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sábado, 6 de septiembre de 2014

UN SOSTÉN PARA UN ASCENSO

                                CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

       En aquella noche de viernes había fiesta en el bar de abajo y el ruido se prolongaba hasta altas horas. Avisé a los propietarios de que se estaban pasando y que bajaran la música. Aún así el ruido de fondo no bajó de los decibelios reglamentarios. Y me subí a la terraza y estiré la hamaca. Cogí del tendero lo que pillé a mano para protegerme la cabeza y los oídos. Cuando me dormí, lo hice tan profundamente que al despertarme con el sol y sin el sujetador sobre la cabeza  me inquieté y pensé que lo había tirado a la calle o que una gaviota me lo había robado. Di un salto de mi incómoda  cama y, obnubilado, busqué por la terraza con tal mala suerte que al primer paso lo pisé y me trabé con él. Estuve a punto de caer al suelo pero lo peor fue que se le rompió el enganche. Pronto el pánico se adueñó de mí. ¿Cómo le digo yo a la vecina que he cogido su sujetador? Se reirá de mí y no me escuchará, es más, se sonreirá con un gesto de incipiente sorna y dejando caer sus párpados para así ocultar la pequeña malicia que reflejen sus ojos azules. “Ya está, me voy a la capital, es sábado y compraré otro de la nueva línea realzada Wonderbrá”, me dije.
Acababa el mes de agosto. Tras preguntar en varios sitios, me encaminé hacia el Corte Inglés. Encontré a la dependienta que se iba de vacaciones. Eran casi las diez de la noche cuando le mostré el vejado sujetador para que sacara otro igual. Ella era una chica muy atenta y muy guapa. “No quedan de ese modelo pero hay otro que tiene todas sus características, solo que es de color verde. Yo llevó otro igual”. Y me dejó entrever un poco la parte superior del suyo con mucho recato, eso sí. Era más delicado y bonito que el de mi vecina. A las diez y cinco minutos de la noche apareció la dependienta con el sujetador en su caja después de ir por ella al almacén. La venta la hizo muy agradablemente a pesar de exceder del horario y yo quedé con el problema resuelto. Le pagué con la tarjeta de crédito y me dio su teléfono por si tenía que devolver la prenda. Le di las gracias por la información y le desee unas buenas vacaciones.
Al siguiente día le dije a mi vecina que había subido a la terraza el día anterior a cortar unas maderas creosotadas y que manché su sujetador con esa sustancia tan pegajosa que no podría volver a ponérselo. Que me había tomado la libertad de comprarle otro similar y le pedí perdón por ello. “No me hacía falta, pues tengo otros modernos”, dijo con un poco de picardía. Yo percibí que le había gustado, aunque no le agradó mucho cuando le dije que la chica me lo había mostrado. Me dio las gracias y se despidió contoneándose.

A primeros de octubre sonó en mi teléfono una voz de mujer que al principio no supuse de quién sería. “ La de la lencería, soy la chica del Corte Inglés. Es por si usted tiene una hora libre para que venga a nuestras dependencias y agradecerle mi equipo su compra. Gracias a usted rebasé las expectativas de venta fijadas y me han ascendido en mi empresa”.

3 comentarios:

  1. ¡No hay mal que por bien no venga!

    Tan preocupado el señor por el sujetador, y luego por poco lo contratan en los grandes almacenes.

    Me ha gustado tu "chispa" en el relato.

    Saludos.

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  2. Bueno, en realidad es a ella a quien han ascendido por exceder el número de prendas vendidas y por su horario, que no le importaba echar un rato más, aunque luego haría otra vez el inventario y cerraría la caja y la llevaría al almacén. Es una suposición de última hora.

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  3. Muy bueno tu relato Cristóbal. Lo que puede dar de sí un sujetador, jaja.

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