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viernes, 20 de septiembre de 2013

CABALLO POR DOMAR

                                     CABALLO POR DOMAR                                           Cristóbal Encinas Sánchez

  Comentaban en la cuadrilla de vareadores, en la Cañada del Olivar, que a un joven caballo tordo de varios años de edad, no había quién le hincara la espuela.  Todos los días campaba por allí a sus anchas. Pacía junto a una burra zamorana de mediana edad, que le había amamantado a raíz de morir su madre. Se había criado con todos los mimos por parte de ella y de su propietario, pero era muy arisco. Huía en cuanto veía que alguien le miraba y se le acercaba.                                                                                                                                                                  El  piquetero, un muchacho joven y ágil, se bajó de la última oliva que varearon. Era la hora de almorzar y todos se fueron hacia el hato menos él, que se dirigió hacia la pareja de animales. El caballo era muy rebelde y vigoroso y estaba dispuesto a no dejarse montar por el inesperado jinete. La familia y compañeros que vieron las intenciones del muchacho, intentaron disuadirle, ya que podría tirarlo al suelo y despanzurrarlo. Pero él era como las moscas borriqueras, sin cejar en su empeño, se subió sobre el animal.                       Encorvando el lomo y dando saltos pretendía descolocar al molesto jinete. Como no pudo tirarlo a tierra, se dirigió al galope hacia un olivo para que sus ramas le quitaran aquel estorbo, pero no lo consiguió. Él sí supo domeñarlo y encauzarlo hacia la carretera. Después, desaparecieron.
A la media hora, los comensales, ya intranquilos, les vieron venir. Presentaban una silueta normal a paso relajado. Subido a pelo en la grupa, llegó airoso hasta donde estaban todos disfrutando ya del postre. Su padre se levantó para salir a su encuentro, y tras comprobar que estaba bien, le dijo:
-                   -  ¡Hijo, cuánto me haces sufrir! Lo mal que lo he pasado al verte trasponer. Me das una irritación tras otra. Dime:¿hasta dónde has llegado?
-             - Hasta el río, padre, y ha sido muy “bregoso” - dijo cuando se bajó del cuadrúpedo, buscando el búcaro con avidez. Cansado y sudoroso, bebió con ansia, largamente.


Josillo era experto en tratar a los rebeldes como él. Sabía hablarles, mirarlos y dominarlos. Él era así, porque lo había parido así su madre. Hizo lo mejor que pudo por el animal y, además, es que él tenía esa gracia. El almuerzo todavía le esperaba.

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