había asignado el día
anterior.
Pero ese no fue un problema que el ofendido amo no supiera solucionar, también sin inmutarse. (NO A LA VIOLENCIA CONTRA
LOS ANIMALES)
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