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martes, 3 de enero de 2017

NEGROS NUBARRONES


(Dedicado a los que luchan contra los estragos del tabaco)
CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

Negros nubarrones, negros,
llevas al interior, si aspiras
mortíferos elementos
cuando enciendes un cigarro.
El humo, con su desgarro,
te hace añicos los pulmones.
Si ávido te lo fumas
y regalas, de repente,
encontrarás portentoso
un tumor muy amoroso;
serás súbdito sumiso
para enfrentarte al cadalso,
porque seguro es el paso,
que envuelto en papel de muerte
te sorprende vivaracho.
No digas: "¡No me lo han dicho!"

Te aguarda y  te acecha diestro
y con su espada te pincha
para traspasarte el cuerpo.
El efecto es relevante
si no le tienes el miedo
necesario y acuciante,
te quita pronto de en medio.
Si incesante el humo tragas,
a ti te mina por dentro
y no tendrás duda alguna
de atravesarte, por cierto.
Grandes pinchazos con lanzas
no te dejarán vivir
y desearás morir
por atreverte a fumarlo,
cigarro fiero de largo;
te carcome y te arruina,
como martillo en el yunque
que forja una enfermedad.
Ese humo, que te hiere,
te confiere  nulidad
para el resto de tu vida,
si lo aspiras largamente.
¡Necedad, trampa y tontura!,
es cosa que no te miente,
que te absorbe y te tortura,
que dura una eternidad
o al menos te lo parece.
El humo que se desprende
te contamina más, te hiede,
te cercena la comida,
la bebida te la impide,
y hasta la animosa orina
es incapaz de salir
de la ultrajada vejiga.

¡Qué delicioso el suspiro!,
el del último momento
cuando puedes exhalar:
¡Verdad que no me arrepiento,
de lo que fumé en la vida!
Y aquí yacen esparcidas
las cenizas de mi cuerpo,
por las que fumé incapaz,
mas ya no siento el tormento.
¡Que en paz tenga mi descanso,
y repose mi afición!,
que no poca es mi aflicción;
que en este momento ceso,
detengo mi aspiración
de algo tan suculento,
de ese fatal alimento,
que al destierro me llevó.

Tengo ya tal convicción
de que me falta por siempre
el humo de mis pulmones,
que adoraré este aposento
sin aliento y sin temores.
¡Adiós, queridas labores
del tabaco y sus amores!,
que me dejasteis cargado
de múltiples sinsabores
y de la vida colgado.
¡Perdón!, por si os he aguado
con mi relato un instante,
en el preciso momento
en que extinta ya he dejado
de mis labios la sonrisa,
por no dejar el cigarro.


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