Cristóbal Encinas Sánchez
Cuando alguien le dijo:
"Ten cuidado y no se te ocurra preguntar —aunque sea por una verdad que
corre de boca en boca— ni des ningún nombre, porque no van a respetar los
derechos de ninguno de los buscados", él no se lo podía creer, pero todo
le indicaba que la cosa iba en serio.
No era capaz de sacarse de
la cabeza aquellas palabras. Maduró la idea y aquella misma noche,
escondido tras del postigo de la ventana, vio un tropel de personas entrar en
la iglesia. A altas horas de la madrugada, un pequeño grupo salió por la puerta
trasera de la casa del cura, después de oír dos gritos desgarradores. La
desbandada fue generalizada, todos salieron de la casa atropelladamente. Allí
se estaba cociendo algo que no le gustaba y no aguantó más.
Se preparó con ropa de
abrigo, unas buenas botas y llenó su morral con alimentos frescos, se cogió al
cinto una pequeña cantimplora. Saltó la tapia del huerto y se lanzó campo a
través para alejarse rápidamente del pueblo. Después se cobijó en una cueva de
los montes cercanos.
Los que iban con el estraperlo,
bien de madrugada o al caer la tarde, se encontraban con regularidad a la
guardia civil, que les preguntaba sobre los huidos y le Informaban de que, en
caso de encontrarse con alguno que pidiera pan por caminos apartados y a cambio
les ofreciera alguna pieza de caza de muy buenas maneras, deberían fijarse bien
en su rostro, o se quedaran con alguna pista que los pudiera identificar, pues sería
uno de los individuos buscados.
Pasó un mes y la guardia civil
no pudo encontrarlo. Se corrió por el pueblo que le iban a preparar una
emboscada. Y fue cierto. Cercaron una vasta extensión de terreno, que nadie
podía imaginarse y la fueron reduciendo exhaustiva y minuciosamente.
Cuando llegaron a los
montes, encontraron su huella, siguiendo la margen del río por donde él se metiera
los últimos días en la espesura, en un sitio poco susceptible de esconderse, y redujeron
el círculo. Habían acertado con el escondrijo.
Durante varios días
estuvo sitiado. En tan reducido espacio, y sin comida, no le cupo otra
posibilidad que la de entregarse.
Pero ya era tarde. Cuando
le atraparon, ni escucharon sus razones principales ni le dieron cuartelillo.
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