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miércoles, 26 de noviembre de 2014

EL DESEO DE DOMINIO

CRISTÓBAL ENCINAS SÁNCHEZ

         Había previsto con esmerado detalle dotar a toda la infraestructura, donde se ubicaban los desplazados, de un medio de información  altamente valorado en el momento: colocar en los barracones un altavoz. También se habilitó uno de ellos como capilla, con todo lo necesario. Posteriormente se invitó al señor obispo para que bendijera aquel lugar de culto y este asignó a un sacerdote para la administración de los oficios litúrgicos. Todo el mundo, al parecer, quedó contento, si acaso faltaron algunos, los más reticentes, que no mostraron ningún agrado.                          Cuando llegara la hora diaria de la misa,  los feligreses podían asistir plenamente a la misma, en un acto de hermandad.                                                                                 Comoquiera que llegara el buen tiempo, muchos dejaron de asistir a ella. A partir de entonces, empleaban aquella hora en hacer sus compras en el economato de la empresa. Como el grado de  participación se había reducido drásticamente por tal motivo, pensó el administrador de los sacramentos que sería mejor que se cerrase el establecimiento en la hora crítica. Tocó  los resortes apropiados y consiguió que se cerrara.                                                                     A la gente no le cayó nada bien la decisión impuesta por redaños, y como la construcción de la presa iba un poco atrasada, optaron por echar aquella hora como extra y ya comprarían sus provisiones  por la noche.
Cuando el  ingeniero, que llevaba a cargo a todos aquellos trabajadores, se enteró de que estos habían cambiado la forma de vivir debido a la insistencia de aquel clérigo decidido a que se oyeran sus discursos más que la Santa Biblia, optó por mediar en el asunto. Simplemente se había equivocado al llevar aquel asunto y pidió al párroco que dejara de administrar su servicios eclesiásticos y se marchara. Y así lo hizo.                                                                El sufrido personal retomó sus actividades rutinarias y dejó de echar tantas horas extras. Cuando le interesaba a alguno asistir a las liturgias, se desplazaba tranquilamente al pueblo de al lado.         Y no porque le obligaban.
                                              

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