CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ
Foto del álbum de mi amigo Juan Quesada Espinosa
Era el
mejor cantor de todos los animales enjaulados que colgaban en las ventanas, a ambos lados de la
estrecha callejuela. El cielo, en las mañanas últimas del otoño, mostraba un color
intenso. Las flores rojas y amarillas de
las macetas puestas en el suelo daban un contraste de lo más pintoresco.
Los cantos que salían de su garganta, adornados de unos deleitosos requiebros, hacían estremecerse
a las parejas más cálidas de sus adversarios. Saltaba en su amplia jaula de cúpula
plateada, tan alegre que parecía no faltarle nada. Era el más vistoso y, como
sabiéndolo, se regodeaba de su propia melodía, exultante, cuando alguien se
paraba a la altura de su puerta para escucharle.
Su dueña, joven
todavía, posaba las manos sobre los alambres acerados de la sonora jaula y le
hablaba cariñosamente, mimándolo y dándole
caricias, cosa que el pajarillo agradecía. Después, él seguía con su revoloteo imparable y su vigoroso trino.
Aunque habían pasado varios años, todavía recordaba a su cuidadora cuando se
desnudaba sutilmente delante de él y, con mucha picardía, le mandaba sonoros besos que lo turbaban.
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