Cristóbal Encinas Sánchez
FOTO DE JUAN QUESADA ESPINOSA
Habían señalado un lugar, cerca de las dunas,
donde se creía que había restos arqueológicos. El pueblo, que se extendía bajo una nube rojiza, a veces desaparecía parcialmente de la vista, como si no
existiera, augurando acontecimientos importantes.
La piedra tronco piramidal
que se alzaba al lado de un manantial exuberante era el punto por donde
comenzarían a trabajar.
Marcaron en la tierra un cuadro de varios metros y empezaron
a excavar un hoyo. De pronto vino una gran oscuridad que todo lo invadió. El huracanado viento que se levantó era de tal intensidad que tuvieron que parar la
actividad porque todo quedó enarenado. El equipo ocupó sus tiendas enclavadas
para tal fin y esperaron. Así se mantuvo el mal viento durante dos días. Después vieron la estaca hincada en el lugar que
habían elegido para excavar.
Más de mil piezas se encontraron en los días posteriores. Algunas
eran de la época del Calcolítico, o Edad del cobre, de hace unos cuatro mil
años. Entre ellas había platos, vasos globulares, pucheros, puntas de sílex, azuelas y hachillas de
piedra. Todo un hallazgo de valor incalculable. Ahora
se cumplían los pronósticos que después de tantos años habían viajado de boca
en boca entre los lugareños, un momento único y necesario en la historia de
aquel pueblo, que daría pie al desarrollo y a la protección posterior de la
zona de posibles invasiones especuladoras y desastrosas.
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