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lunes, 16 de septiembre de 2013

UNA VUELTA INESPERADA

UNA VUELTA INESPERADA
(Capítulo III)   
                                                Cristóbal Encinas Sánchez                                                                                                
      La tarde se prestaba para salir a dar un paseo por el campo -pensaba Relámpago- y salió de su madriguera. Desde un majano escuchó a las aves de un cortijo cercano cacarear insistentemente. Se aproximó a él y vio cómo se arremolinaban junto a la puerta para salir, cuando el ama  descorrió el cerrojo con rapidez. Todas salieron al huerto en torbellino, dejando en el recinto una gran nube de polvo.   

Observaba Relámpago que entre las aves se distinguía un pavo afectado de reúma  que pretendía galantear, con cierta gallardía, a una pava joven. Los arrumacos se sucedieron hasta que ella aceptó, con paciencia, su cortejo. A la poca experiencia de la pretendida se le sumaba la escasa movilidad del atrevido y por ello no se podía hacer efectiva la unión. Cada vez que, con ímprobo esfuerzo, el galán se le subía al lomo, era para fracasar. No era posible “pisarla”, por no mantener el equilibrio. ¡Y al suelo otra vez! De tantas subidas y bajadas, la sumisa pavita sintió agobio y optó por liberarse, corriendo desenfrenada por una senda.  Mientras, Relámpago, con su cabeza acomodada sobre una piedra,  se complacía ante la representación. 

 De repente, un gallo vistoso, de plumaje lorigado, sin perder detalle del brusco desenlace, emprendió una veloz carrera tras la dama. La persiguió justo hasta alcanzarla y dando un gran salto  se encaramó sobre su costillar. Bien agarrado a las alas, le picó con insistencia en la cresta hasta que logró asirla bien. Así se mantuvo la carrera, con singular jinete, hasta que ella decidió cambiar el sentido de la marcha. Con gran maestría se dejó reconducir  hasta el punto de partida.   

Relámpago, perplejo, no daba crédito a los hechos: le gustaba el espectáculo. De improviso, el  infatigable gallo saltó al suelo desde su cabalgadura, retirándose tranquilamente del grupo de gallináceos, muy orgulloso por haber cumplido una misión tan delicada. Todos los miembros de la banda les miraron atónitos  por el numerito circense que habían montado. Fue entonces cuando el agraviado  se dispuso a reanudar su noble actividad, haciendo acopio de fuerzas, desplegando su plumaje y girando en círculo impulsivamente. Pero la aventura reproductiva  ya había concluido y todos empezaron a desperdigarse. Ahora, la pretendida se ufanaba mirando, de hito en hito, al imponente gallo que la había obligado a volver. Ahora sí le prestaba su atención, pues, pensándolo bien, aquella  fue una experiencia difícil de olvidar. ¡Qué temple tenía! 
Relámpago  reanudó su marcha, entendiendo que allí reinaba la buena armonía, y se disfrutaba de una tarde exquisita. Era probable que nadie se alterase otra vez y, menos, que otro gallo avieso se le subiese a su chepa para hacerle volver por donde había venido. Así que, dando ligeros saltos, se adentró, con disimulo, en una frondosidad de cornicabras y romeros.       
                                            

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